El resultado de los comicios abre un nuevo escenario de enfrentamiento que se verá agravado por la resistencia del oficialismo a un nuevo conteo de votos. EL RESULTADO de las elecciones presidenciales celebradas en Venezuela el domingo abre una etapa de incertidumbre política en ese país, donde el gobierno y la oposición deberán jugar roles que no han ocupado en mucho tiempo y en la cual ya no es un axioma la supremacía popular del chavismo.
La sorpresa que significó el estrecho triunfo de Nicolás Maduro ratifica que la proyección del chavismo tras la muerte del “Comandante Presidente” será problemática y que no está garantizado que la simple invocación del nombre de Hugo Chávez ni el carácter de “heredero” de éste sean garantía de éxito político. Las dificultades por las que atraviesa el país -inflación, falta de inversión, corrupción en las altas esferas, delincuencia, escasez energética- son graves y buena parte de la población ha tomado conciencia de la ausencia de respuestas del Ejecutivo para solucionarlos, más todavía ahora que Chávez ya no está y ha sido reemplazado por un político que carece de su carisma y autoridad.
El hecho de que Maduro haya apresurado la ratificación de su triunfo por parte del Consejo Nacional Electoral no sólo demuestra una vez más el debilitamiento institucional que ha impulsado el chavismo en Venezuela, sino también la fragilidad política del oficialismo, que no se ha atrevido a pasar por un nuevo conteo de votos -exigencia reclamada por el abanderado opositor, Henrique Capriles-, y su voluntad de aferrarse al poder sin respeto por las formalidades.
La negativa del proclamado presidente electo a darle transparencia al proceso de escrutinio puede radicalizar aún más las posturas, y terminar generando una situación de difícil manejo y alta conflictividad. Ya se han producido algunas muertes de manifestantes que junto con repudiar al gobierno le reclamaban de la falta de legitimidad al triunfo oficialista. Maduro deberá, además, enfrentar las críticas provenientes desde el interior del Partido Socialista Unido de Venezuela a raíz de su pobre desempeño electoral, lo cual amenaza con quitarle cuotas de poder en beneficio de otros sectores más vinculados al aparato económico y militar del chavismo.
Capriles, por su parte, ha ratificado su fuerza como líder indiscutido de la oposición. El 48,98% de los votos que obtuvo supone un resultado extraordinario, en especial si se considera que tuvo sólo 30 días para realizar su campaña, que el año pasado había sido derrotado con claridad por Hugo Chávez y que, tal como en aquella ocasión, el gobierno utilizó ahora todos los medios a su alcance para conseguir un triunfo. La campaña de Capriles apuntó a denunciar los excesos en que ha caído el chavismo y a prometer una restauración democrática en Venezuela.
La comunidad democrática internacional no debe ser indiferente a la manera en que se ha desarrollado el proceso electoral en Venezuela. Corresponde exigir al Ejecutivo de ese país que dé explicaciones frente a las inquietudes planteadas por la oposición. En caso de no ser aquellas convincentes, nadie debe sentirse forzado a reconocer la legitimidad de autoridades que no están dispuestas a aclarar dudas muy razonables o a permitir que terceros independientes -como la OEA, por ejemplo- sean capaces de resolverlas. El hecho de que ya varios países -en su mayoría gobernados por autoridades de nulas o dudosas credenciales democráticas- hayan reconocido a Maduro como presidente no debe inhibir a las naciones verdaderamente democráticas.