Jaime de Althaus
Para Lampadia
El gobierno se radicaliza. El lanzamiento de la llamada segunda reforma agraria los juntó a todos: Castillo, Bellido, Maraví, Bermejo, con discursos cada uno más incendiario que el otro. En realidad, ese evento fue un acto político destinado a crear el clima para acelerar la marcha hacia el cierre del congreso y la instalación de la asamblea constituyente, con la finalidad de concentrar el poder y perpetuarse. Bellido atacó al Congreso y amenazó con cerrarlo, y llamó a firmar los planillones para el referéndum constitucional. El propio presidente Castillo volvió a hablar de una nueva Constitución.
Allí también se terminó de instalar la fábrica de enemigos del pueblo. Abundaron los ataques no solo al Congreso, sino también a los medios, a los grupos de poder, a Keiko Fujimori…, todos confabulados contra el pueblo, sea oponiéndose a la asamblea constituyente, sea subiendo los precios, sea explotando o “ninguneando” a los agricultores.
La pulsión creadora de enemigos llegó a niveles de delirio cuando el presidente Castillo resucitó a fantasmas que habían muerto hace más de 45 años: “Acabemos con los patrones y los hacendados porque ellos ya no comerán del sudor de los pobres y los campesinos”. Se trata de infundir una épica revolucionaria a como dé lugar.
La tesis del Presidente es que luego de la reforma agraria la explotación y la desigualdad se han vuelto a instalar en el campo. “Basta de lastimar al campesino…. Luego de la primera reforma agraria hemos vuelto a ser ninguneados los agricultores… Luego de haber pasado más de 50 años, al fin el Perú se pone de pie para acabar con la explotación y la desigualdad sobre la que se sostiene el agro”.
La verdad es que la reforma agraria de Velasco -más allá de responder a una demanda histórica- fue tan mal ejecutada que empobreció el agro nacional, y más bien este se ha recuperado aceleradamente en las últimas tres décadas. Sobre todo el andino. Es cierto que en las últimas dos décadas el ministerio de agricultura no ha cumplido su función de apoyo técnico a la agricultura familiar andina, pero en los 90 sí tuvimos agencias estatales eficientes como Pronamach, Foncodes y Provias Rural que impulsaron la integración al mercado y la producción campesina.
Y por eso es que, como demostró Richard Webb en su libro “Conexión y Despegue Rural”, los ingresos rurales crecieron a partir de los 90 proporcionalmente más que los ingresos de los sectores urbanos. Por supuesto, la distancia respecto de los sectores urbanos avanzados sigue siendo grande, pero los campesinos peruanos han mejorado su posición relativa en la sociedad como nunca antes en la historia. En el siguiente gráfico podemos ver cómo de tener un ingreso per cápita estancado a lo largo de cien años, este creció a 7.2% por año en promedio a partir de 1994.
Por eso es que la pobreza se redujo sustancialmente en los últimos 30 años y los niveles de desnutrición infantil se redujeron también significativamente. No solo eso. La verdad es que la famosa primera reforma agraria, sumada a las políticas económicas de los 70 y 80, empobreció a los campesinos andinos y costeños. Esas políticas les despojaron de su mercado. Con la finalidad de mejorar la alimentación popular, los gobiernos subsidiaron los alimentos importados que ya venían subsidiados en sus países de origen. Entonces, por ejemplo, el fideo artificialmente barato desplazó a la papa -que es el producto emblemático del campesino andino- y el consumo per cápita de papa bajó, para recuperarse a partir de los 90 con el cambio del modelo económico, como podemos ver en el siguiente gráfico:
Con la producción lechera ha ocurrido lo mismo. Por supuesto que el Estado podría ayudar a difundir aun mas las tecnologías que multipliquen la productividad de las familias andinas, tales como micro reservorios familiares, riego por aspersión, pastos cultivados y otras. Esto es algo que ya ha venido ocurriendo, de manera espontánea, impulsada, entre otros, por el programa de Sierra Productiva, que nunca ha recibido -es cierto- el apoyo del ministerio de Agricultura. Esperemos que ahora sí ocurra.
Como en otros terrenos, el modelo económico, contenido en la Constitución del 93, ha reivindicado al campesino andino y le ha permitido recuperar su mercado interno. Quien ha fallado es el Estado, sobre todo en lo relativo a los servicios agrícolas y a los de educación y salud. Esa es la revolución que el gobierno debe abordar. Si regresamos al modelo proteccionista y estatista de los 70 y 80, la producción campesina volverá a caer. Cambiemos el Estado, no la Constitución. Lampadia