Fernando Cillóniz B.
CILLONIZ.PE
Ica, 16 de octubre de 2020
Para Lampadia
Muchos moralistas cuestionan la corrupción – únicamente – por sus connotaciones éticas y morales. Sin embrago, el problema es mucho peor. La corrupción tiene también otras connotaciones… más allá de lo ético y moral. Y de eso se trata el presente artículo.
Efectivamente, la corrupción enquistada en el Estado – y en la sociedad civil – es inmoral, descarada, e indignante. Las coimas, el clientelismo político, y todo lo demás, son actos inmorales, descarados, e indignantes. Y el hecho de que haya mucha gente corrupta, no justifica que uno también lo sea. Y menos cuando se trata del propio presidente de la República.
A ese respecto, la justificación que dio el presidente Vizcarra acerca de las reiteradas e injustificadas contrataciones de Richard Swing fue realmente denigrante. – Pero si muchos lo hacen – dijo el presidente, muy suelto de huesos, para defender las indefendibles contrataciones de su amigo cantante. En ese sentido, la corrupción del presidente tiene una connotación de efecto en cascada de alcances verdaderamente perniciosos. El ejemplo percola de arriba hacia abajo… tanto el bueno, como el malo. Y en este caso, el pésimo ejemplo del presidente ha percolado hacia millones de personas que trabajan en el Estado.
Pero la corrupción tiene otra connotación que es aún peor que las anteriores: la humillación. En efecto, todo parece indicar que la humillación que conllevaron las contrataciones de Richard Swing está pasando inadvertida. Me refiero a la humillación infligida a los funcionarios del Ministerio de Cultura que tuvieron asistir a las charlas motivacionales de aquel personaje impresentable.
¿Qué habrán sentido los buenos funcionarios del ministerio – que de hecho los hay – cuando vieron a Richard Swing al frente de las sesiones motivacionales? Incluso, antes de las charlas absurdas ¿qué habrán sentido las personas de las áreas administrativas del ministerio al tener que pasar por todos los trámites previos a las contrataciones?
Obviamente, la relación del cantante con su amigo el presidente debió haber trascendido de antemano. De lo contrario, jamás hubieran procedido unas contrataciones tan absurdas e inoportunas. – Esto es una inmundicia – habrán pensado tanto los funcionarios que fueron forzados a contratarlo, como los que tuvieron que asistir a las charlas motivacionales. ¡De allí la humillación! La cual se agrava por provenir del propio presidente de la República.
Es verdad que los funcionarios en cuestión debieron negarse a tal infamia. La lucha contra la corrupción implica que uno pueda perder su trabajo, su reputación… y hasta su seguridad personal y familiar. Como que guardar silencio frente a la corrupción, nos hace cómplices de ella. Entonces, si queremos luchar – de verdad – contra esa lacra universal, debemos estar dispuestos a perderlo todo. Así de bravo es el desafío. Ante la corrupción no caben medias tintas. O estamos contra la ella… o somos parte de ella.
Por otro lado, el presidente Vizcarra no nos puede seguir contando el cuento de que su prioridad es la lucha contra la corrupción. Está clarísimo… él es uno más del montón. ¡Un presidente más! ¡Un coimero más! ¡Un corrupto más! ¡Una lástima más!
Y su actitud frente a la corrupción es triplemente perniciosa. En primer lugar, porque es inmoral y antiética. En segundo lugar, por el pésimo ejemplo para millones de peruanos. Y en tercer lugar – tal como lo hemos visto en el caso de los funcionarios del Ministerio de Cultura – porque es humillante y abusiva.
Sí pues… la corrupción es mucho más que un acto inmoral y antiético. La corrupción es un pésimo ejemplo para la ciudadanía; sobre todo para los niños y jóvenes. Además, la corrupción es abusiva y humillante; tanto para los que tuvieron que cumplir las órdenes de un presidente corrupto, como para los que tuvieron que asistir a las charlas motivacionales de tan pernicioso personaje. Lampadia