Alejandro Deustua
21 de enero de 2025
Para Lampadia
Mientras Estados Unidos se dispone a prevalecer en una contienda sistémica, el presidente Trump inauguró su gobierno declarando en emergencia la frontera con México. La prioridad sería comprensible si el orden interno de la superpotencia potencia se plantea como requisito para redefinir su hegemonía global. Pero si aquélla no va acompañada de políticas largamente anticipadas sobre rivales (el proteccionismo, p.e.) y sólo confronta inicialmente a socios menores, no es inadecuado indagar por la congruencia de la estrategia de predominio.
Especialmente cuando para la restauración de ese status se subrayan condiciones básicas de cualquier Estado (soberanía, p.e.), normalmente reclamadas por potencias menores antes que proyecciones de poder, concertación con aliados o esbozos de ordenamiento global.
El problema es mayor si autoridades del nuevo gobierno norteamericano parecen plantear la reivindicación soberana de su Estado en base a una concepción décimonónica de la soberanía absoluta que no considera las limitaciones propias de la interacción internacional.
Sobre el particular el nuevo Secretario de Estado, Marcos Rubio, sostuvo en su presentación frente al Comité de Relaciones Exteriores del Senado (que confirmó su cargo con votación de 99-0) que los tratados internacionales se definen por la cesión de soberanía que se realiza a cambio de beneficios propios de la transacción correspondiente. Si una de las partes incumple con la obligación pactada, la otra entiende que ha perdido soberanía a cambio de nada y que, por tanto, es su derecho recuperarla según el Secretario Rubio.
Así, siendo el orden internacional de la postguerra un régimen general organizado en base al poder y a tratados (como expresión del Derecho Internacional), el incumplimiento de éstos supone la caducidad de ese orden. Por tanto, el Estado queda facultado para ejercer la libertad de acción según lo disponga su interés nacional (definido como fuerza, seguridad y progreso).
La acción estaría adicionalmente justificada en tanto el viejo orden se habría vuelto contra la superpotencia según Rubio. En ese mundo sin orden, perdido después de la post Guerra Fría (en la que Estados Unidos sucumbió a la ilusión de la globalización liberal según el Secretario de Estado) y con un sistema en redefinición, la primera potencia debe actuar recurriendo a sus propias capacidades. Sólo después, en medio del caos y mediante la realización del singular interés de Estados Unidos en el centro y de la renovación de su excepcionalismo, un nuevo orden emergería.
De estas especificidades no dio cuenta el presidente Trump salvo haciendo referencia al “fin de la decadencia” norteamericana y a la emergencia de una “era dorada”. Pero, en sintonía con el Secretario Rubio, el presidente reclamó la recuperación del “respeto” que su país se merecía y el término de las estafas a las que estaba sometido por los demás. Teniendo en cuenta su disposición a la coerción y a la amenaza se deduce que ese “respeto” se ganaría a través de un Estado temido antes que amado.
La fuente de esa racionalidad es el Maquiavelo del siglo XVI. Ésta no permitiría a los señores Trump y Rubio indagar sobre las formas de promover convergencia general de intereses sobre la que se basan organizaciones y regímenes. En su lugar, aparece como prioridad la convergencia bilateral sobre asuntos específicos hoy llamada “transaccional”.
De otro lado, el renovado nacionalismo expansivo norteamericano expresado en nuevas ambiciones territoriales y en el proteccionismo arancelario, encuentra inspiración en el presidente McKinley, protagonista de la guerra hispano-americana de fines del siglo XIX (que concluyó con el dominio por Estados Unidos de Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas), de las políticas proteccionistas que ayudaron a la emergencia de Estados Unidos como gran potencia y de las del “gran garrote” del sucesor, Teddy Roosevelt.
Al hacer el elogio de MacKinley en el discurso inaugural, el presidente Trump se refirió a sus anunciadas políticas proteccionistas sin expresar ninguna consideración por sus consecuencias inflacionarias, desaceleradoras del crecimiento, promotoras de retaliación y de incertidumbre globales.
Por lo demás, lo hizo sin menciones a eventuales afectados. Quizás su nueva aproximación a Xi Jinping (a quien invitó a la “inauguración”) y la propuesta a Tik Tok (compartir la propiedad de la empresa en lugar de exigir la venta total a capital norteamericano por mandato judicial) reavivó su ánimo transaccional. Al respecto, México y Canadá (que ya tiene listos mecanismos de retaliación) deberán esperar hasta febrero según comentarios posteriores del presidente Trump.
En cambio, la referencia al neo-expansionismo fue explícita en el caso de Panamá alegando trato discriminatorio (difícil probar), control chino del Canal (argumento surgido de una imprudencia geopolítica panameña que permitió a una empresa basada en Hong Kong el control de facilidades portuarias a ambos extremos del Canal y sobre la que Panamá hoy realiza una auditoría) y de corrección de una alegada liberalidad excesiva del presidente Carter. Al respecto, la autoridad norteamericana olvidó mencionar que la entrega del Canal fue un éxito hemisférico reconocido por la potencia que, también en el siglo XIX, coadyuvó a la secesión de Panamá de Colombia para construir el Canal.
Esta vez no hubo referencia a Canadá ni a Groenlandia (cuyo valor estratégico sí destacó el Secretario Rubio). Esta agresividad selectiva contrastó con el silencio de Trump sobre China y Rusia (con la que busca una solución a la guerra con Ucrania y que formaría parte de un legado definido como “unificador y pacificador”).
El presidente también recurrió a la coerción (esta vez legítima) luego de declarar en emergencia la frontera con México, disponer el despliegue de tropas en ella, paralizar la inmigración ilegal (denominada “invasión), eliminar a las bandas criminales y declarar como organizaciones terroristas extranjeras a los carteles de múltiple tráfico. El Secretario Rubio había anunciado que, al respecto, habría cooperación con México que, es de esperar, esté siendo coordinada.
El resto de la región ya había sido destacado por el Sr. Rubio en el Senado pero sólo en el ámbito de la seguridad y sin anunciar políticas ni medidas a adoptarse. En efecto, en presentación en el Comité de Relaciones Exteriores sólo se refirió a la erosión institucional de Haití convocando, en general, a la cooperación latinoamericana para el establecimiento del orden en ese país. Y en relación a las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua sólo describió sus excesos.
En esa instancia no se mencionaron medidas de cooperación o interacción con los demás países del área. Dado el origen cubano del Secretario de Estado y su interés en el América Latina se esperaba que el “Hemisferio Occidental” mereciera alguna referencia constructiva (como ocurrió con Ecuador y Argentina a pedido de un senador). Pero nada orgánico surgió de esa audiencia. En su lugar el Sr. Trump prefirió la respuesta destemplada a la pregunta de un periodista: América Latina no interesa Estados Unidos si no al revés dando pie al retorno de la época de agravios.
Los países de la región deben aproximarse a la administración Trump con calculado pragmatismo en función de intereses concretos (Estados Unidos es nuestro segundo socio comercial) y promoviendo una cooperación ad hoc. En una era de cambios, incertidumbre y divergencias crecientes (incluyendo las regionales) ello debe hacerse subrayando nuestros valores republicanos y arraigo occidental. Lampadia