Jaime de Althaus
Para Lampadia
Los resultados electorales a nivel distrital confirman la pérdida de presencia de los partidos nacionales en el territorio y el avance de los movimientos regionales, que ya veíamos en los resultados provinciales.
Como vemos en el siguiente cuadro, los partidos políticos disminuyen su participación de un 45% de las municipalidades distritales el 2018, a un 41% el 2022. En el caso de las municipalidades provinciales, los partidos políticos solo ganaron en el 38% de ellas, cuando el 2018 habían triunfado en el 43%. Los movimientos regionales incrementan su predominio.
Estas elecciones han confirmado, pues, la extremada fragmentación y feudalización política del país. Es el momento, entonces, para que el Congreso ponga fin a este proceso desintegrador eliminando de una vez por todas los movimientos regionales. Los partidos deben tener presencia nacional, para integrar la estructura política. Pero, claro, mejores partidos que los que tenemos. Es decir, no podemos eliminar los movimientos regionales sin aprobar normas que apunten a tener partidos mas serios, mas programáticos y un sistema que mejore la representación.
Parece casi imposible. La descomposición del sistema de partidos es algo que arrastramos desde fines de los 80. Las elecciones municipales de 1986 fueron las últimas en las que los partidos prevalecieron de manera absoluta. Ya en 1989 un outsider, Ricardo Belmont, gana la elección de Lima y en 1990 otro, Alberto Fujimori, gana la elección nacional. El sistema de partidos había estallado como consecuencia de la hiperinflación y el avance de Sendero.
Y nunca se recompuso. Lo que tenemos ahora son partidos efímeros y personalistas, convertidos en meros vehículos electorales como hemos escrito en varias ocasiones anteriores.[1] Los partidos tradicionales orgánicos e ideológicos, como el APRA y el PPC, han perdido su inscripción. Con excepciones y en diversas medidas, las tiendas políticas se han convertido en tiendas comerciales en las que se venden las candidaturas al mejor postor.
El Perú es un caso extremo, pero en realidad este es un fenómeno en mayor o menor medida global.
Los partidos ya no son el vehículo principal de formación de la voluntad ciudadana ni de expresión de las demandas populares. Ahora hay múltiples medios: la prensa, las redes sociales, los portales de análisis y opinión, centros de investigación, gremios, etc. Los ciudadanos mismos ya no van a los partidos: se expresan directamente a través de las redes en una suerte de democracia directa de muy baja calidad.
Sin embargo, la democracia representativa no puede funcionar sin partidos. Algo tenemos que hacer, entonces, para recomponer un sistema de relativamente pocos partidos más o menos estables, más programáticos, que permitan la representación de la sociedad y faciliten la gobernabilidad. La reforma debería estar orientada a tres objetivos:
- Partidos más programáticos, que recuperen parte de la función de orientación y formación de la opinión pública y de discusión de los temas nacionales. Esto podría alcanzarse por medio de dos medidas:
- Aprobar el mecanismo de ‘centros de investigación partidarios X impuestos’, a fin de que las empresas puedan destinar parte del impuesto a la renta que pagan a financiar think tanks en los partidos. Esto les permitiría desarrollar planes de gobierno y propuestas de política basados en evidencia. A su vez, animaría a personas de bien a inscribirse en partidos como esos.
- Procedimientos de elección de autoridades y candidaturas que respeten la voluntad de las bases, a fin de limitar la venta de candidaturas. Aquí se requiere un debate serio entre los partidos y la academia acerca de si las PASO funcionan o tienen sentido o no, si lo que se requiere son elecciones internas un militante un voto, cuál es el porcentaje de invitados, etc. Este debate -quizá mediante talleres- debería iniciarse a la brevedad.
- Partidos con recursos para que puedan desarrollar una interacción a nivel nacional, lo que supone restablecer la posibilidad del financiamiento de los partidos por parte de empresas privadas, pero con total transparencia. Si, pese a la transparencia, se quiere eliminar la relación directa, se podría crear un fondo de donaciones orientadas a partidos que cumplan con las orientaciones programáticas que los donantes indiquen.
- Mejorar la representación, para que la democracia representativa pueda recuperar terreno frente a la democracia directa. Para esto, tener distritos electorales más pequeños –uni o binominales– para que pueda existir una relación directa y personal entre el congresista y sus representantes, única manera de competir con las redes sociales o, mejor dicho, de usarlas a favor de la democracia representativa, de la función de representación. Este debería ser el sistema para la Cámara de Diputados dentro de un parlamento bicameral, reforma esta última que, a su vez, debería aprobarse también a la brevedad. El efecto concentrador de escaños en el partido ganador que este método origina sería compensado, en la Cámara de Senadores, con una elección en distrito único nacional o por cuatro macrorregiones.
Este es el momento de discutir estas reformas. No esperemos a que el calendario electoral, que podría adelantarse, nos gane la partida y vayamos a un nuevo periodo gubernamental con las mismas reglas de juego, a repetir el mismo desastre. Lampadia
[1] Ver: Jaime de Althaus, La Promesa de la Democracia, editorial Planeta, 2011, y artículos publicados en Lampadia y El Comercio