Jaime de Althaus
Para Lampadia
El Congreso suspendió la aplicación de las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias para el proceso electoral que se viene. Era inevitable. Pero suspendió de paso el filtro que esa ley contenía para que solo siguieran en carrera a la presidencia las agrupaciones que obtuvieran más del 1.5% del número de votantes de la elección general anterior.
Con ese filtro solo hubiéramos tenido entre 6 y 8 candidatos presidenciales y sus respectivas listas al Congreso. Ahora, sin filtro, con 24 partidos en lista, podemos tener, digamos, 20 candidatos y sus listas parlamentarias respectivas. Y podrían ser más aún si el Congreso o el JNE -se echan mutuamente la responsabilidad de hacerlo- postergan el plazo para la inscripción de nuevos partidos, que podrían hacerlo solo con 24 mil afiliados. Podríamos tener entonces 30 o 40 postulantes a la presidencia.
En cualquier caso, es tóxico para la democracia un número tan alto de candidaturas. A mayor número de ellas, mayor competencia populista por llamar la atención del electorado. Y más fragmentado será el próximo Congreso, complicándole la gobernabilidad al Ejecutivo, que debería tener mayoría considerando que tendrá la difícil tarea de reconstruir la economía nacional.
Ante eso, insistimos una vez más en que la única salida es que el Congreso apruebe la elección del Parlamento junto con la segunda vuelta presidencial o después de ella (como es en Francia), para que el Presidente tenga altas probabilidades de tener mayoría. Esta fue una de las reformas propuestas. La democracia tiene que ser funcional, eficaz. Es clave para la reconstrucción post pandemia.
Esa reforma, además, ayudará a reducir el número de bancadas en el Congreso, porque el voto tenderá a concentrarse en menos opciones. Eso es positivo porque favorece el entendimiento y el desarrollo de propuestas menos atadas a grupos de interés.
Hay quienes, sin embargo, consideran que la reducción del número de partidos deja a sectores de la población sin representación. En un artículo publicado en Perú21, Carlos Meléndez, por ejemplo, sostenía que elegir al Congreso en la segunda vuelta atenta contra el necesario pluralismo de la representación.
No comparto su razonamiento. Es evidente que cualquier diseño tiene costos. Pero, en realidad, en este caso, dichos costos son bajos, y los beneficios altos. Para comenzar, las identificaciones partidarias en el Perú, como había sostenido el propio Meléndez en otro artículo suyo, son muy débiles. Los partidos ya casi no cuentan para efectos de la representación. Me atrevo a afirmar que aquel que votó por un partido que sí pasó la valla electoral, por ejemplo, no se siente mucho más representado que alguien que votó por uno que no ingresó.
El concepto de representación -desde el punto de vista del elector- es a la vez más amplio y más restringido. Más amplio en el sentido de que el ciudadano no se siente representado por el Congreso en general, por los partidos políticos -todos-, por la manera cómo funciona nuestra democracia. Y más restringido en el sentido de que no se identifica con un congresista en particular, no tiene un representante que él haya elegido y con el que pueda relacionarse, debido a distritos electorales plurinominales donde se elige a varios congresistas.
Y la manera de resolver eso es pasar a distritos electorales más pequeños, uni o binominales, para que pueda darse potencialmente una relación personal entre representante y representado. Si la población vota mayoritariamente por congresistas pertenecientes a las dos fuerzas que pasan a la segunda vuelta, pues se sentirá representada en el congresista por el que haya votado en un distrito electoral uni o binominal.
Por lo demás, si de esa manera logramos que el gobierno tenga mayoría y como consecuencia el país avanza, pues la población valorará mejor la democracia y se sentirá mejor representada en general.
Un número elevado de partidos en el Congreso no solo entorpece la gobernabilidad, sino que genera efectos perversos. Como demuestran Frances Rosenbluth y Ian Shapiro,[1] a mayor cantidad de partidos las plataformas y posiciones de las bancadas tienden a volverse menos flexibles, más excluyentes, eventualmente extremas y vulnerables a presiones de grupos de interés. En lugar de incorporar lo que la mayor parte de la gente quiere -como ocurre en los sistemas bipartidistas o de pocos partidos-, defienden solo las posiciones del núcleo duro de sus electores, para no perderlos. Se prestan entonces a relaciones clientelistas con grupos de interés vistos como bolsones electorales.
En conclusión, resulta vital para reconstruir el país luego de la pandemia, pero también para mejorar la funcionalidad, salud y legitimidad de nuestra democracia, aprobar la elección del Congreso junto con la segunda vuelta y el canje del voto preferencial por un sistema de elección basado en distritos electorales pequeños, uni o binominales. Lampadia
[1] «Responsible Parties: Saving Democracy from Itself» by Frances Rosenbluth, Ian Shapiro)