Alejandro Deustua
22 de abril de 2025
Para Lampadia
En momento de crisis sistémica internacional, conflictos civilizacionales y complejos apremios nacionales ha fallecido el jefe de una de las mayores instituciones de Occidente: la Iglesia Católica.
Si el Papa Francisco, como la Iglesia que presidía, careció de la influencia suficiente para solucionar esos graves trastornos, su autoridad moral, globalmente reconocida aunque desafiada por múltiples agentes, brindó al mundo una indispensable referencia humanitaria y a los países en desarrollo, un instrumento de cohesión confundido con poder fáctico.
La disposición reformista de Francisco puede fortalecerse o debilitarse con el próximo Papa, pero las normas que establecen la renovación de la autoridad vaticana aseguran la sobrevivencia del rol cohesionador de la Iglesia Católica.
Además de sus convicciones teológicas y sociales, ese rol se sustenta en dos pilares fundamentales: una feligresía que se expande aunque las vocaciones mengüen y una destacada fortaleza institucional.
En efecto, entre 2022 y 2023 el número de católicos en el mundo creció 1.5% (de 1,390 a 1,490 millones de personas según el Anuario Pontificio 2025 -AP-). Tal expansión se registró con mayor intensidad en África cuya feligresía creció 3.3% en el período mencionado, más que duplicando la tasa de crecimiento global. En el Asia ese incremento fue de 0.6% para el bienio.
Y aunque la tasa de expansión en América fue, con 0.9%, menor a la africana, ésta es compensada largamente por la cantidad de ciudadanos americanos que se identifican como católicos: 47.8% del total (AP). Entre los países suramericanos, el porcentaje de católicos en el Perú es 66% vs 69% y 68% en México y Argentina y 56% y 48% en Chile y Venezuela (Statista-Latinobarómetro). Dicha tasa contrasta con la europea, que aglutinando al 20% de la población católica mundial, creció sólo 0.2% en el bienio mencionado (Vatican News).
Más allá de la preocupación social del primer Papa no europeo, latinoamericano y jesuita, ello ayuda a explicar su prioritaria disposición a atender mejor a las iglesias “periféricas” y a reestructurar el Colegio Cardenalicio en el que Europa está “sobre-representada”. Según Pew el 39% de los cardenales son europeos mientras que los originales de América Latina y del Asia Pacífico equivalen al 18% cada uno.
Tal distribución, que indica que la naturaleza eurocéntrica de la Iglesia es una columna central extremadamente resistente, apenas pudo ser alterada bajo el mandato de Francisco: a Europa le correspondió el 38% de nuevos cardenales, a América Latina el 20% y 19% al Asia Pacífico (Pew). Así, si bien el poder institucional del Vaticano se ensambla en torno a Occidente conformado por Europa y América Latina, el núcleo del poder político del Vaticano sigue centrado en el Viejo Continente. De ese núcleo depende la designación del nuevo Papa que gobernará la Iglesia en una nueva era con responsabilidades equivalentes a las de Pio XII y Pablo VI en la Guerra Fría y a Juan Pablo II durante el término de ese conflicto y el “momento unipolar”.
Fue en ese marco institucional, que contrasta con el demográfico, que el esfuerzo “pro-periférico” de Francisco subrayó la prioridad papal por atender a los marginados recurriendo a la doctrina social de la Iglesia antes a la “teología de la liberación” (a la que criticó), o al populismo peronista del que estuvo cerca en su juventud argentina.
Ello implicó, de un lado, críticas a la globalización y su centralidad económica y, por tanto, al neo-liberalismo; y del otro, su preocupación por el medio ambiente (una gran prioridad), la inclusión y el diálogo con representantes de distintas confesiones (The Economist elogia al respecto su “apertura mental”).
En ese contexto, la vocación franciscana del cura jesuita condujo al Papa a apoyar la negociación entre Rusia y Ucrania en el marco de la denuncia de la guerra como fenómeno y a la promoción de la paz ( p.e. en la denuncia de la guerra en Gaza).
Estas iniciativas no fueron impopulares ni siquiera en Estados Unidos donde su aprobación fue 78% en 2024 (aunque cayendo desde el 84% en 2013). Aunque la tendencia declinante de su popularidad contrastó con la incremental de Juan Pablo II (de 91% a 93% entre 1978-2005) y de Benedicto XVI (de 67% a 74% entre 2005 y 2013), la alta cota de Francisco demostró la legitimidad con que gobernó la mayor parte del primer cuarto del siglo XXI. Ello es aún más destacable en una era de revolución tecnológica y conflictos incrementales.
Quizás sea hora que al Vaticano, espina dorsal de Occidente, que dispone de una de las redes diplomáticas más extensas del mundo, se destaque a profesionales menos protocolares o receptores de beneficios políticos o jubilatorios.
Especialmente hoy que el cambio de sistema desorienta a tantos alejándolos de su centro civilizacional en procura de un balance de poder que los Estados pequeños no pueden lograr fuera de su pequeño escenario regional.
Lampadia