El mundo observa hoy absorto el estallido social que remece Brasil y se pregunta ¿Qué sucede en el país que se había convertido en la sexta economía del mundo y que, supuestamente, le había ganado la guerra al hambre y la pobreza? La realidad sale hoy a la luz, desnuda y sin maquillajes: El modelo económico brasileño, basado en políticas proteccionistas y asistencialistas, se hunde en la ineficiencia y la corrupción.
Por ejemplo, John Paul Rathbone, editor del Financial Times para Latinoamérica, ha señalado que mucho antes de la caída de los mercados, los inversionistas ya habían comenzado a retirar sus fondos de Brasil al ver que se había desgastado el brillo del milagro proclamado por sus gobernantes.
Los indicadores económicos brasileños confirman la apreciación de Rathbone. Según el reporte Perspectivas Económicas de las Américas del FMI (Mayo 2013, ver página 26), la economía brasileña se estancó en el 2012 al registrar un crecimiento de apenas 0.9% del PBI, y para este año se proyecta que crecerá apenas 3%. El 2011 ya había registrado una caída brusca, al haber crecido solo 2.4% después de haber llegado a 7.5% en el 2010. Además la inflación ya supera niveles de más del 5%. Si se compara la evolución económica de Brasil con la del Perú, nuestro país tiene de lejos mucho mejores resultados como se puede ver en el siguiente cuadro y en nuestro artículo Luces y sombras de la visita de Lula al Perú.
El “milagro” brasileño es en realidad un proyecto trunco. Empezó en 1993, en el gobierno de Itamar Franco, cuando el entonces ministro de Hacienda Fernando Henrique Cardoso impulsó una política estabilización de la economía que frenó la inflación y fijó las bases para el crecimiento económico. Luego Cardoso fue elegido presidente en dos períodos (1994-2002).
Lo que siguió después fue una década de gobiernos socialistas de Lula Da Silva y Dilma Rousseff, en la que Brasil retrocedió en vez de avanzar, al aplicarse políticas asistencialistas y proteccionistas que, según los analistas, dilapidaron gran cantidad de recursos del Estado y fomentaron la corrupción, precipitando al país a la crisis actual. Un caso ilustrativo es el de los maestros: El gobierno de Lula les concedió la jubilación a los 50 años con pensión equivalente a su último sueldo completo.
Otro ejemplo es la enorme cantidad de dinero que han destinado Lula y Rousseff a financiar programas asistencialistas, como Bolsa Familia-versión brasileña de Juntos-, que alivian la pobreza pero no la superan, como sí lo hace el trabajo que se genera con el crecimiento económico. El asistencialismo no da dignidad, la gente aspirante quiere dignidad para los suyos y para los demás. Ahí podría estar una de las explicaciones de las protestas.
Un estudio realizado por la investigadora Milene Peixoto, de la Universidad Estadual de Santa Cruz (El programa Bolsa familia y la pobreza en Brasil: Mucho más que números a considerar), señala que en menos de diez años, Bolsa Familia se convirtió en el mayor programa de reparto condicionado de dinero en el mundo: En mayo de 2012 atendió a 13.4 millones de personas. El presupuesto destinado hasta abril de 2012 fue de más de US$ 3,000 millones.
Este dispendio es una de las causas por las que en el 2012 Brasil acumuló una enorme deuda pública, equivalente al 69% de su PBI (FMI).
Brasil recauda –según Rathbone- US$ 400 mil millones en impuestos al año, cifra equivalente al 35% de su PBI y similar al peso fiscal del Reino Unido. Sin embargo, los brasileños protestan porque los servicios de salud pública, educación,transporte público, y otros son de pésima calidad, muy lejos del estándar británico.
Otro aspecto muy importante de la decepción con el desarrollo brasileño es el referido a la inseguridad y la corrupción . Esta última se manifiesta desde los más altos niveles del gobierno y hay una sensación de impunidad generalizada.
El último paradigma de la izquierda latinoamericana, el “estado de bienestar brasileño”–alcahuete del socialismo bolivariano, proteccionista, repartidor de dinero y de prebendas, – se está desmoronando por su inviabilidad y la protesta popular. El “gigante” tenía los pies de barro.
Nota relacionada:
La lección de Brasil: El costo de no crecer (IPE, 27 de junio, 2013)