Jaime de Althaus
Para Lampadia
Ha sido una gran noticia el holgado triunfo de Milei en Argentina. Los 11 puntos de ventaja le dan un respaldo y una legitimidad que deberían servir para disuadir una oposición férrea y hasta violenta del peronismo y sus sindicatos a las medidas que adopte el gobierno del presidente electo.
Porque es claro que lo primero que tendrá que hacer Milei, al día siguiente de su asunción al poder, junto con mostrarles a los argentinos los espacios de prosperidad que ha ofrecido el liberalismo, será un ajuste muy duro de las tarifas públicas subsidiadas. Un shock que puede dejar a la gente muy golpeada. Ya lo dijo: no habrá gradualismos. No repetirá el error que cometió Macri de introducir desembalses y reformas de manera gradual, que al final solo sirvieron para agravar la inflación, de la misma manera como nos ocurría a nosotros en los 80 con los “paquetazos” parciales.
En la Argentina están subsidiados la electricidad, el gas, el agua potable y saneamiento y el transporte. Esos subsidios alcanzan alrededor de 3.5% del PBI, una cifra muy alta, que es la causa de la inflación, pues los impuestos no alcanzan y en consecuencia el Banco Central debe emitir dinero para solventarlos.
Lo primero, entonces, será sincerar esos precios, lo que sin duda va a golpear fuertemente el bolsillo de los argentinos. El camino a la dolarización producirá una devaluación adicional y la liberación del tipo de cambio, suprimiendo los tipos múltiples, probablemente también suba los precios. Es probable, entonces, que en ese momento no elimine el presupuesto destinado a los programas sociales, que suman 1.3% del PBI. Por lo menos no eliminará la parte de ese gasto destinada a programas alimentarios. Seguramente lo hará -eso sí, gradualmente- cuando, como consecuencia de equilibrar el gasto fiscal, ya no haya inflación, que es el peor castigo a los pobres.
Ese será su primer logro: el abatimiento de la inflación, que vendrá también como consecuencia de la dolarización de la economía, si logra ejecutarla. La liberación del tipo de cambio y de los controles, permisos y licencias, y la abrogación de los privilegios rentistas -la libertad económica, en suma-, ayudarán a traer inversión, que producirá crecimiento acelerado y reducción de la pobreza.
El problema que tiene Milei es que carece de mayoría en el Congreso y tendrá a los poderosos sindicatos peronistas en contra. Entonces tendrá dificultad para aprobar reformas fundamentales, como las privatizaciones. Pero el ajuste fiscal y la supresión de los subsidios sí debería poder hacerlos por decreto del Ejecutivo.
En su discurso ha mantenido el ataque a la “casta” y a sus privilegios. No ha extendido una rama de olivo al peronismo, aunque ha llamado a que se sumen todos los que quieran hacerlo. Mantener el ataque a la “casta” puede convertirse un arma política para presionar y obtener los cambios, aunque pueda eventualmente llevar una confrontación con un congreso mayoritariamente opositor, controlado precisamente por la “casta”. Una suerte de populismo político liberal sin precedentes, porque Fujimori, por ejemplo, que también atacó a la partidocracia mientras aplicaba un programa económico liberal, llegó al poder con un discurso más bien populista. El Milei de esa elección fue Vargas Llosa.
Milei se siente el primer presidente liberal y libertario de la humanidad. Así lo dijo. Hay allí un grado de mesianismo que debería servirle para inspirarse y mantener el rumbo, pero no para perder la cabeza ni la noción de los límites. Lo cierto es que si tiene éxito -y ojalá lo tenga- no solo Argentina volverá a ser potencia mundial, sino que ayudará a cambiar el paradigma ideológico y político en América latina. Quedará en evidencia una vez más, pero ahora de manera radical, qué funciona y qué no funciona. Lampadia