Comentario de Lampadia:
Mientras Bachelet planea inmensas inversiones en Codelco para incrementar la producción de cobre de Chile, Correa, en Ecuador, promueve la minería y España se vuelca nuevamente a la actividad minera (tal como se observa en el artículo que presentamos líneas abajo), en el Perú, hemos tenido ya casi 4 años en que dejamos de promover al más grande y potente motor de nuestra economía: la minería.
Como dice el dicho popular: ‘El que quiere celeste, que le cueste’.
Lamentablemente este costo no solo afeta a los políticos que han generado esta situación, también afecta a los ciudadanos, especialmente a los pobres, porque muchos de ellos seguirán siendo pobres por el menor crecimiento de la economía.
Por J.A. Unión
(El País, 16 de Junio de 2015)
A través de la mina de Riotinto, del pueblo y de la comarca, se puede repasar toda la Historia de España. Allí estuvieron los romanos, allí buscó Felipe II (sin éxito) mineral para financiar sus guerras europeas y de allí salieron el cobre y el azufre hacia medio mundo durante la segunda revolución industrial. Ahora, está localidad onubense se ha colocado a la cabeza del penúltimo intento de una industria, la minera, que se resiste a los augurios que, con el carbón en sus horas más bajas, anuncian su final. En este momento hay seis minas metálicas abiertas y otra veintena de proyectos para sacar cobre, wolframio, zinc, plomo, uranio o tierras raras repartidos por Andalucía, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Extremadura, Galicia y Murcia.
La reapertura de la histórica Riotinto avanza imparable. Y, para gozo general de sus vecinos, la empresa EMED Tartessus, filial de una compañía chipriota, espera empezar a producir los primeros concentrados de cobre al final del verano. Igual que allí, detrás de muchos de esos proyectos hay pueblos empeñados en recuperar su forma de vida y la prosperidad económica.
Pero también hay numantinas resistencias. A finales del año pasado, por ejemplo, un fuerte movimiento de protesta consiguió que el Principado de Asturias vetase la apertura de la mina de oro de Salave. Eso mismo intenta conseguir un grupo de vecinos con un proyecto para sacar uranio en Retortillo (Salamanca, 256 habitantes). Jesús Cruz, uno de los impulsores, asume que su protesta no lo tendrá fácil en mitad del Campo de Yeltes, una comarca remota, despoblada (7,7 habitantes por kilómetro cuadrado) y envejecida (el 43% tiene más de 60 años).
“Ahora el uranio está a 35 dólares la libra, pero tengo claro que si vuelve a estar a más de 100, como estuvo en 2007, esto no lo para nadie”, dice otro vecino en el balneario de Retortillo. Abierto en 1905 a orillas del río Yeltes, en el establecimiento ya han notado nítidamente que cada vez que alguien dice en voz alta “mina de uranio” pierden un cliente, así que les espera un futuro más que negro si algún día llega a arrancar la explotación.
La cotización de los metales está bajo presión desde hace muchos meses, por el descenso de la demanda en China, principal consumidor, con precios muy bajos del petróleo y muy altos del dólar. Sin embargo, el sector augura cierta estabilidad. “Algunos analistas son optimistas y otros no”, dice Christopher Ecclestone, especialista en minería del banco de inversión neoyorkino Hallgarten & Company. “Yo sí lo soy, particularmente en España, pues sus recursos están en metales que seguramente suban: zinc, plomo, estaño, tantalio, wolframio…”.
De esos precios dependerá el futuro de los proyectos. Pero también de decisiones políticas, de si las Administraciones españolas (Andalucía, Extremadura, Castilla y León, el propio Gobierno Central…) continúan remando a favor. O del empuje de la Comisión Europea con su plan para asegurar el abastecimiento de materias primas para el continente, que hoy importa en su mayor parte: el 100% de minerales como el cobalto, más del 80% del platino o la mitad del cobre. En un mercado tan global como el de los metales, lo que se trata de asegurar es la variedad de fuentes; que ningún metal dependa de uno o dos países que puedan controlar su producción. Además, el momento de debilidad económica impulsa a los Gobiernos a buscar nichos de empleo en todas partes, incluso en esas que en el imaginario colectivo parecían ya algo del pasado.
A principios de los años sesenta había en España más de 400 explotaciones activas de minería metálica, sobre todo, de hierro y plomo. Era casi el mismo número que de minas de carbón. Pero mucho antes que el carbón entrara en fase terminal, sobreviviendo a base de subvenciones, la minería metálica dejó de ser rentable porque en muchos otros lugares del mundo era más barato obtener un mineral, encima, de más calidad. En 2005, después de una gran crisis en el sector, el número de explotaciones se redujo a tres.
Pero como el mundo de la minería va por ciclos, la curva de los gráficos en las bolsas cambió de dirección y volvió el interés por rebañar unos recursos que se habían quedado a medio explotar. Aguas Teñidas, en Huelva, fue la primera en reabrir, en 2007. Le siguió la de Cobre las Cruces (Sevilla), en producción desde 2009, y Boinás (Asturias) en 2011. Para el año que viene ya serán tres más.
