Alejandro Deustua
Contexto.org
22 de octubre de 2024
Para Lampadia
La próxima elección presidencial norteamericana (5 de noviembre, aunque la votación anticipada ya empezó) ocurrirá cuando Estados Unidos está involucrado en conflictos de poder mayores y en competencia económica con rivales emergentes.
En los comicios estará en juego la aproximación política al status de la superpotencia, los matices de su disminuido rol hegemónico y la fortaleza de sus alianzas. Sin embargo, los candidatos concurren a la contienda con grandes diferencias al respecto que inviabiliza cualquier consenso bipartidista frente al desafío externo. Ello cuestiona la definición de interés nacional norteamericano.
Y también se refleja en diferentes posiciones sobre el sustento de la economía.
Así si la Sra. Harris pondera la perfomance de su país el Sr. Trump la cuestiona sin ambages.
La candidata demócrata podría destacar los bajísimos niveles de desempleo (4.1% que puede definirse como pleno empleo) e inflación ( 2.4 %, cercana a la meta del FED ), un 35% de incremento del ingreso en los últimos cinco años y 3% de crecimiento actual del consumo (que representa el 64% de la economía) a tono con el crecimiento del PBI proyectado para este año (2.8%, FMI).
El optimismo del mercado bursátil aún al alza no podría sino respaldar esta data a pesar del incremento del riesgo geopolítico. Pero Harris no es explícita al respecto.
Las críticas se focalizan en el altísimo nivel de deuda nacional (124% del PBI), un déficit fiscal de 7% del PBI y una fuerte e incremental desigualad (la más alta del G7 con 67% de la riqueza está en manos del 10% de los agentes económicos) (TE). Al respecto, Trump sólo generaliza.
En este escenario, ambos candidatos son partidarios del proteccionismo aunque con diferente intensidad.
Trump sostiene que el multilateralismo comercial genera daños a la economía norteamericana. En consecuencia hostiga a la OMC y cuestiona algunos acuerdos de libre comercio (retiro del TPP y renegociación de otros como el ex -NAFTA). Al cabo ha propuesto un incremento universal de aranceles de entre 10% y 20% y de 60% contra China como rival sistémico en el marco de la repotenciación del status comercial norteamericano.
Harris concuerda en que China es un adversario principal que recurre a malas prácticas. Pero no pretende desacoplarse del rival sino disminuir los riesgos de la interacción (“de-risking”) al tiempo que apoya los subsidios a los sectores de energía, infraestructura y tecnología que ha implementado el presidente Biden. Esta medidas de política industrial pueden considerarse también como parte de una guerra comercial que cuestionan el sistema proto-liberal impulsado por la gran potencia desde el fin de la Segunda Guerra.
En asuntos de poder, Estados Unidos reconoce que existe una competencia sistémica promovida por potencias revisionistas que definirá “una nueva era”. Éstas son palabras del Secretario de Estado Blinken (FAFF). Su amplio espectro incluye la redefinición de principios generales del orden internacional en función de diferente intereses, capacidades y proclividades de gobernanza. Esta versión del cambio sistémico requiere una estrategia de renovación del liderazgo norteamericano que se basaría en los pilares de mayor competitividad y de revitalización de alianzas externas (Idem).
En ese marco, China constituye el mayor desafío multidimensional. La competencia consecuente no implica, sin embargo, la marginación de la cooperación ad hoc ni de esfuerzos para evitar la guerra. Pero Estados Unidos debe prevalecer en esa competencia.
Harris comparte este punto de vista. En el ámbito comercial ello implica medidas estrictas para confrontar la competencia desleal (especialmente los subsidios chinos a la producción tecnológica). En el ámbito político, mantendrá su apoyo a la defensa de Taiwán mientras reconoce a “una sola China”, protege la libre navegación en la periferia continental asiática, responde al programa de la “Franja y la Ruta” y remarca el pacto disuasivo trilateral entre Estados Unidos, Australia y el Reino Unido (AUCKUS) (CFR).
En relación a Ucrania Harris mantendrá el apoyo a ese Estado evitando una victoria rusa. Y en el Medio Oriente la relación especial con Israel implica la vigencia de la solución de “dos estados” y mayor asistencia humanitaria a los palestinos de Gaza.
En el ámbito multilateral Harris promoverá la reforma de la OMC y probablemente de otras entidades del sistema de Naciones Unidas.
En relación a América Latina, no hay claridad sobre la política de migración que sea acorde con su atención a las “causas raigales” que la estimulan en el “triángulo del norte” centroamericano. Y no se ha oído mucho sobre el programa de Asociación para la Prosperidad Económica en las Américas.
De otro lado, Trump entiende el conflicto sistémico más en referencia a la primacía norteamericana (“America First”) que en términos de un nuevo orden. Siendo China la prioridad contenciosa su preocupación por el predominio es aún más intensa. Frente a los intentos chinos de posicionarse como líder tecnológico Trump impuso controles al comercio de equipos de alta tecnología y a sus componentes, fortaleció la defensa de la propiedad intelectual al respecto y empleó medidas contra la manipulación monetaria y los subsidios. En ese marco se propuso “eliminar completamente la dependencia de China en toda área crítica”. A la implicancia de una guerra comercial agregó su oposición a los reclamos marítimos chinos y a la coacción de sus vecinos. Estas tendencias se intensificarán.
Si el nacionalismo de Trump incrementó la competencia entre grandes potencias supuso también la amenaza de reducir su participación en la OTAN (“burdenshifting”) para redirigir esfuerzos hacia el Pacífico señalando su propensión a debilitar compromisos de seguridad colectiva. Ello supuso la reducción del despliegue militar externo y el incremento del presupuesto de defensa. Su noción de orden es “iliberal” como lo es su escaso aprecio por la democracia en las relaciones internacionales.
Esta proclividad se expresa en la disposición a terminar la guerra de Ucrania, reducir el aporte económico a esa potencia, propiciar el incremento correspondiente a la Unión Europea y mejorar la relación con Rusia (aunque no ha cuestionado las sanciones impuestas por Obama por la invasión de Crimea).
En el Medio Oriente, su apoyo a Israel probablemente se intensificará y persistirá en la aplicación de los Acuerdos de Abram sobre relaciones de Israel con los países árabes mientras debilita a Irán identificado como Estado terrorista mayor (CFR).
En América Latina la prioridad fue y seguirá siendo el control fronterizo implicando un reducción radical del flujo migratorio acompañado de esfuerzos por debilitar al régimen de Maduro (y quizás del cubano) y apoyar a “correligionarios” como Milei.
Pero como Trump parece creer que la reforma del “Estado profundo” es equivalente a contar con funcionarios afines, la “estrategia” estaría subordinada al grupo de influencia predominante en su eventual administración. Si ese rol correspondiera los “primacistas” el rol del liderazgo mundial norteamericano se enfatizará. Pero si triunfan los que establecen prioridades (“prioritizers”), ésta se focalizará en China y Asia. Y si los ganadores fueran los reduccionistas (“restrainers”) la disminución del rol norteamericano en el exterior será la cuestión a tratar (ECFR). Ello no obstante el proceso decisorio de Trump suele ser bastante arbitrario y su implementación seguiría siendo “transaccional”. Lampadia