Raúl Romero Salazar
Para Lampadia
“Nosotros demandamos el cierre inmediato del Congreso porque el pueblo lo rechaza y ya no representa a nadie”
Esta frase, dicha en los medios o coreada en las calles es uno de los slogans más potentes en el escenario político peruano.
“Rechazo al congreso llega al 85%”
Este terrible dato de las encuestadoras se recibe ya con indiferencia. Como quien oye a los cuculíes decirnos que el día ha comenzado.
Sin embargo, el efecto que la baja popularidad del Congreso tiene hoy en la situación política del Perú es inmenso. Y es fatal para la democracia.
Este efecto se manifiesta en las opiniones y actitudes de los ciudadanos con respecto a cada acto de ese poder del estado.
Se manifiesta en los actos del ejecutivo, que, en este escenario de antagonismo, sabe que todo lo que emprenda contra el Congreso le dará al ejecutivo el beneficio que ese rechazo le granjea.
Se manifiesta en el presidente de turno, que sabe que puede manipular esa repulsión a favor de eventuales planes autocráticos suyos.
Se manifiesta en las iniciativas o el voto de algunos congresistas que, buscando revertir esa impopularidad, proponen o apoyan iniciativas legislativas desesperadas e insensatas.
Se manifiesta a través de los partidos radicales de izquierda, con presencia significativa y creciente en la formación de la opinión y el voto ciudadanos, que aprovechan el consenso que el Congreso genera en su contra para alimentar planes no democráticos.
Se manifiesta en castas progresistas que juegan maliciosamente con el “que se vayan todos” en busca de nuevas correlaciones de poder más favorables.
Se manifiesta en la prensa y en las opiniones de colaboradores y analistas, que, siempre sensibles a lo que intuyen como correcto y a veces como popular, ya ni siquiera se plantean salir en defensa de ese poder del estado aún si pudiera este tener actuaciones positivas y hasta impecables.
Se manifiesta en el hecho de que, llevada por una magistral malicia en la gestión de odios, la población peruana haya votado en referéndum en contra de la reelección de congresistas en lo que podría calificarse como un autogol popular.
Una democracia no puede funcionar si el Congreso sufre este abrumador rechazo.
Con todas esas consecuencias tan nefastas, ¿no valdría la pena ayudar a que esa percepción al Congreso se hiciera más pulcra, aunque parte de esa percepción los propios congresistas la abonen?
Es decir, si esa percepción tuviera un elemento que proviniera de un equívoco, de un desconocimiento o incomprensión que agravara el mal resultado que el propio Congreso con sus acciones ya genera, ¿no sería de suma utilidad tratar de sacar ese error de la ecuación y con eso generar una percepción más justa y útil?
Mi parecer es que las encuestadoras y en general quienes generan opinión (las encuestadoras lo hacen indirectamente) caen en ese error de comprensión del que hablo y ayudan, sin querer, a que se agraven las cosas.
La suma de descontentos que podría ser válida como resultado en una encuesta acerca de, por ejemplo, un político, no es válida en una encuesta sobre el Congreso.
La conducta de ese político está dirigida por motores unitarios: su voluntad, su interés, aspectos personales que lo determinan, contingencias, etc. y por lo tanto, toda su conducta en conjunto puede arrojar un resultado imputable y achacable a él como sujeto de opinión y voto.
La conducta del Congreso, en cambio, no solo no está dirigida por múltiples unidades de dirección, sino que ni siquiera está dirigida por “algo” o “alguien”.
El congreso es incapaz de tomar decisiones porque su estructura no se lo permite. El congreso solo arroja resultados. Cada uno de estos resultados no es una decisión del Congreso como conjunto, sino, solamente, el producto de una combinación determinada de votos y proviene de la decisión de cada célula componente (cada congresista).
¿Sería deseable que en torno a ciertas cosas el Congreso fuera unánime? Sí. Sería muy bonito, pero eso es algo que no le corresponde a su esencia y a su naturaleza y, por lo tanto, a él como entidad, no debería castigársele si eso no sucede.
