La eliminación de la pobreza extrema debe ser el mayor compromiso de la humanidad y como se ha reportado por parte de analistas internacionales, las Naciones Unidas, el Banco Mundial y muchos otros, durante las últimas tres décadas la humanidad ha experimentado un período extraordinario de reducción de la pobreza y la desigualdad entre los países más ricos y los emergentes.
En gran medida, este proceso ha sido impulsado por los avances en el libre comercio, la adopción de la economía de mercado por parte de China, la apertura económica de la India y por la dinámica de la inversión privada en todas las regiones del mundo.
En los últimos veinte años han salido de la pobreza más de mil millones de personas, solo quedan por hacerlo unos mil millones. Hasta hace pocos años se estimaba que para el 2030, se podría lograr el gran éxito de que ellos también superaran su situación de atraso.
El motor más evidente de este proceso tan positivo ha sido el crecimiento de la economía china, que originó el llamado súper ciclo de los commodities, con el consiguiente incremento de los ingresos de los países emergentes y de los flujos de inversión favorecidos por tasas de interés bajas y el exceso de liquidez internacional.
La mayor parte de la pobreza sigue concentrada en el África, donde solo el 25% de la población tiene acceso a la electricidad, tecnología que marca la frontera entre la Edad Media y la modernidad. Sin embargo, como se explica en el artículo del Financial Times que presentamos líneas abajo, una buena parte de los países africanos supo aprovechar las recientes condiciones favorables para el crecimiento, que por ahora, estaría entrando en una suerte de receso, hasta que se recuperen los precios de los commodities. Desarrollo que muchos niegan, pero que se sustenta en la aritmética del crecimiento futuro de China e India.
Durante los últimos lustros, el África también se ha beneficiado del avance tecnológico, fundamentalmente el referido al de las comunicaciones con celulares que ha permitido una serie de desarrollos inclusivos que nunca hubieran sido logrados tendiendo líneas de cobre.
En este aspecto es interesante leer el siguiente párrafo de Tony Blair (10 de mayo, 2016) en su artículo ‘Why Africa’s digital revolution will be powered by partnerships’ (Por qué la revolución digital de África se impulsará con asociaciones): (…) ellos pueden usar las últimas innovaciones asociándose con las compañías tecnológicas de occidente, en vez de tener que empezar desde la base. Por ejemplo, Ruanda ya inició este camino con 4G, lanzado hace dos años en un joint venture. Ahora se ha asociado con Carnegie Mellon University para desarrollar un ‘Campus’ para grados técnicos. Y con arquitectos internacionales y universidades, se va a desarrollar el primer aeropuerto de ‘drones’ en Kigali, para distribuir medicinas y equipos médicos urgentes a áreas remotas, superando las brechas de infraestructuras que han retrasado su desarrollo. Ver el gráfico de suscripción de celulares:
Para superar la reducción de la pobreza, la humanidad necesita mantener las políticas de libre comercio, los flujos internacionales de capitales, recuperar un mejor ritmo de crecimiento económico y seguir llevando las nuevas tecnologías a los países más pobres. Lamentablemente, los problemas económicos y políticos que atraviesan los países más ricos, como el crecimiento de la desigualdad al interior de sus fronteras, van en contra de las necesidades de los países más pobres. Esperemos que se pueda evitar la toma de poder de políticos populistas en Europa y EEUU. De lo contrario, nos esperarán años muy difíciles.
África: entre la esperanza y la desesperación
Por David Pilling
Publicado en Financial Times
24 de de abril de 2016
Traducido y glosado por Lampadia
El optimismo que rodeaba al continente se ha evaporado con el colapso de los precios de las materias primas.
¿Qué pasó con «Africa Rising«? En el 2009 surgió una nueva narrativa, más esperanzadora.
En esa versión, en lugar de ser el «Continente Sin Esperanza» (el título de un notorio artículo de la revista The Economist en 2000), África se convirtió en la próxima gran frontera de inversión. La mayor parte de su deuda multilateral había sido perdonada, las tasas de crecimiento habían mejorado desde el cambio de siglo y, por primera vez, los gobiernos estaban aprovechando los mercados de capitales con tasas bajas.
Esta visión optimista fue impulsada en parte por la demografía. Gracias a una alta tasa de natalidad – en muchos países 5 o 6 por mujer – es probable que la población de África subsahariana se duplique a 2 mil millones para el año 2050, de acuerdo con Hans Rosling, del Instituto Karolinska en Estocolmo [creador de Gapminder].
El voraz apetito de China por el petróleo, cobre, mineral de hierro, bauxita y otros productos, hizo subir el poder adquisitivo de países africanos, desde Angola hasta Zambia. Del mismo modo, su enfoque de invertir y construir ‘sin condiciones’ habría empujado hacia abajo el costo de las carreteras, puertos y centrales eléctricas, además del extraño palacio presidencial.
Según este relato más esperanzador, África estaba menos convulsionada por la violencia y, más bien, estaba dirigida por líderes más sensatos que tuvieron elecciones regulares e implementaron políticas económicas racionales. Todo esto abrió la posibilidad de que se podría dejar atrás una etapa de desarrollo, saltando directamente desde un estado pre-industrial a un nuevo y brillante mundo digital. [Como sucedió en telecomunicaciones, en que no hubo que tender líneas de cobre por todo el continente al aprovechar la telefonía celular].
Esa euforia se ha evaporado. Nigeria y Sudáfrica, que en conjunto representan más de la mitad del PBI del África subsahariana, están en serios problemas. La economía de Nigeria, que depende del petróleo, tendrá suerte si logra un crecimiento de 3% este año, apenas lo suficiente para hacer frente al crecimiento de la población. El naira se encuentra bajo presión, las divisas están siendo racionadas, el presupuesto está al límite y se avecina una crisis de balanza de pagos.
