Juan de Althaus
Desde Ecuador
Para Lampadia
En Ecuador está desplegándose desde hace algún tiempo una guerra interna parecida a la que se vivió en el Perú durante la confrontación contra Sendero Luminoso, con la diferencia que el terrorismo ya no es ideológico-político, sino de los mercaderes de la muerte, a secas.
La irrupción en TC TV en Guayaquil, calculada para producir un efecto de terror en la población y el Estado, se realizó luego que la fiscalía nacional presentó judicialmente el caso “Metástasis” revelándose la extensión y pluralidad de modalidades de las actividades narcoterroristas en casi todas las esferas sociales.
Es una estrategia de la industria y comercialización de un objeto de consumo masivo inédito como son las “sustancias sujetas de fiscalización”, concepto jurídico que las define. Estos son objetos-muerte, como los calificaba Eric Laurent, que se venden en el mercado globalmente.
Hay estudiosos del tema que, ante el fracaso de la “guerra contra las drogas”, proponen legalizar las drogas internacionalmente y de forma integral, dedicando los recursos de la represión a programas de salud y laborales, de tal manera de minimizar el tráfico de las mafias. Así lo han hecho la República Checa, los países bajos, Portugal y Suiza.
Las trasnacionales narcotraficantes funcionan con una estructura perversa que promueven la pulsión de muerte globalmente. Aprovechan la promoción “sin límite” de goces excesivos impulsados por el consumismo desbordado. Se colocan en el lugar del que tiene la certeza que los consumidores gozarán hasta la muerte con la venta de sus objetos-muerte. Apuntan a que el consumidor goce de su angustia y sufrimiento con la demanda recurrente de la droga, que se promociona inicialmente como un elixir de la felicidad. Promueven en ese sentido las adicciones a estas sustancias, las cuales se ofertan a la sombra de los otros objetos de consumo como los tecnológicos. En ese sentido, los ofertantes se anulan como sujetos, son solo instrumentos para que los otros satisfagan sus excesos mortíferos.
La juventud es su principal mercado y la cantera de reclutamiento de sus dealers y sicarios o gatilleros. Las dudas, vacilaciones y desorientaciones de los adolescentes en medio de la vulnerabilidad social, son el caldo de cultivo. Son jóvenes desplazados y exiliados del sistema productivo, que no logra incorporarlos, transformándolos en desechos humanos. De esta masa de populacho se alimentaron las huestes nazis de Hitler, Mussolini y Franco, no hay que olvidarse. Pero con el narcoterrorismo no hay ideologías políticas, solo es el dinero por el dinero a cualquier precio. Estos jóvenes son entrenados para matar y vender droga a la fuerza, siendo la violencia su modus vivendi, despreciándose la palabra. Los que no eligen ese camino destructivo, escapan como migrantes hacia el norte, sin ninguna garantía.
La ambición desmedida de los carteles y sus aliados los conduce a extender sus negocios ilícitos a las extorsiones, la minería ilegal, tráfico de personas, blanqueo de capitales, corrompiendo los estamentos del Estado y sectores de la empresa privada y las finanzas. Hay sectores en las ciudades donde han cerrado todos los pequeños y medianos negocios, aterrados de no poder pagar las “cuotas” al ser amenazados de muerte los dueños y sus familias. Este panorama produce terror en la ciudadanía con el mismo mecanismo perverso y constriñe las actividades diversas de la economía y la cultura, amenazando directamente al Estado de derecho democrático. Tales condiciones indeseables producen una sensación extrema de orfandad e indefensión en la ciudadanía.
La indolencia de varios gobiernos ha permitido el desarrollo de este cáncer que debilita los vínculos sociales. El gobierno de Noboa recién reacciona a la altura con la declaración de un estado de guerra interno al nombrar a estas organizaciones como narcoterroristas, lo que implica la intervención, bajo su comando, de las FFAA en todo tipo de operativos. El éxito de su accionar calma en algo el miedo de los ciudadanos. Sin embargo, los resultados de esta guerra interna son impredecibles. El mercado mundial sigue demandando en forma creciente los objetos-muerte, y las mafias se acomodan a los nuevos cambios eficientemente. A su vez, hay que afirmar que estas estructuras siniestras deben ser derrotadas con los medios que la democracia proporciona.
Ya Freud señalaba que hay que diferenciar el miedo de la angustia.
El miedo se produce frente a un peligro externo definido y el sujeto reacciona por autoconservación tomando diferentes medidas, incluyendo la fuga. Bien manejado, el miedo es útil para enfrentar los peligros externos que dañan el tejido social.
La angustia, más bien, es un afecto que se siente en el cuerpo de diferentes maneras (falta de respiración, taquicardia, etc.) porque el lenguaje no sirve para dar cuenta de ella. Tiene la peculiaridad de originarse desde el interior del aparato psíquico del sujeto, sin que la cause un peligro externo específico.
Jacques Lacan sostiene que la angustia es cuando “la falta falta”, es decir, cuando a alguien le falta algo, busca cubrir esa falta haciendo y diciendo cosas; lo que significa que moviliza su propio deseo. Es como en el amor: el amante le dice al amado “me haces falta”. Si alguien no desea nada, no le falta nada; no hay interrogación, o una pregunta como “¿qué me falta para seguir adelante o conseguir tal o cual objetivo?” Cuando aparece la angustia, que es momentánea, el sujeto puede petrificarse y su deseo se obnubila y los recursos psíquicos de defensa del sujeto quedan en el aire, sus pensamientos y palabras no logran capturar lo que le sucede, hay un fuera de sentido, un enigma.
Por otro lado, esa angustia, que es constitutiva para cualquier ser humano, es función de una señal que no engaña, de la presencia extrema de un vacío subjetivo irrepresentable, sin significación alguna. Hay la certeza de que quiere decir algo, pero no se sabe qué. Esta encrucijada puede paralizar al sujeto, sin embargo, también la angustia es productiva, ya que puede causar el deseo de salir de ese pozo sin fondo, inventándose algo para poder calmarla y que el sujeto continúe trabajando para lograr sus deseos. Entonces, no se trata de eliminar la angustia, sino usarla para salir del sentimiento de desesperación que resulta insoportable, como un resorte para salir del atolladero. No es deseable ceder ante la presencia extrema de la ausencia de sentido y de imaginación, de falta de brújula, que se experimenta con la angustia. Una situación traumática como los acontecimientos de una guerra pueden detonar la angustia, haciendo converger el miedo y la angustia, en el sentido que esta última es el miedo al miedo. Lampadia