Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia
La caja de Pandora de la Convención chilena está soltando todos los demonios de la humanidad.
Como explica Sebastián Izquierdo del CEP de Chile, se ha desatado una ‘rabia refundacional’ que está liderando el debate sobre la formación de las estructuras que deberán regular el desarrollo futuro de nuestros vecinos.
El “buen vivir”, los “derechos de la naturaleza” o el “decrecimiento”, son los conceptos que se están usando en Chile para presentar el pos-extractivismo que las izquierdas peruanas tratan de vender en el Perú, desde el 2012.
Las propuestas que lideran el debate chileno van más allá de la filosofía de las izquierdas desarrolladas en occidente.
Es una suerte de pensamiento de tierra arrasada, que en nombre del bienestar del ‘buen salvaje’, anula la modernidad que ha construido estándares de calidad de vida claramente superiores en esperanza de vida, educación, salud, tecnología y ocio.
El ejemplo chileno nos dice con toda claridad que nunca se deben instaurar procesos constitucionales en tiempos de desorden, como pretenden Castillo y Perú Libre en nuestro país.
Las sociedades deben evolucionar, no revolucionar, pues las revoluciones terminan regalando espacios desproporcionados y poco representativos a minorías oportunistas y manipuladoras.
La rabia refundacional
Centro de Estudios Públicos – CEP – Chile
Sebastián Izquierdo R.
La Tercera
Lunes 7 de febrero de 2022
Dejando de lado las expectativas frustradas, vulnerabilidades no resueltas y las desigualdades injustificadas, una fracción relevante y bulliciosa de la Convención ha transformado esta causa en un campo de batalla que nos aleja de los anhelos de una transformación estructural.
El estallido social nos dejó con más interrogantes que respuestas. Las más de 3,300 acciones de protestas que se dieron en los días posteriores al 18 de octubre de aquel año, dejó ver un malestar latente en las movilizaciones, las cuales muchas veces fueron empañadas con incomprensibles actos de violencia. La ciudadanía y élites políticas parecían no entender nada; es que no había ni demandas específicas ni representantes. Entonces, el cambio constitucional figuró como la mejor respuesta -cuando solo reflejaba un 3.5% de las demandas callejeras (Observatorio COES)- ofreciendo una modernización institucional, con el respaldo de la esperanza de la mayoría.
Ese sentir llevó a alojar dicha esperanza en los encargados de llevar a cabo el proceso, y así lograr los acuerdos necesarios para transformar nuestras instituciones; no demolerlas. Sin embargo, tras la reciente votación de normas, hemos visto que gran parte de los convencionales han optado por la rabiosa revancha, antes que aquella ilusión que dio origen al proceso.
Dejando de lado las expectativas frustradas, vulnerabilidades no resueltas y las desigualdades injustificadas, una fracción relevante y bulliciosa de la Convención ha transformado esta causa en un campo de batalla que nos aleja de los anhelos de una transformación estructural.
Han impuesto cambios en el lenguaje, dando paso a un disruptivo discurso normativo y político que no se conocía. La denominada “izquierda decolonial”, que insiste en renunciar a la modernidad, ha tomado cada vez más fuerza. Aldo Mascareño, quien ha estudiado este pensamiento, advierte que esto es tan perjudicial para la socialdemocracia, como para la izquierda marxista; pues ambas son hijas de lo contemporáneo. Son cerca de 60 los convencionales que han dejado relegadas las preocupaciones clásicas de la izquierda, volcándose a los tiempos de la colonización, donde el foco estaba en la dominación política y económica, el desalojo de los pueblos indígenas y la explotación de sus recursos.
Esa idea de dominación epistémica que culminó por sobreponer una cosmovisión europea al mundo no occidental colonizado los llevó a suponer que solo se puede extirpar reprimiendo la herencia de la Europa de entonces. Así, sus ideólogos, prácticamente todos latinoamericanos que escriben en inglés y se capacitan en universidades de aquel continente que tanto repudian, usan esta artificiosa separación binaria entre modernidad y decolonialidad -más por estrategia que por honestidad-, a pesar de que la ciencia moderna tiene años de investigación teórica y empírica profunda sobre esta interrelación.
Conceptos como “buen vivir”, “derechos de la naturaleza” o “decrecimiento”, son propios de este pensamiento. Estos han sido ponderados en el trabajo constitucional, por sobre los múltiples e infinitos anhelos que tiene la ciudadanía. De seguir así, esto solo terminará por dañar la posibilidad que se nos dio para alcanzar acuerdos sustantivos, capaces de interpretar la esperanza y no la rabia refundacional. Solo espero que los 2/3 que se pueden conformar entre el liberalismo y la izquierda moderna, no sigan aceptando esta lógica del todo o nada de aquella “izquierda decolonial”. Lampadia