CONTROVERSIAS
Fernando Rospigliosi
Para Lampadia
Las recientes encuestas de Datum e Ipsos muestran una significativa caída en la aprobación del presidente Francisco Sagasti. En ambas la desaprobación supera claramente a la aceptación.
Según Ipsos el 47% desaprueba y el 34% aprueba. Su respaldo cayó 10 puntos y la desaprobación subió 12, es decir, las cosas se invirtieron en solo un mes.
De acuerdo a Datum la aprobación cayó a 40% (era 46%) y la desaprobación subió a 45% (era 27%). La situación de los ministros no es mejor.
Sin duda la deficiente gestión del Gobierno explica esta brusca caída, a pesar de anuncios sensacionales, celebrados casi unánimemente por los medios de comunicación, como la llegada de un millón de vacunas en enero, cosa que en realidad parece que no se concretará.
Algunos se preguntan por qué Martín Vizcarra mantuvo una alta popularidad hasta el final e incluso la conserva hoy, a pesar de todos los escándalos de corrupción en los que se vio involucrado y, sobre todo, a pesar de su pésima gestión que puso al Perú en los primeros lugares del mundo en cantidad de fallecidos por millón de habitantes, en caída del PBI y en desempleo.
Se alude al “efecto teflón”. Pero esa capacidad de resistir los desastres sin perder popularidad tiene explicación, y no está por supuesto, en los larguísimos y muchas veces insoportables monólogos del mediodía. En mi opinión eso se debe al fuerte respaldo que obtuvo con las medidas populistas el 2018 y el 2019.
Los ataques al Congreso, al sistema judicial y a los políticos lo catapultaron a insospechados y sólidos niveles de popularidad que se han mantenido, parcialmente, hasta ahora.
Medidas contraproducentes como la no reelección de congresistas y la ilegal clausura del Parlamento fueron celebradas con algarabía por la inmensa mayoría de la población.
El asalto a la fiscalía de la Nación y la destitución de Pedro Chávarry satanizado, en contubernio con la mayoría de medios, fue vitoreado con alborozo por las masas. La destrucción del corrupto Consejo Nacional de Magistratura –reemplazado por una sumisa Junta Nacional de Justicia- fue proclamada como un gran logro para reformar la justicia.
La persecución y encarcelamiento de magistrados y políticos supuestamente corruptos, operación manejada por fiscales, ONGs y estudios de abogados que coordinaban con el Gobierno, fue aclamado y ovacionado por la muchedumbre, azuzada siempre por los medios, sin importar que se mezclaba arbitrariamente a inocentes y culpables.
En suma, eso fue lo que le dio una consistente popularidad al inescrupuloso Vizcarra, que se deshizo de sus opositores políticos y de magistrados que podían investigarlo, al tiempo que satisfacía a la multitud que ansiaba ver como se quemaban a las víctimas en la hoguera.
Sagasti no ha hecho eso –probablemente no lo hará- y por tanto el público solo califica su mala gestión. Lampadia