Pablo Bustamante Pardo
Expresidente de IPAE
Director de Lampadia
El Siglo XX se inició en la llamada ‘gran paz europea’. Florecían las ciencias y las artes, y se esperaban tiempos mejores. Pero el azar y el equilibrio político precario de las potencias europeas, permitieron el estallido de las grandes guerras y la guerra fría.
Ese aciago siglo terminó nuevamente en lo que se llamó ‘el estallido de la paz’, con la caída del Muro de Berlín, la implosión de la Unión Soviética y los albores del acceso de China a la Organización Mundial de Comercio (diciembre 2001).
Así vino el Siglo XXI, con grandes auspicios, con la globalización que permitió llevar la pobreza global a menos del 10% de la población, con grandes avances tecnológicos y con un aumento sustancial de las inversiones en los países menos desarrollados.
Más allá de eventos muy negativos, como el de las torres gemelas, la guerra de Irak, la irrupción del Estado Islámico, la invasión de Ucrania y el atentado terrorista de Hamas contra Israel y sus secuelas; el mundo sigue superando sus crisis y avanzando.
Pero entrando al cuarto de siglo, la geopolítica global se presenta con augurios muy negativos, con liderazgos muy nocivos, tanto en EEUU como en Rusia y China. Trump, Putin y Xi Jinping, cada uno en su espacio, amenazan con un deterioro dramático de la paz y la prosperidad, para las próximas décadas.
Xi Jinping ha retomado los aires imperiales de la China milenaria (‘a cargo de todo, entre el cielo y la tierra’).
Trump persiste en romper el comercio global, la correa de transmisión que permite el progreso de los países menos favorecidos; y con debilitar la alianza occidental de los últimos 70 años.
Y el inefable Putin, como dice el artículo de The Economist, “La Rusia canalla amenaza al mundo, no solo a Ucrania”, nos lleva de regreso, incluso, al riesgo nuclear.
Ver el artículo de The Economist:
Más allá de Ucrania
La Rusia canalla amenaza al mundo
No sólo a Ucrania
Occidente debe demostrar que su enemigo es Vladimir Putin, no 143 millones de rusos comunes y corrientes
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The Economist
14 de marzo de 2024
Glosado por Lampadia
Al igual que el zar tras el cual se modela, Vladimir Putin está a punto de ser ungido gobernante de Rusia por otros seis años.
Las elecciones que ganó el 17 de marzo son una farsa. Debería ser una llamada de atención para Occidente. Lejos de colapsar, el régimen ruso ha demostrado ser resistente.
Las ambiciones de Putin plantean una amenaza a largo plazo que va mucho más allá de Ucrania.
Occidente necesita una estrategia a largo plazo para una Rusia rebelde que vaya mucho más allá de ayudar a Ucrania. También necesita demostrar que su enemigo es Putin, no 143 millones de rusos.
Muchos en Occidente esperaban que las sanciones occidentales y los errores de Putin en Ucrania, incluido el sacrificio sin sentido de legiones de jóvenes rusos, pudieran condenar a su régimen. Sin embargo, sobrevivió.
Las marcas occidentales, desde BMW hasta H&M, han sido reemplazadas por sustitutos chinos y locales. En los libros de texto y los medios de comunicación se promulga una narrativa seductora del nacionalismo y del victimismo ruso. La disidencia en casa ha sido estrangulada. El rival político más carismático de Putin, Alexei Navalny, fue asesinado en el gulag en febrero.
Con el tiempo, el régimen enfrentará nuevas vulnerabilidades. La creciente dependencia de Rusia de China puede convertirse en una debilidad.
La militarización de la economía perjudicará los niveles de vida. A medida que Putin, de 71 años, envejezca, se avecina una lucha por la sucesión. Siempre es difícil predecir cuándo caerá un tirano.
Durante la Guerra Fría, la Unión Soviética representó una amenaza tanto militar como ideológica para el mundo libre.
Putin, que asumió el poder en 1999, ha hecho retroceder la democracia rusa, lentamente al principio, pero más rápidamente después de que los jóvenes rusos urbanos organizaron protestas masivas en la década de 2010.
Hoy, Rusia tiene sólo una economía de tamaño mediano y ninguna ideología coherente para exportar. Sin embargo, representa una amenaza global.
Se informa que Rusia está experimentando con el lanzamiento de ojivas nucleares al espacio. Sus drones y ciberguerreros le permiten proyectar fuerza más allá de sus fronteras.
Su industria de desinformación difunde mentiras y confusión. Esta combinación maligna ha desestabilizado a los países del Sahel y apuntalado a los déspotas en Siria y África central. También podría influir en parte de la plétora de elecciones que el mundo verá este año.
Putin se ha transformado en un enemigo nihilista e impredecible del orden mundial liberal, empeñado en perturbar y sabotear. Es como Corea del Norte o Irán con esteroides, armados con miles de ojivas nucleares.
¿Qué debería hacer Occidente? Estados Unidos y Europa han apostado por dos estrategias: defender a Ucrania y aplicar sanciones.
Mientras tanto, las sanciones han sido menos efectivas de lo esperado. Pueden ser contraproducentes y una excusa para evitar decisiones difíciles. A largo plazo, el camino más plausible es más modesto: mantener sanciones selectivas contra personas vinculadas al Kremlin y garantizar que la tecnología avanzada, que todavía tiende a ser occidental, sea costosa o imposible de obtener para Rusia.
Eso significa que una estrategia eficaz para Rusia debe poner más peso en otros dos pilares.
El primero es un refuerzo militar para disuadir nuevas agresiones rusas. En Europa la debilidad es evidente. Europa necesita gastar al menos el 3% de su PBI en defensa y prepararse para un Tío Sam más aislacionista.
Una lucha de ideas
Occidente también necesita desplegar una de sus armas más poderosas: los valores liberales universales. Fueron estos, además de Star Wars y los dólares, los que ayudaron a derribar el régimen soviético al exponer la inhumanidad de su sistema totalitario. La diplomacia occidental debe buscar contrarrestar la desinformación rusa en todo el sur global. También necesita dirigirse a los ciudadanos rusos en lugar de tratarlos como parias.
Significa respaldar las fuerzas de la modernización promoviendo el flujo de noticias e información reales hacia Rusia. En el corto plazo hay pocas posibilidades de que la elite rusa o sus ciudadanos comunes echen al régimen de Putin. Pero a largo plazo Rusia dejará de ser una nación rebelde sólo si su pueblo así lo desea. Lampadia