Avalancha de proyectos
Las peticiones de investigación se empezaron a multiplicar en torno a 2010. Una portavoz del Gobierno de Extremadura habla de “una avalancha de proyectos” para buscar oro, cobre, níquel, zinc, plomo, antimonio, uranio, wolframio, estaño y litio. Desde marzo de 2012, la Junta de Andalucía ha sacado a concurso 634 derechos que ocupan una superficie superior a las 421.000 hectáreas. La nueva fiebre del metal estaba servida en un contexto de crisis que iba inclinando la balanza a su favor.
En la Cuenca Minera de Huelva, con Riotinto en el centro, lo difícil es encontrar oposición alguna a la mina. En los siete municipios que componen la comarca, la tasa de paro rozaba el año pasado el 40%. Cuando hace unos meses una empresa de contratación recorrió los pueblos recogiendo currículos para la reapertura de la mina, las colas eran kilométricas, recuerda Manuel García: “Había gente que se ponía a guardar fila de madrugada”. García tiene 54 años y trabajó muchos en empresas que prestaban sus servicios a la mina. “Cuando estaba abierta, esto tenía riqueza”, relata junto a la estatua de un minero que preside la plazoleta del Ayuntamiento. “Todo el mundo comía de la mina. Las casas eran gratis, las pagaba la empresa; las fiestas, igual. Ahora la vida es deprimente. La juventud se va. No hay trabajo”, EMED Tartessus calcula que dará unos 400 empleos directos y 1.200 indirectos.
Desde el nombre (Minas de Riotinto) hasta el último rincón, en el pueblo todo tiene que ver con la minería. Siglos y siglos de explotación han creado unos paisajes marcianos, de roca despedazada y colores llamativos. Entre los clientes de cualquier bar, el visitante encontrará con facilidad a numerosos exmineros. “En cueros, en cueros trabajamos”, exclama en la terraza de una cafetería el octogenario Manuel. Se ha puesto nervioso con las preguntas; de repente, le ha dado un pequeño ataque de temblores que le agarrotan piernas y brazos. El resto de parroquianos le sujetan, le tranquilizan y enseguida se pasa. A su lado, otro vecino lo explica: “Toda la vida en la mina, tragando porquería…”.
La minería da, pero también quita. Las condiciones de trabajo ya no tienen nada que ver con aquellas que sufrió Manuel: hoy están casi todos los puestos mecanizados, y la mayoría de los mineros trabajan dentro de aparatos y vehículos con aire acondicionado. Pero los temblores de ese hombre recuerdan que el estilo d evida que añoran ha jalonado la historia del lugar de puntos negros y protestas sociales que han acompañado la bonanza económica. Esta alcanzó su punto álgido a finales del siglo XIX y principios del XX de la mano de la empresa británica Rio Tinto Company Limited, dueña de la mina hasta 1954. A partir de entonces comenzó un declive que terminó con el cierre al inicio del siglo XXI por la brutal bajada del precio del cobre.
El final de la mina empujó a la jubilación al ingeniero Ramón Martínez. Pero no le costó decir que sí cuando, en 2009, le llamaron para participar en la reapertura. Lo cuenta frente a un gigantesco agujero de 4.5 kilómetros cuadrados –la corta de Cerro Colorados- y mientras señala a la zona de “levante”, por donde pretenden seguir excavando. La mayoría de las minas metálicas están hoy, como esta, a cielo abierto: se colocan cargas de explosivos, se hacen estallar y se va sacando el resultado en camiones hasta vaciar una montaña. Los vehículos bajan y suben por las pistas que se van haciendo en las laderas de la corta hasta crear ese gran agujero que pare el molde boca debajo de una pirámide azteca.
Martínez muestra después la balsa de residuos, que es sólida y completamente segura, dice. Responde así, con toda rotundidad, a las preocupaciones de Ecologistas En Acción, que teme por el río Odiel y la Ría de Huelva.
Miedo a otro desastre
En España, la imagen de estos peligros es sin duda la de la mina de Aznalcóllar (Sevilla), cuyo proceso de apertura hoy está parado por presuntas irregularidades en el concurso de adjudicación. Allí fueron algo más de cinco millones de metros cúbicos de lodos se vertieron 1998 tras la rotura de su balsa, provocando graves daños en el entorno del río Guardiamar y de Doñana. La contención y regeneración del desaguisado costó 240 millones de dinero público.
“La Administración no tiene personal suficiente para controlar y hacer cumplir la legislación minera y medioambiental”, se despacha Antonio Ramos, de Ecologistas en Acción. “En general, el minero va a sacar el máximo beneficio caiga quien caiga. Vienen, se llevan sus subvenciones europeas y nacionales y procuran ahorrarse el último duro. Y cuando han sacado todo el mineral, se largan, dejando detrás porquería y sueldos de hambre”.
Muchos especialistas hablan de nuevas seguridades técnicas que deberían mitigar los recelos ecológicos. Y de corresponsabilidad, es decir, de la contradicción de querer más coches, más teléfonos inteligentes, más aire acondicionado y más calefacción, pero rechazando a la vez que los materiales con los que se construye todo eso se saquen cerca de su casa. “Las cosas siempre se pueden hacer bien, mal o regular”, dice José Antonio Espí, profesor de la Escuela de Minas de la Politécnica de Madrid. Puede haber minas en Europa y exigirse que sean lo más respetuosas que sea posible con el entorno, asegura, pero eso hará productos más caros que si el mineral se extrae sin esas garantías a miles de kilómetros de distancia.