Fernando Rospigliosi
Para Lampadia
La mayoría de desavisados y descuidados ciudadanos guarda sus ahorros en un banco, invierte en fondos mutuos o acciones o, en última instancia, esconde sus caudales bajo el colchón de su cama. Son tan cándidos que no se han dado cuenta que la manera más segura y rentable de hacerlo, es guardarlo en el baño de la oficina -no de la casa-, como hace el secretario de Pedro Castillo.
Eso sí, siempre y cuando ese baño esté en Palacio de Gobierno, un lugar absolutamente seguro, salvo que se cometa la torpeza de dejar las evidencias del tráfico de influencias, chantaje y delitos conexos en un chat, en cuyo caso los fajos de billetes verdes ya no están completamente protegidos de una incursión de la fiscalía.
Bromas aparte, es muy obvio que se trata de un caso de flagrante corrupción. Que le encuentren esa cantidad en efectivo al secretario de Pedro Castillo, al mismo individuo al que se le acaba de descubrir tratando de favorecer empresas que hacen millonarios negocios con el Estado o a individuos que practican la minería de manera dudosa, indica que muy probablemente se trata de un soborno, el pago por alguna gestión realizada desde la cúspide del poder.
La justificación de ese individuo es, por supuesto, ridícula, más grotesca aún que la del parlante de la vecina de Luis Barranzuela. Si bien tiene un sueldo altísimo, que ya quisieran ganar millones de peruanos, sus emolumentos netos en los tres meses que lleva en ese cargo suman unos US$ 15,000. Aún en el caso imposible que no gastara nada, las cifras no cuadran. Y de seguro, si la fiscalía revisa algún día sus cuentas, se demostrará que ese dinero no provenía de fuente legal.
Además, por supuesto, que a nadie en su sano juicio se le ocurriría guardar sus ahorros en efectivo en el baño de su oficina.
Adicionalmente, se puede inferir que luego del escándalo y cuando su jefe, Castillo, lo despidió ante la enorme presión pública, el sujeto en cuestión debe haber limpiado todo lo que consideraba comprometedor o valioso. Si solo hubiera tenido un paquete de dólares, es improbable que lo olvidara. Aunque es cierto que la gentuza que ha llegado al gobierno con Castillo está saliendo rápidamente de la pobreza -como les prometió su cabecilla-, tampoco US$ 20,000 se olvidan fácilmente. A menos, claro está, que ese haya sido solo uno de los paquetes que recibía por sus destacados servicios a la Nación. En ese caso, se explica su negligencia.
Como ocurrió, dicho sea de paso, con los dinámicos del centro que, advertidos de los allanamientos que se venían, olvidaron una maleta repleta de billetes, seguramente una de las tantas que atesoraban.
Este es el último de una ininterrumpida cadena de escándalos desde que Castillo se instaló en el gobierno. Nunca, ni una sola vez, ha dado una explicación a los ciudadanos del Perú, como está obligado a hacer un funcionario público en una democracia. Solo los dictadores tienen ese comportamiento y, aunque todavía no ha cumplido su propósito de instaurar una dictadura chavista, su desempeño no deja lugar a dudas sobre su verdadera entraña autoritaria.
Su diatriba del martes pasado en Huancavelica, contra el Congreso y los medios de comunicación -no le dará el dinero del Estado, como si fuera de su bolsillo, a los que lo critiquen-, muestra claramente cuales son sus blancos favoritos. Cuando tenga la fuerza para hacerlo, cerrará el Congreso y suprimirá la libertad de prensa.
Todavía hay una ventana de oportunidad para impedir que eso ocurra. Pero se cerrará pronto. Lampadia