Tras el referéndum independentista en Escocia, el Reino Unido ha quedado como lo identifica la última palabra (en español) de su histórico nombre: Unido. Nítidamente, los escoses le dijeron NO (55%) a separarse de Gran Bretaña. Aún así, David Cameron el primer ministro británico, evitó el tono triunfalista en el discurso que dio apenas se conocieron los resultados.
Cameron explicó que decidió convocar este referéndum para respetar la voluntad del Parlamento escocés y que, finalmente, el debate ha servido para cerrar este asunto por varias generaciones. El líder del movimiento independentista, Alex Salmond, aceptó la derrota con hidalguía, felicitó la forma en que se desarrollo el proceso y realizó un llamado a la unidad del país. ¡Un ejemplo de democracia!
Como señala el Financial Time, “aquí el pueblo deliberó para saber cuál sería su destino, sabiendo que su decisión sería histórica. De esta manera la soberanía popular y la democracia recuperaron su majestuosidad”.
Esto ha ocurrido porque Gran Bretaña es una sociedad (podría decirse una civilización) en la que la democracia es auténtica y plena. En esta nación funciona un sistema democrático de verdad, que cumple con elecciones que tienen la tres “f” fundamentales: free, fair and frequent (libres, justas y frecuentes). Es decir que no basta el voto para que haya democracia, como nos quieren hacer creer los autócratas venezolanos, ecuatorianos y argentinos. Pero más importante aún, en dónde se respeta la voluntad de los ciudadanos. La democracia, no es la dictadura de la mayoría, sino el respeto por lo que piensan las minorías. Por eso, Cameron se apresuró en señalar que se acelerarán las medidas para darle mayor autonomía a Escocia, tal y como había prometido.
Qué envidia deben haber sentido los ciudadanos de otras regiones del mundo a los que se les impide expresarse de esta manera. La situación que se vive en Escocia es diametralmente opuesta a lo que ocurre en Ucrania, por ejemplo. La pantomima de referendo que se hizo en Crimea para justificar la anexión militar de esta península por parte de Rusia está en las antípodas del proceso británico. Y mucho más grave aún, los enfrentamientos entre fuerzas prorusos (soliviantadas y armadas por Putin) y el ejército ucraniano para controlar amplias regiones.
Los tibetanos y kurdos turcos, también debe ambicionar vivir en una nación que sea capaz de respetar las diferencias. Y por supuesto los millones de musulmanes (especialmente mujeres) que han caído en manos de los integristas de ISIS o se hallan bajo los designios de los talibanes en el norte de Paquistán y Afganistán. Por ello, como señala Financial Time: “En un mundo donde el capitalismo autoritario se consolida desde Shanghai a la frontera con Polonia, desde Murmansk a Afganistán, fue bueno ver cómo un pueblo se llena de vida cuando se les da la oportunidad de ejercer tanto las libertades privadas de consumo capitalista y las libertades públicas de la vida democrática”.
Esta es una de la primera de las grandes lecciones que deja para el Perú el referendo escocés. Ese es el tipo de democracia a la que debemos aspirar. Por ello debemos defendernos y denunciar al pensamiento chavista que intenta imponer un remedo de democracia en las que las elecciones nunca tienen las tres f (free, faird a frequent). Por esa misma razón, en la actual coyuntura se debe evitar la reelección (ya sea está conyugal o no), porque limitan estas condiciones fundamentales.
La otra lección que nos deja, es “la idea de que la vida en democracia es vivir en y a través de profundas diferencias. El Reino Unido sobrevivirá en el fututo porque permite que intensas tradiciones nacionales [regionales y locales] compartan un mismo espacio democrático”, señala el Financial Time. El no, ha prevalecido porque “en los acordes místicos de la memoria aún permanecen firmemente el sentido de que los escoceses e ingleses, galeses e irlandeses lucharon juntos y, muchas veces, murieron juntos por las mismas libertades”.
El pasado común al fin de cuentas une a los pueblos por más diverso y diferente que sean. Una gran nación se forja por la acumulación de las experiencias de su pasado, por más traumático que este haya sido. Así, lo señaló en Lima el vice-presidente del Banco Central de China algo más de diez años atrás cuando visitó al Perú, como recuerda Pablo Bustamante, en referencia a la historia reciente de China: En medio un siglo pasaron de la dinastía de los manchúes en que el país estaba en la anarquía, la instauración de la República por Chiang Kai-sheg, la invasión japonesa, diez años de guerra entre los nacionalistas y los comunistas, 25 años de una dictadura comunista que quiso borrar la historia quemando sus libros y asesinando a los profesores e intelectuales entre los 60 millones muertes de chinos atribuidas a Mao, para ser conducidos luego por Deng Xiaoping a más de 45 años de capitalismo bajo el control de un partido único, el partido comunista chino que practica ahora la meritocracia entre sus rangos.
Lo que enfatizó, entonces, el expositor fue la habilidad social del pueblo chino para entender su historia como un proceso continuo.
En resumen, acá tenemos dos lecciones muy importantes para el Perú. La democracia, permite que las diferencias se expresen y respeten. Son procesos para elegir un camino, no una guerra interna, y mucho menos la oportunidad para que la mayoría haga escarnio y abuso de su posición. Su esencia es el respeto de las minorías.
Una segunda lección es como debemos ver nuestra historia. El Perú es uno de los pocos países Milenarios en la tierra, pero no llegamos a tomar conciencia de esta maravillosa herencia y persistimos en ver nuestra historia como una secuencia de discontinuidades, opuestas entre sí, contradictorias y hasta pretendemos desconocer algún período. Esta malformación social la hemos heredado incluso en la República, donde muchas veces los nuevos gobiernos pretenden desandar o sepultar las obras y proyectos de sus antecesores. Así como no importa el color del gato, si come ratones, tampoco importa el color de las banderas políticas o las etapas de nuestra historia con las que no nos identifiquemos. ¡La historia es una suma, un continuo y todos somos sus hijos! Lampadia