CONTROVERSIAS
Fernando Rospigliosi
Para Lampadia
Es muy común escuchar ahora una idea totalmente errónea: este no es un gobierno comunista, son desordenados, ineptos y corruptos, así no es el comunismo.
En realidad, eso es exactamente lo que Hugo Chávez -probablemente inspirado por sus maestros cubanos- denominó el socialismo del siglo XXI, es decir, el comunismo aquí y ahora, el comunismo realmente existente, en América Latina.
Los que sostienen esa percepción equivocada comparan lo sucedido en Venezuela y lo que ocurre ahora en el Perú, con la imagen de la URSS y China de las décadas de 1960 a 1980, enormes Estados burocráticos totalitarios que difundían en todo el mundo versiones rígidas y formalizadas del marxismo leninismo, así como relatos ampliamente falsificados de sus propias realidades.
Esos sistemas fracasaron y dieron lugar a Estados y sociedades diferentes entre sí, pero igualmente autoritarios. Son irrepetibles e imposibles de replicar, menos aún en América Latina.
El comunismo ha mutado y asume nuevas formas, adaptándose a los lugares donde prospera. Pero los propósitos de los que defienden e impulsan esas viejas ideas en nuevos envases son los mismos: con el pretexto de luchar contra la desigualdad y prometiendo fundar el paraíso en la tierra, asaltar el poder, controlarlo completamente, establecer una dictadura y fundar una nueva clase de ricos, que no hacen su fortuna creando empresas e innovando, sino usando el poder del Estado para beneficiarse groseramente.
Un ejemplo es la boliburguesía venezolana, la burguesía bolivariana, que se ha establecido saqueando los recursos del Estado venezolano, sobre todo los del petróleo, haciendo negocios con sus vinculaciones con la canarilla que controla el Estado, y con toda suerte de actividades ilegales como el narcotráfico, protegido por el gobierno comunista.
Lo mismo sucede en Nicaragua, aunque a una escala menor por el tamaño y los escasos recursos de ese país.
Cuba cayó en las garras del comunismo en 1959. Era otra época y Fidel Castro y sus secuaces trataron de imitar a sus amos soviéticos, aunque el resultado fue distinto en muchos sentidos por ser un país pequeño y con una historia y sociedad diferentes. Las consecuencias las vemos hoy: un pueblo empobrecido hasta la miseria dominado por una casta comunista que se mantiene en el poder ejerciendo la represión más brutal y succionando recursos de otros países, como Venezuela.
Otro cambio sustancial, que increíblemente algunos no alcanzan a percibir todavía, es que los comunistas ya no pueden asaltar el poder violentamente en esta parte del mundo. Todos los grupos comunistas fueron derrotados por las fuerzas del orden en América Latina en las últimas décadas. Ellos aprendieron la lección y siguen el ejemplo de Hugo Chávez, que usó la vía electoral, ganó una elección, controló políticamente a las Fuerzas Armadas, convocó una asamblea constituyente e instauró una dictadura que ya lleva más de dos décadas en el poder.
Daniel Ortega hizo algo similar en Nicaragua después que en 1990 (llevaban once años en el poder) los sandinistas cometieron el error garrafal -advertido claramente por Fidel Castro-, de realizar elecciones competitivas que perdieron. Después ganó con maniobras arteras una elección y acabó rápidamente con la democracia y no volvió a realizar elecciones libres sino amañadas. Y sigue ahí, imponiéndose por el terror y la represión brutal.
Y aquí una nueva característica del socialismo del siglo XXI, el comunismo realmente existente en América Latina intenta disfrazarse siempre con ropajes democráticos. La democracia se impuso de manera tan contundente después del derrumbe y disolución de la URSS, que incluso los comunistas fingen ser demócratas. Por eso Nicolás Maduro y Daniel Ortega realizan elecciones periódicamente, eligen parlamentos y autoridades. Todo es una farsa, por supuesto.
En síntesis, el socialismo del siglo XXI es el comunismo realmente existente hoy en América Latina, llega al gobierno mediante elecciones y, si se le permite, instaura una dictadura, incompetente y corrupta como las de Venezuela y Nicaragua, pero que es muy difícil de desalojar cuando se ha asentado.
Destruye las sociedades y los países, sume en la miseria más espantosa a los pueblos y se asocia con poderosas organizaciones criminales internacionales como los cárteles del narcotráfico.
Todavía estamos a tiempo de evitar que el Perú sigua ese espantoso destino. Pero mientras más demoremos en desalojarlos del gobierno, al que accedieron fraudulentamente, más cerca estarán ellos de perpetuarse en el poder. Lampadia