Pablo Bustamante Pardo
Expresidente de IPAE
Director de Lampadia
Siempre me llama la atención el análisis axiomático de las supuestas inclinaciones políticas del peruano.
Ya sea que las encuestas recojan preferencias ideológicas o electorales, o que los analistas y opinólogos califiquen la orientación política de nuestros ciudadanos, me parece que en general, estas exploraciones adolecen de una desconexión con la naturaleza sociológica de los peruanos, que son, a mi parecer, esencialmente apolíticos y desideologizados, fundamentalmente trabajadores y emprendedores, muy enfocados en su progreso y en el de sus familias.
No solo los analistas los califican mal, el Estado no les deja crecer, los aleja de la formalidad, los expulsa, y ellos, por supuesto, terminan rechazando el ordenamiento tradicional.
Políticamente, a la gente no le queda otra opción que reaccionar a las opciones que se les presentan, pero creo que lo que debemos hacer es evaluar las características socioeconómicas de los ciudadanos.
¿Somos los peruanos naturalmente inclinados hacia el socialismo?
O como lo muestran muchos estudios en profundidad, ¿somos más bien de corte individualista?
¿En quién confían los peruanos, no es mayormente en sí mismos?
¿No confían los peruanos en sus propias capacidades y en las de sus familiares para emprender sus negocios, para apoyar la educación de sus hijos y las emergencias de salud que les afecten?
Entonces, cuando veo reducir la clasificación de los peruanos a una derecha extrema, o a la llamada DBA (derecha bruta y achorada), la categoría surrealista de Juan Carlos Tafur, veo una visión politizada de un Perú despolitizado, en esencia, una falla de análisis que nos impide reflexionar y actuar sobre los fundamentals del comportamiento del día a día de la gran mayoría de nuestra gente, la ‘derecha silenciosa’.
La inclinación individualista de los peruanos se puede ver a lo largo de la historia y a lo largo y ancho del país.
Todos los experimentos socializantes han fracasado, uno tras de otro. Ya sea la propiedad social, las cooperativas agrícolas y agroindustriales, las comunidades de la sierra, reconvertidas mayormente en asociaciones de propietarios individuales que heredan sus tierras, y la propia debilidad de los sindicatos, reducidos a un mínimo nivel de representación.
En mi humilde opinión, lo que falta en el Perú es una intermediación política que realce la naturaleza individual del ciudadano, su inclinación por la libertad, y la confianza en sus propias capacidades para trabajar y prosperar.
Una intermediación política que termine de asimilar y reconocer que la mayoría de los peruanos pertenecen a una clase media de emprendedores independientes.
El grito de guerra del peruano aspirante parecería ser, “déjenme trabajar carajo”. Lampadia