Fausto Salinas Lovón
Para Lampadia
En 1986, Hernando de Soto, Mario Ghibellini y Enrique Ghersi nos graficaron el potencial de la informalidad y la fuerza de la economía informal, que desde el comercio ambulatorio y los asentamientos humanos autogenerados, movían la economía del país a pesar del Estado y sus telarañas legales.
Nos mostraron el otro sendero que la inventiva, el esfuerzo, la iniciativa privada más básica, la libertad en sentido primario, podían construir en un país donde, en ese mismo momento, el sendero luminoso, el sendero de los marxistas, impulsaba la lucha de clases, el asalto al poder con el fusil, el asesinato, terror y la barbarie como medios de cambio.
Desde 1986, quedó claro para todos los peruanos que la causa del problema no era la informalidad, sino el Estado. El problema no era la economía subterránea que rebalsaba las rendijas del Estado sino las regulaciones, excesivas, estúpidas o tontas, que controlaban lo absurdo y no controlaban lo necesario.
En los 90s se entendió esta realidad y se adelgazó el Estado, se simplificaron los trámites, se limitaron los procesos, se racionalizaron los tributos, nos deshicimos de empresas deficitarias, avanzamos en la dirección correcta: menos Estado y más eficiente. Surgieron nichos de eficiencia estatal que hoy apenas sobreviven. Faltó profundidad a esa reforma, tal vez convicción en su necesidad, pero se avanzó.
Desde el 2000, el Estado regresó, de la mano de caviares, izquierdistas, social confusos y empresarios prebendarios, para tejer nuevamente la telaraña legal, agregar dependencias burocráticas, organismos reguladores, superintendencias, inspectores, controladores, leyes draconianas, presunciones de culpabilidad, procesos sancionadores, consultorías y más y más Estado. La desigualdad o la democracia fueron los pretextos para volver a ensanchar el Estado.
Dos décadas después pese a tener más empleados públicos, más presupuesto, más organismos de control, más facultades legales, más facultades delegadas en las regiones, en buena cuenta más Estado, la informalidad no ha disminuido, se ha multiplicado, ha tomado otros sectores donde antes no estaba, se ha infiltrado en la política, ha tomado instituciones, se ha radicalizado y en muchos ámbitos actúa de manera abiertamente delictiva, a balazos.
No sirvió de nada el retorno del Estado.
La economía informal avanzó a la minería, al turismo, a la política, a muchos otros sectores.
Desde 2005 a la fecha, según datos del IPE, la actividad minera informal se ha multiplicado por 7. Tenemos Ananeas, Huaypetues, Las Pampas, Nazcas y otras zonas mineras informales liberadas, que crecen y supuran nuestra geografía y nuestros ríos, mientras que proyectos mineros formales, que pagan tributos, canon y otorgan empleos formales como Conga o Tía María, no avanzan por obra de los defensores del retorno del Estado.
En el turismo, el poder de la informalidad es tan grande, que los informales han puesto de rodillas a ministros y viceministros para que la venta de entradas a Machupicchu siga en manos de burócratas y mafias, sin transparencia y sin posibilidad de que el turista sea el que decida cuando viene a conocer esta maravilla mundial.
En la política, la informalidad ha tomado alcaldías, gobernaciones, el Congreso y todo el Estado. Las mafias tienen sus propias autoridades, a la medida. Desde allí se da la apariencia de perseguir la delincuencia, el delito y la informalidad, pero en rigor sólo se sirve de coartada a una informalidad que avanza y saca ventaja. Desde allí se coaccionan empresas, se amedrentan a jueces y fiscales que quieren imponer la ley, se neutralizan acciones de control.
Es hora de pensar seriamente, desde todos los sectores políticos y sociales, en lo peligroso que resulta estar transitando por el sendero de la informalidad y no entender que el Estado, gordo, tonto e inútil que tenemos, no le sirve a nadie, ni a los que creemos que el camino es la inversión y la iniciativa privada, ni a los que creen en la redistribución social y las políticas públicas. Mucho menos resulta posible ahora idealizar la informalidad o utilizar los bolsones electorales que esta engendra, con fines políticos. Lampadia