Fernando Cillóniz B.
CILLONIZ.PE
Ica, 7 de Abril de 2025
Para Lampadia
Nadie puede jactarse de ser puro e inmaculado. “El que esté libre de pecado… que tire la primera piedra” (Juan 8:7). No hay ser en el mundo que – en algún momento de su vida – no haya dejado de actuar como persona íntegra y transparente.
Sí pues… los corruptos van más allá de la fragilidad natural de los seres humanos. Las personas corruptas están ancladas en sus vanaglorias. No saben reconocer sus actitudes fraudulentas. Ni mucho menos arrepentirse de ellas. Los corruptos se hunden – cada vez más – en el fango de la mentira y la maldad. Viven sumidos en la corrupción. Pero no lo quieren reconocer. En el fondo son unos cobardes. ¡Su hipocresía no tiene límites!
Los corruptos son personas crueles e indolentes. Se sirven de todos sus poderes para dejar secuelas de miseria en la gran mayoría de la población. Aparecen como personas que cumplen externamente las normas, pero sus corazones están llenos de podredumbre e inmoralidad. Viven una doble vida. Sus conversaciones privadas – sobre todo sus mensajes por WhatsApp – los pintan de cuerpo entero. Son una porquería.
Por eso – en la Biblia – a los corruptos se les dice sepulcros blanqueados, llenos de huesos secos y podredumbre. La corrupción es como la adicción a las drogas. El soborno – o la coima – comienza por un pequeño sobre que luego se convierte en adicción. Los corruptos son lo peor de la especie humana. Dan de comer a sus hijos pan sucio. No tienen dignidad.
El problema de la corrupción en nuestro país es de extrema gravedad. Por ello, aparte de predicar con el ejemplo, debemos actuar con decisión y valentía para recuperar la dignidad – como personas y como país – mediante un trabajo íntegro y sacrificado.
Ahora bien – aparte de actuar con integridad… cada uno por su lado – eso significa confrontar a los corruptos con decisión y valentía. Claro que es riesgoso y complicado. Pero no queda otra. Efectivamente, los corruptos suelen ser personajes poderosos y abusivos. Presidentes y ministros, congresistas y consejeros regionales, jueces y fiscales, gobernadores y alcaldes, empresarios, periodistas, funcionarios… los corruptos suelen ser crueles y prepotentes. Pero – repito – no queda otra. ¿Corrupción o integridad? O los ganamos a ellos o ellos nos ganarán a nosotros. ¡Esa es la cuestión! Por eso, frente a la corrupción ¡sólo cabe la confrontación… con decisión y valentía!
La lista de antivalores que predomina en el Estado peruano – en el Gobierno Central, en el Congreso de la República, en el Poder Judicial, en las Fuerzas Armadas y Policiales, y en los Gobiernos Regionales y Locales – es interminable. Vanagloria, chantaje, clientelismo, robo, mentira, acoso, altanería, cinismo, tiranía… y paro de contar. ¡Corrupción a tope!
Estamos viviendo de idolatrías y adoraciones a las más viles diosas de la humanidad. Idolatría a la diosa corrupción. Y adoración a la diosa cobardía.
No obstante – a pesar de todo – no debemos desfallecer. Aparte de identificar a nuestros compatriotas honestos, serviciales y trabajadores que, dicho sea de paso, abundan en nuestro país – y elegirlos y designarlos para que asuman cargos públicos – debemos confrontar a la corrupción con decisión y valentía… caiga quien caiga, y le duela a quien le duela.
Comentario final. Cuando hablo de corrupción, hablo de personas… no de empresas o instituciones. No hay empresas o instituciones corruptas. Lo que hay son personas corruptas. Eso sí. Lampadia