Fernando Cillóniz B.
CILLONIZ.PE
Ica, 17 de febrero de 2025
Para Lampadia
El estatismo y la tiranía – aquí, en la China, y en la Cochinchina – suelen ser hermanos de la corrupción y la barbarie. Van de la mano. Son como el hambre y la necesidad. Los unos no existen sin los otros. El estatismo, la tiranía, la corrupción y la barbarie conviven entre sí, en una relación simbiótica: los unos se alimentan y protegen entre sí. Y lo que es peor, el estatismo y la tiranía siempre pretenden perpetuarse en el poder. Y con ellos desaparecen las libertades, y el poder se ejerce sin divisiones ni restricciones. ¡Chau libertad, chau democracia, chau dignidad!
Ejemplos tenemos muchos, pero aquí van los más conocidos y emblemáticos: la Unión Soviética con Stalin, Alemania con Hitler, Italia con Mussolini, China con Mao, Camboya con Pol Pot, Corea del Norte con Kim Il Sung. Y aquí en el vecindario, tenemos los casos de Cuba con Fidel Castro, Venezuela con Chávez y Maduro, y Nicaragua con Ortega.
Como se ve, hay estatismos y tiranías de derecha y de izquierda. El problema es que cada cual es más pernicioso que el otro. Todos los estatismos son corruptos, arbitrarios y empobrecedores. Todos son abusivos, criminales y hambreadores. Todos son elitistas, clientelistas e ineficientes. La pregunta es ¿queremos los peruanos un estatismo tiránico como aquellos?
Insisto. El estatismo y la tiranía siempre degeneran en corrupción y barbarie. Y como se ha visto a lo largo de la historia, las poblaciones de aquellos regímenes se empobrecen hasta el extremo de la hambruna. Por ello, los cubanos y los venezolanos salen masivamente de su país. ¡No tienen qué comer! ¡Lo han perdido todo! ¡No tienen futuro!
El estatismo y la tiranía acaban con las libertades, empezando con la libertad de prensa y opinión.
Acaban con la propiedad privada.
Y con ello desaparecen la iniciativa y creatividad de las personas.
Con el estatismo y la tiranía desaparece también el principio de la igualdad ante la ley.
Y se acaba la democracia y los derechos de las personas.
Ahora bien – en referencia a nuestro querido Perú – nadie niega que haya corrupción y pobreza… y mil males más. El punto es que sólo en democracia y libertad podemos aspirar a corregir dichas lacras e injusticias.
Sólo con libertad de prensa y opinión se puede conocer la verdad. En tiranía es imposible.
En tiranía, la verdad es la verdad del tirano.
El tirano piensa por el pueblo, y no deja pensar al pueblo.
Por ello – y por muchas cosas más – no debemos andar con medias tintas frente al estatismo y la tiranía.
A ese respecto, dialogar, consensuar y tolerar son cosas buenas. En realidad, son grandes virtudes… las tres. Sin embargo, hay casos en los que dialogar resulta una pérdida de tiempo, consensuar se torna imposible, y tolerar – en vez de una virtud – se torna en una expresión de debilidad. Efectivamente, existen diálogos de sordos, consensos utópicos, y tolerancias permisivas. Ese es el caso cuando están de por medio el estatismo y la tiranía… por ejemplo.
Efectivamente ¿cómo dialogar con los propulsores de más estatismo del que tenemos en nuestro país, si tenemos un Estado fallido por donde se le mire?
¿Acaso el Estado – nuestro Estado – no es el mayor obstáculo para las inversiones empresariales… y por ende, para la generación de empleo?
¿Acaso no estamos carentes de los más elementales servicios públicos: agua, salud, educación y seguridad?
¿Acaso no tenemos que recurrir a gobiernos extranjeros para construir hospitales, carreteras y recintos deportivos, ya que el Estado – nuestro Estado – es incapaz de hacerlo de manera eficiente y honesta?
¿Cuándo – a lo largo de la historia – el Estado peruano ha sido eficiente y servicial, de cara a la ciudadanía?
¿Para qué – entonces – quieren algunos estatizar aún más la economía del Perú?
¿Qué tienen los estatistas peruanos en la cabeza?
¡Y pensar que Pedro Castillo – ayer nomás – pretendió dar un Golpe de Estado para perpetuarse en el poder, y establecer una tiranía estatista! Repito: ¿Qué tienen los estatistas peruanos en la cabeza? Lampadia