Alejandra Benavides
Para Lampadia
Escribo este artículo un domingo. En el que me despierto con la trágica noticia de que ha habido dos muertes en las “protestas de la indignación”, para luego enterarme de que ya no tenemos presidente. Hay un vacío en el liderazgo de mi país, que pretende ser tomado a la fuerza por aquellos que sienten que sus gritos son más fuertes que mi silencio. Aquellos que se sienten empoderados por la constante validación (o agitación) de gran parte de la prensa, que, sin ningún reparo, tomó como consigna que Merino De Lama tenía que irse. Todo esto, deja lecciones que darán forma a la manera en que políticos y ciudadanos vivan en esta frágil democracia.
Presiento que, a pesar de todo el caos de esta vorágine vivida, lo único que los peruanos hemos aprendido es que la calle vale más que las urnas.
- Que los intereses de unos, valen más que los votos de otros.
- Que “el pueblo” no significa “los ciudadanos”, sino significa “los ciudadanos que salen a protestar” y que las elecciones democráticas son simbólicas.
- Que tienen derecho a expresarse, mas no de responsabilizarse por sus actos y menos de elaborar propuestas concretas.
- Que la frustración puede salir como vómito que otros deben limpiar, y que no existen consecuencias a nuestros actos.
- Que nuestra indignación puede ser selectiva, y que la participación política ocasional pero fulminante.
- Que las instituciones son como adornos o “ideas” que sólo se reconocen cuando se alinean a los intereses propios.
Los futuros presidentes han aprendido que pueden ser mentirosos, corruptos y cobardes, pero que, escudándose en un buen discurso, pueden mantener a las masas encantadas. Que no tiene que haber coherencia entre su decir y actuar. Que las intenciones valen más que los hechos, y que la ineptitud se puede justificar con esfuerzo. Que una prensa aliada, dependiente de dádivas enmascaradas como “publicidad estatal”, encuestadoras serviles y algunos voceros influyentes son indispensables para gobernar. Que encontrando un chivo expiatorio- un enemigo común, se puede mover las pasiones más bajas de las personas y crear las más tóxicas alianzas basadas en odios. Que teniendo como aliada a la fiscalía y poder judicial, será, en gran medida intocable. Y, que siempre habrá forma de destruir a aquel que intente cuestionar su poder.
Los futuros congresistas han aprendido que para poder mantenerse en el poder y terminar su mandato, deben mantener felices a las masas reaccionarias. Que la política no es conversar, negociar y acordar, sino generar alianzas fútiles basadas en intereses personales y populares. Que las decisiones se pueden cambiar en cualquier momento, y que la defensa de una posición no es sinónimo de coherencia sino de intransigencia. Que el valor más grande recae en generar oportunidades para imponer sus propias agendas.
Finalmente hemos aprendido que esta no es una nación, sino un grupo de gente que habita un territorio llamado Perú. Lampadia