Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia
La Convención Constituyente de Chile, ha abierto la caja de Pandora refundacional, que está liberando todos los males, habidos y por haber, de una sociedad en crisis de identidad.
Igual a lo que el gobierno de Castillo y Perú Libre pretenden en el Perú con el San Benito de su asamblea constituyente, los miembros de la convención chilena están diseñando una Constitución desconectada de su historia y desconectada del mundo del siglo XXI.
Han caído en la trampa de creer que con ingeniería social se puede crear un paraíso. No son capaces de registrar que estos experimentos sociales, solo han conducido a grandes crisis humanitarias.
Ahora han descubierto la supuesta promesa del ‘buen vivir’, una sociedad bucólica, de la ‘edad media’, que ofrece la felicidad en una sociedad sin exigencias, alejada del mundo moderno.
Lo mismo que en el Perú adoptaron las izquierdas bajo el ropaje del pos-extractivismo, que no es otra cosa que el regreso al mundo pre-moderno, donde solo se produzca lo mínimo para sobrevivir, sin exportar nada, ni alimentos. Donde las poblaciones empobrecidas no tengan nada que reclamar y sean gobernadas por seudos señores feudales, los ‘iluminados’ miembros del ‘soviet supremo’.
Ver en Lampadia: Exigimos que se renuncie al ‘pos-extractivismo’
Centro de Estudios Públicos (CEP) – Chile
Leonidas Montes
El Mercurio
Jueves 3 de febrero de 2022
Foto: William Rojas
«El ideal del buen salvaje nos acompaña desde el siglo XVIII. Su atractivo es innegable, pero sus consecuencias pueden ser nefastas»
Ha surgido en el debate constitucional una nueva ola difícil de comprender. A partir de algunas propuestas que han remecido el ambiente, se asoma una nueva forma de ver el mundo que atenta contra los principios más básicos del liberalismo y la modernidad.
Si analizamos las 882 votaciones que realizaron los constituyentes entre el 3 de julio y el 30 de octubre de 2021, observamos algo sorprendente (ver: https://c22cepchile.cl/analisis-online/). (…) Aquí aparecen aladas palabras que escapan a las clasificaciones y la lógica del mundo moderno.
Un ejemplo de esta nueva dinámica es el concepto de buen vivir que aparece con mucha fuerza en el debate constitucional. Sin embargo, ¿qué es el buen vivir? ¿Se puede hablar de un solo buen vivir? ¿Es la felicidad, esa eudaimonía [Del griego “eudaimonía” (felicidad) el término se aplica, en general, a toda teoría ética que considera que la felicidad es el bien que buscan por naturaleza los seres humanos], que perseguía Aristóteles, ¿u otra cosa?
Las respuestas a estas y otras interrogantes tienen un sustento intelectual e ideológico. Este ideal del buen vivir representa una vida social en armonía con la naturaleza, con el cosmos y cualquier forma de existencia. Es una vida en plenitud, un retorno a lo atávico, a una relación simbiótica entre seres humanos y naturaleza.
Hasta aquí todo suena atractivo y hermoso. Pero en el fondo es un regreso a los tiempos antes de la dominación del mundo moderno, antes de la conquista y de la racionalidad. En este nuevo mundo volveríamos a un pasado que no necesita del desarrollo. Un pasado que rechaza al liberalismo, al socialismo e incluso al marxismo como concepciones de vida buena. Esta es la ola intelectual del decolonialismo que borbotea en la discusión.
El buen vivir descansa en una dimensión particularista que se opone a la modernidad y a los modelos de desarrollo.
- El decrecimiento sería una consecuencia necesaria e inevitable dentro de esta nueva corriente.
- La oposición a la economía, al progreso y a la sociedad moderna se refleja en ese espíritu tribal o ancestral.
- Es una utopía de un mundo mejor o, mejor dicho, de ese mundo que era mejor.
Puede parecer todo muy romántico, pero esconde una amenaza a la modernidad y a la libertad. Esta forma de ver la vida rechaza y desconoce la libertad tal como la entendemos.
Hay un afán de imponer una visión. Es, en definitiva, la cancelación de la modernidad.
En una famosa carta, Voltaire le agradece al joven Rousseau su primer discurso con la idea del buen salvaje y le responde que le encantó el libro, pero que ya estaba viejo para volver a caminar en cuatro patas. El ideal del buen salvaje nos acompaña desde el siglo XVIII. Su atractivo es innegable, pero sus consecuencias pueden ser nefastas. La naturaleza humana no es un saco de bondad y solidaridad. Como decía Nicanor Parra, somos un embutido de ángeles y demonios. Por eso la sociedad necesita de reglas que nos permitan convivir. Esas reglas, por cierto, no obedecen a un ideal ancestral, al sueño romántico de un pasado mejor. Son la consecuencia de un proceso evolutivo.
Aunque la corriente decolonial consideraría a Rousseau como otro liberal, otro bastardo del mundo moderno, el problema es más simple. Para Kant la felicidad depende de uno mismo. En otras palabras, cada uno puede ser feliz a su manera. Y nadie puede imponer su forma de ser feliz al otro. Tampoco imponer su ideal del mundo a los demás. Ese es el gran peligro que representa esta nueva ola decolonial, esta involución disfrazada de buenas vibras. Lampadia