Sudáfrica se encuentra en una situación aún peor, convulsionada políticamente, dañada profundamente por la pérdida de empleos en sus minas y enfrentando la posibilidad real de una rebaja de la deuda soberana.
Muchos otros estados africanos, especialmente los productores de commodities, también están sufriendo. Angola, que había estado bombeando petróleo y disfrutando tasas de crecimiento de dos dígitos, ha pedido ayuda al FMI. Mozambique se encuentra en una situación desesperada tras haber desaprovechado la mayor parte de las ganancias de los préstamos internacionales. Por todo el continente, el grotesco uso de los beneficios extraordinarios por parte de sus políticos, es un recordatorio de que la corrupción sigue viva.
Con unas pocas excepciones notables, como Kenia, Tanzania, Etiopía, Ruanda y Costa de Marfil, quienes surgieron después de años de guerra civil, la situación es similar. País tras país, el crecimiento se está desacelerando, las posiciones externas se están debilitando y el déficit fiscal está aumentando.
«Has pasado de un enorme exceso de euforia al súper-pesimismo sin nada en el medio,» dice David Cowan, Economista sobre temas de África en Citibank.
En la búsqueda de respuestas, es útil examinar las causas originales del optimismo. Una razón comúnmente citada es la esperanza de que, después de las turbulentas décadas que siguieron a la independencia, muchos estados estaban siendo cada vez mejor gobernados. Ciertamente, con el fin de la guerra fría, hubo menos guerras civiles en Angola, Mozambique y la República Democrática del Congo. Han pasado varios años sin que en África sucedan eventos como el genocidio que destruyó Ruanda en 1994. Sin embargo, todavía existen conflictos (a menor nivel) en el sur de Sudán y Somalia y África se enfrenta a una nueva amenaza del terrorismo islamista.
La convicción de que hay una clase media africana cada vez mayor, que ha conducido a un aumento en el interés comercial en el continente, es igualmente frágil. Vijay Mahajan ayudó a consolidar el afro-optimismo con su libro de 2009 ‘Africa Rising: Cómo 900 millones de consumidores africanos ofrecen más de lo que se piensa’. Pero Mahajan, profesor de Marketing en Estados Unidos, construyó su tesis en base a clasificaciones de publicidad poco sólidas del poder adquisitivo.
Es cierto, como sostiene Mahajan, los datos oficiales subestiman la riqueza de África, gran parte de ella escondida en la economía informal, libre de impuestos. Algunas multinacionales han hecho bien en atender a un nuevo estrato de los consumidores. Anheuser-Busch InBev está pagando US$ 71 mil millones por SABMiller en gran medida sobre la base de sus operaciones lucrativas de cerveza africana. Incluso en medio de los problemas actuales de Nigeria, Coca-Cola pagó US$ 240 millones por una participación del 40 por ciento en CHI, un fabricante de jugo.
En los últimos años, las compañías de bienes de consumo se han visto obligadas a perseguir a sus clientes de baja gama, ofreciéndoles paquetes de tamaños más pequeños (el pack de dos cigarrillos ha llegado a las calles de Harare) o marcas más económicas para mantener la lealtad de los clientes con problemas de liquidez.
Tal vez el mayor defecto en la historia de la clase media es que, con pocas excepciones, África casi no fabrica nada. Para muchos países, el modelo económico sigue siendo cavar recursos de la tierra y venderlo a empresas extranjeras.
El único país con verdadera escala es Nigeria, con 180 millones de personas. Kingsley Chiedu Moghalu, ex vicegobernador del banco central, sostiene que los bajísimos precios del petróleo son sólo el empuje final que su país necesitaba para finalmente diversificarse y convertirse en una fuerza manufacturera. Sin embargo, Nigeria todavía no está en la línea de partida. El país, que alberga el 2.5 por ciento de la población mundial, tiene sólo un 0.1 por ciento de capacidad eléctrica. Tiene mano de obra cara, una moneda sobrevaluada y una clase empresarial especializada en hacer negocios mediante arbitrajes y búsqueda de rentas.
No todo es sombrío. Algunos países africanos han construido economías dinámicas sin depender de las materias primas. Kenia ha sido pionera en el uso de la tecnología. Su sistema de dinero móvil M-Pesa, implementado hace una década, ha producido una economía que opera cada vez más sin dinero en efectivo, atrayendo a todo tipo de usuarios, desde citadinos hasta pastores masai a su red, mejorando enormemente la eficiencia del negocio.
El surgimiento de China, incluso uno menos hambriento de materias primas, ha sido un cambio de juego, más evidente a través de la mejora de la infraestructura de África. La red vial pavimentada del continente ha crecido unos 7,500 kilómetros al año durante la última década, de acuerdo con el Banco Africano de Desarrollo. Se puede ir a casi cualquier lugar de África, ya que las empresas chinas están construyendo carreteras, puertos y edificios de oficinas.
«África siempre ha sido valorada por sus materias primas, ya sea de oro o de diamantes o esclavos», dice el historiador Martin Meredith.» ‘Africa Rising’ se basó en gran medida en que los chinos estarían preparados para comerciar bastante para obtener esas materias primas.»
Esta fase ha terminado. A menos que los gobiernos puedan construir modelos de crecimiento sostenibles menos dependientes de las materias primas y más basada en la adición de valor a nivel nacional, la historia de ‘Africa Rising’ será sólo eso: una historia.
Lampadia