En el Perú nadie la enfrenta
Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia
«Grito con vehemencia porque estoy indignado y cansado
de la casta política que día a día nos está robando el futuro».
Javier Milei
‘La casta’, el establishment político de los países de la región, es responsable de que nuestros ciudadanos hayan acogido las ideas de los líderes políticos populistas, que solo están empeñados en atornillarse al poder por el poder, renegando de los atributos de la buena gobernanza. Líderes que se sustentan en el clientelismo y la corrupción, antes que en la búsqueda del crecimiento y el desarrollo de sus pueblos.
Estas ‘castas’, como las llama Milei, mantienen y fortalecen estructuras políticas que se multiplican en expresiones de un estatismo voraz que solo asfixia al ciudadano y a las empresas, impidiendo la innovación, la creatividad y la vocación de desarrollo de millones de emprendedores.
La ‘casta’ es responsable del gran fracaso de Argentina, que hace 70 años sucumbió al socialismo peronista y renunció a ser una gran potencia global.
“Mi querido amigo: dele al pueblo, especialmente a los trabajadores, todo lo que pueda. Cuando le parezca que ya les está dando demasiado, deles más. Verá los resultados. Todos tratarán de asustarlo con el espectro de un colapso económico. Pero todo eso es una mentira. No hay nada más elástico que la economía, a la que todos temen tanto porque nadie la entiende”
Carta de Perón al General Carlos Ibáñez, recién elegido presidente de Chile. Publicada por Sebastián Edwards en su libro “Populismo o mercados, el dilema de América Latina”).
Recientemente, Chile, en solo 10 años, deshizo sus grandes avances sociales y económicos para caer, desde Bachelet II, en una crisis que casi los desquicia.
Pero como explica Gerardo Varela, de la Fundación para el Progreso de Chile, los chilenos rechazaron el proyecto constitucional que multiplicaba el poder de los políticos y de la burocracia sobre la vida y decisiones de las personas, y ahora están diseñando una nueva Constitución con mejores perspectivas.
En el Perú no hay nadie en la política que haya tomado la bandera de cuestionar a nuestro establishment político, que duerme tranquilo mientras miles de peruanos no tienen agua potable, por mantener una empresa pública como ícono del estatismo; o mientras nuestros niños sufren con una educación pública de pésima calidad, defendida con mentiras como las que desplegaba el ex ministro de educación, Jaime Saavedra, que pedía a las familias peruanas que sacaran a sus hijos de los colegios privados; o mientras nuestros sufridos ciudadanos deben atenderse en pésimos hospitales públicos, teniendo como replicar los exitosos y eficientes hospitales de las APP de ‘bata blanca’, Guillermo Kaelin en Villa María de Triunfo y Alberto Barton en el Callao.
El populismo es una alianza entre la mentira y la esperanza.
El populismo ha sido una de las mayores plagas de la política latinoamericana durante casi cien años.
Más allá de la valiente gesta propositiva de Fernando Cillóniz, desde la sociedad civil, en el Perú no hay nadie que levante las banderas de la buena gobernanza. ¿Hasta cuándo vamos a esperar???
Chile derrota a «La casta»
Fundación para el Progreso
Gerardo Varela
Publicado en El Mercurio
3 de setiembre, 2023
Hace un año se votó el plebiscito que mostró la victoria de la sociedad civil sobre la clase política y del sentido común sobre el delirio ideológico. Pero la batalla es permanente e indefinida. La natural inclinación de los que se dedican a la política es incrementar su poder e influencia. En 1990, la Constitución acordada limitaba el poder de la política sobre la sociedad civil que, complementado por un sistema electoral binominal, ordenaba al sistema político para evitar que concentrara todo el poder jurídico y económico en sus manos.
¿Cómo vamos a lograr transformar el Estado anquilosado y capturado por la ineficiencia y la burocracia en uno moderno y eficiente?
¿Un sistema político con poca renovación por uno dinámico?
¿Un país que salga del estancamiento por uno que recupere el crecimiento?
Con el tiempo, sin embargo, fue más fuerte creer el relato de que ese diseño era antidemocrático que entender y conocer que fue construido para proteger a la sociedad civil. La política nunca se sintió cómoda con ese diseño y lo fue deteriorando y erosionando. El Estado y la política fueron creciendo. Se modificó el sistema electoral jibarizando a los partidos y haciéndolos perder protagonismo frente a los políticos que –salvo honrosas excepciones– no tenían más lealtades que a su reelección.
El sistema tributario se modificó reemplazando uno que castigaba el gasto y premiaba el ahorro por uno que hacía lo contrario;
la iniciativa exclusiva del presidente en ciertas materias clave, cautelada por un control preventivo del TC, fue criticada y distorsionada;
se politizó el nombramiento de los jueces de la Corte Suprema y magistrados meritorios que fallaron en derecho –pero contra la política–, no ascendieron (Mera, Camposano, etc.).
Suma y sigue. Creció el número de parlamentarios, de ministerios y de regiones; la burocracia, el amiguismo y el clientelismo empezó a enseñorearse.
Los derechos sociales se impusieron sobre los personales y todas las pequeñas conquistas libertarias en salud, previsión y educación eran criticadas por poco inclusivas.
Pero nadie decía que quería reemplazar nuestra voluntad por la de políticos o tómbolas.
Los chilenos estábamos acomplejados y confirmábamos esa vieja frase que la libertad no se pierde por la fuerza de sus enemigos, sino que por la debilidad de sus defensores.
Arquitectura institucional
La culminación de ese proceso de degradación fue el estallido social.
Este se canalizó a través de un proceso constituyente que entronizaba a la política como protectora y administradora de nuestro futuro y de nuestras libertades. El proyecto constitucional rechazado multiplicaba el poder de los políticos y de la burocracia sobre la vida y decisiones de las personas.
A eso, y por abrumadora mayoría, Chile le dijo que no. Los chilenos no querían volver atrás a un sistema que colapsó políticamente y quebró económicamente el año 1973.
Para no sufrir la mala suerte del hindú que se reencarnó en sí mismo, ahora es importante consolidar ese triunfo. Y a partir de él, lograr reconstruir la arquitectura institucional del país, volviendo a limitar el poder de la política sobre nuestras vidas y nuestra libertad.
Hoy, el desafío de las grandes mayorías no es solo redactar un texto constitucional, sino aunar voluntades y generar acuerdos que logren construir un relato que reencante a los ciudadanos con su Constitución y su política. Es hora de que los jóvenes que nos gobiernan maduren, escuchen y aprendan; dejen de mirarse el ombligo o de pensar en los últimos 50 años, y empiecen a pensar en los próximos 50.
¿Cómo vamos a lograr transformar el Estado anquilosado y capturado por la ineficiencia y la burocracia en uno moderno y eficiente? ¿Un sistema político con poca renovación por uno dinámico? ¿Un país que salga del estancamiento por uno que recupere el crecimiento?
Chile se cansó de tanto «regresismo» y quiere progreso.
En una generación pasamos de estar en el último lugar de Latinoamérica al primero. Hasta que Bachelet II mató el modelo.
Hoy Chile quiere una «sociedad de bienestar» y no un «Estado de bienestar», porque no quiere monopolios y menos estatales.
Con una política ordenada, el país es capaz de crecer y desarrollarse. Solo nuestra ceguera ideológica puede evitar que lo hagamos. Con la nueva Constitución tenemos la posibilidad de resetear el país. Ojalá no la desperdiciemos, porque peor que sufrir una derrota es no saber aprovechar un triunfo. Lampadia