Jaime de Althaus
Para Lampadia
En un artículo publicado en El Comercio el 10 de octubre sostuve la tesis de que el centro quedaría vacío. Que la grave situación económica y social generada por la pandemia debía terminar generando una suerte de sinceramiento ideológico en las elecciones generales que se vienen, en detrimento de las posiciones de centro.
En la medida en que esta nueva cuarentena está golpeando aún más a amplios sectores que empezaban a recuperarse, y que la angustia y la desesperación crecen, las ofertas electorales tenderán a polarizarse, simplificando, en dos:
- la que sostiene que la situación es consecuencia del modelo neoliberal y del abuso de las grandes empresas y que por lo tanto hay que redistribuir (y eventualmente expropiar) la riqueza y cambiar el capítulo económico del Constitución para ampliar el rol empresarial del Estado;
- y la que sostiene que la causa son malas decisiones y un Estado incompetente y que la única manera de salir es facilitando la inversión, el crecimiento y la generación de empleo por medio de la eliminación de trabas y cargas de todo tipo, defendiendo la Constitución y la esencia del modelo, con un Estado eficiente y meritocrático que de un buen servicio de salud para todos.
En suma: intervencionismo estatal versus libertad económica, o redistribución de la riqueza existente versus generación riqueza, las dos posiciones clásicas del siglo XX. La primera sucumbió aplastada en medio de los escombros del muro de Berlín en 1989, pero en el Perú nunca murió. La cuarentena le está dando nueva vida.
Es lo que vemos con la emergencia de la candidatura de Yonhy Lescano, cuyo discurso contra la gran empresa y el mercado es aún más radical que el de Verónika Mendoza. Y también en el hecho de que esta última haya incrementado en un punto su intención pese a haber sido desplazada parcialmente en el sur por Lescano.
Y precisamente la candidata Keiko Fujimori decidió centrar el eje de su campaña en la defensa de la Constitución del 93 y del modelo económico, atacando explícitamente las propuestas populistas y estatistas de Mendoza y Lescano. De Soto no ha estado activo, pero ha terminado de escribir un plan que ofrece la recuperación y el crecimiento económico de los sectores CDE incorporándolos a los mecanismos de un mercado más libre y más inclusivo que les permita capitalizar sus activos.
Lo que vemos es que el sinceramiento ideológico que pronostiqué en octubre, ya está capturando votos para ambas posiciones –aunque por el momento en mayor proporción para las dos candidaturas de izquierda-, en detrimento de las candidaturas más neutrales o de centro (en lo económico). La última encuesta de IPSOS confirma la caída de la intención de voto por George Forsyth y Julio Guzmán, que intentan combinar elementos de mercado con instrumentos relativamente intervencionistas.
Es posible que la percepción –agudizada por la justicia plebiscitaria de los últimos años- de una clase política y empresarial corrupta, se junte con la angustia económica derivada de la nueva cuarentena para producir un hartazgo que se transforma en una demanda de cambio que, hasta ahora, está siendo relativamente capitalizada por Lescano y Mendoza, y en alguna medida por López Aliaga.
El peligro es que esa demanda de cambio termine destruyendo lo bueno junto con lo malo. Da la impresión que por el momento la narrativa que va calando es que la situación actual es consecuencia del abuso de las empresas y el mercado y no tanto de las malas decisiones gubernamentales, de la ineptitud del Estado y las excesivas restricciones impuestas a la actividad económica. La primera tiene la ventaja de que juega con el facilismo populista del enemigo poderoso al que se puede culpar de todos los males. .
Un asesor en estrategia política sostiene que la gente vota por esperanza, castigo o miedo. Si la desesperación es muy grande, quizá vote por el castigo a los grandes. Pero si se explica bien, quizá venza el sentido común. Lampadia