Jaime de Althaus
Para Lampadia
La crisis política generada por el pedido presidencial de adelanto de elecciones está produciendo comportamientos paradójicos en los dos bloques que se encuentran enfrentados. Al mismo tiempo que el fujimorismo, tradicionalmente poco apegado a la democracia formal o liberal, empieza a esgrimir argumentos constitucionales relacionados a los límites al poder inherentes a la democracia liberal o representativa, para rechazar el adelanto de elecciones, los sectores progubernamentales, supuestamente “republicanos”, defensores de la democracia liberal, se amparan en argumentos de naturaleza populista para fundamentar el mencionado adelanto de elecciones.
Como bien ha precisado Carlos Meléndez en artículo publicado en Perú 21, “no hay nada más populista que solicitar el adelanto de elecciones en aras de una presunta renovación de la clase política”. Lo del populismo político del presidente Vizcarra lo venimos advirtiendo desde que el 28 de julio del 2018 lanzara el referéndum para aprobar la no reelección de los congresistas. El mecanismo clásico del líder populista consiste en dividir la sociedad en dos campos: el pueblo, lleno de virtudes, y los enemigos del pueblo, en este caso los políticos, los congresistas, el Congreso, a los que hay que atacar y, de ser posible, anular o eliminar. En este escenario, como se ha dicho tantas veces, no hay adversarios políticos sino enemigos, y el líder moviliza al pueblo contra ellos.
Fue precisamente lo que hizo Alberto Fujimori en los 90, con el clímax de la disolución del Congreso en 1992, aunque en circunstancias muy distintas a las actuales. Ahora las posiciones se invierten y mientras los fujimoristas, acorralados por la arremetida populista, descubren el valor de la democracia liberal y los límites constitucionales, los anti-fujimoristas o “republicanos” descubren el poder de la palanca populista para forzar al Congreso a adoptar decisiones legales (o ilegales). El presidente Vizcarra llegó a argumentar en su discurso del 28 de julio, y lo ha repetido luego, que el pueblo le pide el cierre del Congreso, y por eso la necesidad del adelanto de elecciones.
El problema es que el populismo es una enfermedad que está avanzando en el globo y que puede terminar con la democracia. Su éxito es inversamente proporcional al mantenimiento de los límites constitucionales al Poder. Apunta a eliminar los controles horizontales propios de toda democracia liberal, a concentrar el poder.
Lo explicó perfectamente Yasha Mounk en su libro “El pueblo contra la democracia, por qué está en riesgo nuestra libertad, y como salvarla”. Allí escribió: «Estamos atravesando un ‘momento populista’. La pregunta es si este se tornará en una ‘era populista’, poniendo en duda la sobrevivencia de la democracia liberal». Un reciente artículo en The Economist pasa revista al avance de este fenómeno en Europa (Hungría, Polonia, Gran Bretaña, Italia) y en el propio Estados Unidos. Para no hablar de Turquía y Venezuela, donde el populismo es, además, económico y los enemigos no solo son los políticos y el Congreso, sino también la “oligarquía” y el imperialismo norteamericano.
El fujimorismo está aprendiendo a la fuerza (esperemos) las virtudes del republicanismo, de las instituciones, de la democracia liberal. Y los anti-fujimoristas, demócratas liberales, están sucumbiendo a la tentación populista. También es posible que los razonamientos constitucionales de los primeros y las justificaciones políticas de los segundos no sean sino armas de ocasión, recubrimientos utilitarios, racionalizaciones oportunistas en la guerra sin cuartel que vienen librando desde hace años, y en particular desde hace tres años.
Pese a todo, hemos sostenido que un acuerdo de gobernabilidad en torno a una agenda conjunta es la única salida. Y es posible, por la sencilla razón de que no hay diferencias ideológicas importantes entre el Ejecutivo y la mayoría congresal, y porque la agenda país está dada, a la mano, disponible. Incluye las reformas políticas pendientes que deberían ayudar a que no se vuelva a presentar un escenario de confrontación entre poderes, y por las reformas contenidas en el Plan Nacional de Competitividad, que son e importantes para relanzar el crecimiento nacional a tasas más altas. Y cualesquiera otros puntos que puedan negociarse.
Hay que insistir, De lo contrario tendremos el triunfo de la pasión irracional sobre la razón. El libre albedrío es posible. Lampadia