Me explico:
- El ciudadano no ha votado por el Congreso. Ha votado por dos congresistas. Nada más.
- Los demás ciudadanos han votado por otros congresistas en función de ideas y propuestas con las que tú no comulgas, es decir, lo que tú esperas del Congreso, en verdad, solo deberías esperarlo de tus dos congresistas y lo que ellos logren o no logren imponer de su programa debería ser comprendido por ti como aquello que ellos alcanzaron a gestionar en ese contexto adverso o no exento de obstáculos.
- El Congreso no es un organismo unitario. Casi no es un organismo. Es la suma, en un lugar muy bonito, de distintas “células” (congresistas). La ley, precisamente para contra restar (no eliminar) esa naturaleza individual, les hace presentarse a las elecciones dentro de partidos y luego actuar en el congreso dentro de partidos, pero eso no anula el hecho de que su naturaleza (la del Congreso) es no tener una voluntad propia.
- Es esperable que los congresistas busquen consensos, pero es más importante que ellos sostengan, a través de sus decisiones, la representación y el compromiso que el voto de sus electores les genera y, siendo ideal que ambas cosas concurran, es comprensible y es sano que los parlamentarios prefieran lo segundo.
Teniendo en cuenta todos estos elementos, pienso que la sociedad peruana es víctima y actor a la vez de una dramática confusión en perjuicio del Congreso y de la democracia.
Durante los meses en que un sector del Congreso buscaba la vacancia y el otro la impedía, los ciudadanos a favor de lo primero, frustrados porque “el Congreso” no lograba la vacancia, maldecían y despotricaban del Congreso. Por su lado, los ciudadanos en contra de la vacancia, enervados por esos intentos, coincidían con el otro sector en sus opiniones sobre el parlamento.
Por supuesto que las encuestas, con la pregunta ciega “aprueba usted la actuación del Congreso”, suman ambas opiniones como descontentos cuando en verdad, los ciudadanos de un lado y del otro, de modo general, estaban de acuerdo con lo que los congresistas de su posición estaban haciendo.
Una suma falaz, injusta y, sobre todo, perniciosa.
Estoy convencido de que si se les preguntara a los encuestados solamente cómo evalúan la actuación de su congresista elegido, los niveles de aceptación darían un salto hacia arriba y pienso que esa es la única pregunta válida porque no parte de un equívoco.
¿Por qué tendría un votante de derecha estar contento con la actuación de la izquierda? ¿Alguien duda de que en la valoración general de ese votante están presentes otros parlamentarios que no son de su agrado?
Entonces, esa encuesta suma descontentos que no son sumables, pues es esperable que las actuaciones de un sector dentro del Congreso sean mal vistas por quienes votaron por el otro sector y viceversa.
Es, de manera imperfecta, como si en un partido de básquet, el marcador le otorgara dos puntos al equipo que encesta y a la vez le reste al otro equipo los dos puntos que el otro le hizo.
No es normal o sano que ese rechazo se muestre sin procesamiento alguno, sin advertencia o tutoría de parte de las encuestadoras o de quienes las publican, viendo y sabiendo estos que ese itinerario de discernimiento no lo va a realizar casi nadie y así, se va alimentando acciones y posturas hepáticas, militantes, programadas y/u oportunistas en contra del poder legislativo, pilar central de toda democracia.
Mi sugerencia es no hacer la pregunta que las encuestadoras vienen haciendo, pero no por el resultado que ella arroja (faltaba más, eso sería amordazar), sino porque es una pregunta inadecuada e inaplicable a algo como un Congreso y dado el daño que ese error genera, bien valdría la pena dejarla de lado o reformularla.
Pero más allá de lo que las encuestas hagan, es necesario mejorar las condiciones y el acercamiento conceptual con que se juzga al congreso. Lampadia