Jaime de Althaus
Para Lampadia
Resulta humillante para el Perú que nuestro país no pueda tomar decisiones propias acerca de asuntos de la más alta importancia política. Peor aún, resulta castrante de la capacidad de tomar decisiones propias para resolver problemas traumáticos que generan impasses y mantienen heridas abiertas. Si el Perú no tiene soberanía propia en temas judiciales trascendentales, nunca aprenderá a ejercer el dominio de su propio destino.
Nos referimos, en este caso, a la reiterada sentencia del Tribunal Constitucional que ordenó la liberación de Alberto Fujimori en ejecución del indulto que le fuera concedido, que ha sido revocada también de manera reiterada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos ordenando al Perú abstenerse de ejecutar la mencionada sentencia del Tribunal Constitucional.
El Perú, repetimos, no puede perder soberanía en asuntos que atañen a su más íntima salud política, que tiene que ver con su capacidad de organizar la convivencia ciudadana y dirigir su propio desarrollo. Jamás llegará a la mayoría de edad institucional si depende de instancias externas que ni siquiera son imparciales desde el punto de vista político e ideológico.
Para la mayor parte de los peruanos no interesados o no ideologizados, Fujimori ya pagó con creces sus culpas. La propia sentencia de 25 años de cárcel por violación de derechos humanos fue un exceso.
Quizá debió recibir, como sugirió Cesar Azabache, 10 años, por encubrimiento o por omisión de acción, pero fue condenado como autor mediato sin prueba alguna, por un simple silogismo lógico: si era presidente y tenía el dominio de los hechos, debió haber conocido y autorizado la matanza.
Por supuesto, para nada contó el hecho de que, en realidad, Fujimori había llevado a cabo una estrategia antisubversiva basada no en la masacre de campesinos, como solía ocurrir en los 80, sino en una alianza con ellos proporcionándoles armas y asistencia económica, y en el fortalecimiento de la inteligencia policial para capturar en lugar de desaparecer a las cúpulas de Sendero. Como hemos dicho tantas veces, no fue el grupo Colina quien derrotó a Sendero, sino esa estrategia inteligente basada en la alianza con los campesinos, en inteligencia policial y en leyes de delación.
Es decir, Fujimori, debió ser premiado por una estrategia que, además, condujo personalmente en el campo, asumiendo el liderazgo político, que era lo que los expertos y críticos señalaban que los presidentes de la república debían hacer y no habían hecho en los 80.
Más bien sí debió ser procesado por violar la constitución, controlar las instituciones y la prensa para perpetuarse en el poder a fines de los 90. Ese fue su verdadero pecado. Fue una desgracia para el país que insistiera en la re-reelección. Si hubiese salido el 2000, hubiese regresado el 2005 en olor de multitud porque durante sus dos gobiernos Fujimori había matado la inflación, liberado la economía para crecer a tasas altas, derrotado al terrorismo y zanjado el problema con Ecuador. Hoy, en lugar de haber perdido el rumbo, el Perú quizá sería casi un país desarrollado.
Ya son demasiadas humillaciones que nos ha ocasionado la Corte Interamericana en los temas vinculados a terrorismo. El Perú debería salirse de la Corte y regresar a ella haciendo reserva de los temas de terrorismo. Mientras tanto, el juez debería hacer caso omiso de la resolución de la CIDH en este caso y proceder a ejecutar la sentencia del Tribunal Constitucional del Perú. Lampadia