Fausto Salinas Lovón
Para Lampadia
Siempre somos víctimas de las tiranías. Los peruanos no somos la excepción. Esta vez somos víctimas de la tiranía del resentimiento.
A los políticos y partidos que buscan elecciones para mejorar su cuota de poder o recuperarla (Partido Morado, Juntos por el Perú, Perú Libre, Patria Roja, Perú Primero),
A los sindicatos y gremios que buscan su tajada en el poder (CGTP, SUTEP, Federaciones Agrarias, Frentes de Defensa, etc.),
A los periodistas que le sirven de caja de resonancia evitando llamar a los actos de terrorismo como lo que son.
Se le unen algunos miles de peruanos resentidos, que sirven, especialmente en el sur y en la sierra, de engañosa base social de las protestas y los actos violentos que vemos en nuestro país desde el 08 de diciembre pasado.
Resentido es aquel que “se siente maltratado por la sociedad, por la suerte o por la vida en general y muestra una actitud de constante enfado hacia los demás”.
Se trata entonces de una percepción y no de una realidad. No se trata de cómo está esa persona sino cómo se siente. La realidad puede haber mejorado o mejorar, sin que mejore la percepción de esa realidad. El resentido seguirá ahí, sintiéndose maltratado por la sociedad, el Estado, la vida o el otro, aunque su realidad, como en efecto ha sucedido entre 1990 y 2019, haya mejorado en general para todos desde que se derrotó la subversión, se contuvo la hiperinflación, se generó inversión y empleo y se crearon oportunidades.
Para el resentido lo que importa es lo que él siente, no la realidad de lo que sucede. Para el resentido no importa que el Estado tenga recursos que antes no tenía y le dé a él o su familia Bono, Pensión 65, Beca 18, Juntos, SIS o educación gratuita. Lo que importa es que él, pese a todo lo que recibe, “se siente maltratado”.
Para el resentido no importa que gracias al turismo el dejó de ser jornalero agrario sin remuneración y beneficios, comenzó a ganar en dólares, se hizo brichero y se viste con ropa de marca. Lo que él siente es que la suerte y la vida lo maltratan, incluido el turista que le da el pan de cada día, pero al cual permite que los insulten, agredan y espanten.
Para el resentido no importa que hubo quienes no pudimos comenzar una carrera en San Marcos porque las huelgas duraban 11 meses y ahora esa universidad funciona en plazos, horarios y ciclos casi regulares. Lo que importa es que él está resentido con la vida, con la educación. Lo que importa no es su realidad, sino su enfado.
Todo este resentimiento ha salido a la calle y se ha vuelto violento. Está obviamente azuzado, instigado y alentado. El odio, la ira, el enfurecimiento, la hostilidad han pasado a primer plano. No es una revolución, no es siquiera un movimiento ciudadano, mucho menos el surgimiento de un movimiento popular único.
No hay conceptos, mucho menos propuestas. No hay ideas, ni siquiera ocurrencias, sólo slogans, consignas, frustraciones que se lanzan como piedras. Es simplemente una tiranía, como todas, minoritaria pero cruel, violenta, hostil, que usa el terror, el miedo como arma. Es la tiranía de unos cuantos contra el Perú.
Quienes son los llamados a enfrentarla no la entienden así, la quieren explicar desde la política (porque les conviene) para convertir los resentimientos en votos. Hay que verla desde la psicología, desde la antropología. No se trata de más bonos, de más presupuesto, de más obras o de publicidad. Mucho menos se trata de tanta tolerancia e inacción. Se trata de un sentimiento, que se convirtió en resentimiento.
La tiranía de su resentimiento no puede imponerse sobre el país y su futuro. Lo que ellos perciban y como se sientan sirve, importa, debe ser estudiado y comprendido, pero no es desde ese resentimiento que se va decidir el destino del país. El país tiene que estar por encima de la tiranía de unos miles de compatriotas que sienten que la vida, la sociedad o la historia los han maltratado.
34 millones de peruanos estamos por encima de la percepción, el encono y el resentimiento de unos cuantos. Esa tiranía es minoritaria. No es la cara, ni el rostro de nuestro país. Tenemos que derrotarla. Lampadia