Fausto Salinas Lovón
Exclusivo para Lampadia
El presidente Vizcarra es el más reciente Caballo de Troya de la política peruana.
El fujimorismo, con tremenda miopía, lo exhibió como trofeo de guerra de su absurda batalla contra Pedro Pablo Kuczynski. Metafóricamente hablando, lo pasearon por plazas y calles, como lo hicieron los troyanos en su momento, para alardear del triunfo frente a aquel en la vacancia presidencial obtenida mellando la Constitución.
Tardó muy poco en dejar salir a los enemigos que trajo consigo. Hace exactamente un año, 4 meses después de haber asumido, con el pretexto de la corrupción judicial develada por los audios del Juez Hinostroza y otros impresentables magistrados, dejó desembarcar a los primeros guerreros enemigos: Aguiar, el asesor de comunicaciones; Zeballos, el asesor jurídico; Gorriti, el administrador de los audios y, por supuesto, Salaverry, cuyo papel en la división del fujimorismo ha sido determinante. Y todos ellos comenzaron a trabajar mucho, pero no en la dirección necesaria para reformar la Justicia y erradicar la corrupción, sino en crear el escenario de confrontación política del cual no salimos.
En Una reflexión necesaria antes del Referéndum (Lampadia 07.12.2018), se advertía el peligro de que el presidente Vizcarra gane el Referéndum y “tenga la fórmula para seguir sobreviviendo políticamente y subiendo en las encuestas. Intimará al Congreso a cuanta reforma sea necesaria para mantenerse en el cargo y el Congreso, sin convicción constitucional alguna, le concederá cuanta reforma sea necesaria a fin de que no los despida”.
Poco tiempo después, en El PRESIDENTE VA POR MAS (Medium 02.01.2019) se señalaba que, si el presidente no es reconvenido por el Congreso y se le deja seguir teniendo iniciativas populistas a costa de la Constitución, el “presidente vendría por más” y que, “una inconstitucionalidad más que importa si el pueblo aplaude”.
Y así lo hizo.
El presidente Vizcarra desembarcó más enemigos de la voluntad popular del 2016: medios de comunicación molestos adictos a la publicidad estatal afectados por la Ley Mulder, encuestadoras financiadas con presupuesto público y empresas miopes, gobernadores recientemente electos ávidos de conocer Palacio de Gobierno y ahorrarse las colas presupuestarias en el MEF y cuentapropistas de la política como Salvador del Solar, que interpreta de forma magistral el papel de segundo en la efímera coyuntura política. Y de la mano de estos nuevos aliados, a quienes considero enemigos de la voluntad popular del 2016, el Presidente vino, como ya se advirtió, por más y planteo la Reforma Política y la Cuestión de Confianza. Por supuesto, mientras eso ocurría, las verdaderas tareas de gobierno quedaron en pausa: reconstrucción del norte, crecimiento económico, seguridad, inversión pública, atracción de inversión privada y empleo.
Lo ocurrido entonces este último 28 de julio no es más que el desembarque final de los enemigos más descarados de la voluntad popular: la izquierda marxista de Arana, Mendoza, Cerrón, Santos y Antauro. Vizcarra los ha dejado salir para que abran las puestas de la destrucción final del mandato popular del 2016. Los ha dejado salir para que disparen a la línea de flotación del esquema constitucional vigente, mediante agujeros constitucionales que luego abrirán paso a enmiendas en contra de la libertad de prensa, la libertad de empresa, la libertad de opinión y muchas otras libertades incómodas. Vizcarra ha hecho suyo el pedido de los derrotados el 2016 y en lugar de irse dignamente ante su incapacidad de gobernar y observar las reglas democráticas que le exigen concertar con la voluntad popular expresada también en un parlamento de distinta orientación política, ha cumplido su encargo final: destruir la voluntad popular del 2016 que nos dio un gobierno y un Congreso de un signo político determinado.
Proponer el adelanto de elecciones es eso, destruir la voluntad popular, no un gesto de desprendimiento político. Si de desprendimiento se tratará, bastarían tres líneas para decir renuncio.
Por todo ello, el Presidente Vizcarra es el Caballo de Troya de la política peruana reciente. Es el enemigo de la voluntad popular expresada en las urnas en abril de 2016 que le dijo no a la izquierda marxista y su propósito de cambiar el rumbo de nuestro país, que quería y busca cambiar la Constitución de 1993 para llevarnos a un modelo económico intervencionista y estatista que lleva inevitablemente al trágico destino venezolano. Vizcarra es el Caballo de Troya que ha buscado torcer esa voluntad popular y abrir también las puertas para la destrucción de la Constitución de 1993 que ha permitido el despegue económico, la reducción de la pobreza en los últimos 25 años y haber dejado de ser un país fallido.
El rol del Congreso es entonces más importante que nunca. El papel que le corresponda cumplir a Pedro Olaechea es histórico, como lo es el papel de las instituciones y de todos los peruanos: defender esa voluntad popular válida hasta el 28 de julio de 2021. Defenderla inclusive del grito efímero de las calles, de las encuestas, de algunos medios de comunicación y de las redes sociales que no pueden sustituir la voluntad ordenada y formal de millones de peruanos expresada en las urnas. Defenderla también de los mismos congresistas, cuya estupidez e in-idoneidad explica, pero no justifica, el grito anómico de algunos sectores.
Hacer respetar el mandato de las urnas implica hacer respetar la Constitución y sus reglas y puede implicar deshacerse del Caballo de Troya, cuyos relinchos antidemocráticos lindan cada vez más en la infracción constitucional y en los supuestos de vacancia. Lampadia