“La economía argentina hoy en día sufre recesión, desempleo, inflación, déficit fiscal, atraso cambiario, brecha del dólar blue (negro), default, riesgo país alto, reservas en baja, y déficit energético. Estas son las diez plagas que enfrenta la economía argentina y que no van a ser fácil dejar atrás”, sentenció crudamente Miguel A. Kiguel en el diario La Nación hace unos días. Esta es la situación a la que el peronismo, esta vez con los Kirchner (Néstor y Cristina) han postrado a la Argentina. Desde hace 11 años gobiernan ininterrumpidamente a esta nación que se ha sumido en una crisis económica, social y política.
Argentina sigue atascada en el populismo instaurado por Perón, fielmente interpretado por los Kirchner. Esa estrategia política y su correspondiente manejo económico están nítidamente expresados en una carta que Perón le dirige al General chileno Carlos Ibáñez del Campo, quien acababa de ser elegido presidente de su país (1952): “Mi querido amigo: dele al pueblo, especialmente a los trabajadores, todo lo que pueda. Cuando le parezca que ya les está dando demasiado, deles más. Verá los resultados. Todos tratarán de asustarlo con el espectro de un colapso económico. Pero todo eso es una mentira. No hay nada más elástico que la economía, a la que todos temen tanto porque nadie la entiende”. Ver en Lampadia (L): Despegue y caída de dos grandes de AL).
Lo increíble es que esos presupuestos que tantas veces han llevado a la quiebra y al default a la Argentina, sigan vigentes y la arrastren en pleno siglo XXI a una nueva y severa crisis. Con solo decir que hoy Uruguay (diez veces más chico) exporta más carne que el país de las pampas y los gauchos.
Las consecuencias de haber persistido en estas ideas se expresan nítidamente en las siguientes cifras:
Además de sumir a la Argentina en una de sus peores momentos económicos, la corrupción corroe al régimen kirchnerista, tal vez como nunca antes. La semana pasada el juez Claudio Bonadio, que investiga las irregularidades fiscales cometidas por la empresa Hotesur, administradora del hotel Alto Calafate, propiedad de la presidenta del Gobierno, Cristina Fernández, allanó las oficinas de la empresa. Como informó el diario La Nación, Hotesur “recibió 14.5 millones de pesos (1.7 millones de dólares) por parte del empresario kirchnerista Lázaro Báez en concepto de alquiler de habitaciones entre los años 2010 y 2011. Lázaro Báez es el mayor concesionario de obras públicas en la provincia patagónica de Santa Cruz (…) [existe] la sospecha de que el hotel podría haber sido usado por Báez para lavar dinero (…) [y] esas operaciones de lavado podrían afectar a la presidenta. Así mismo están las declaraciones oficiales de los Kirchner sobre el escandaloso incremento de su patrimonio mientras gozaban del poder.
Y por supuesto, nada funciona bien en este país. Como ha descrito con certeza el célebre cronista argentino, Martín Caparrós, la Argentina de los Kirchner “no puede ni organizar un partido… de fútbol”. “Hay una cosa que se llama partido de fútbol –y sucede tanto, en tantos sitios. La FIFA tiene 209 países afiliados; las Naciones Unidas, pobres, solo 192. (…). Cada fin de semana las federaciones nacionales de todo el planeta organizan más de cien mil. Todos se parecen: una cancha, dos equipos, un árbitro, noventa minutos de juego y, alrededor, más o menos simpatizantes de los dos. Todos lo hacen, salvo la Argentina”.
La Argentina está haciendo del absurdo una forma de autogobierno. Las soluciones a los problemas que enfrenta son de antología. Por ejemplo la de impedir que las barras del equipo visitante asistan a los partidos. “En principio, fue un remedio extraordinario contra la violencia en las tribunas. Era cierto que había que pararlo. Es un mecanismo interesante: a su imagen y semejanza, hay quienes proponen, que se liquiden los problemas de la educación cerrando las escuelas, que se enfrente la delincuencia callejera encerrándose en casa. Para acabar con las peleas acabaron con lo que distinguía al fútbol criollo, esos duelos de hinchadas intercambiando chanzas y cantitos, revoleando banderas, compitiendo a la par de sus equipos. La medida era difícil de sostener; solo la justificaba su condición supuestamente provisoria, pero su provisoriedad se volvió permanente”.
Parece de fábula, un mundo macondiano, pero no es fantasía esa es la forma en que el populismo kirchnerista gobierna. Y no es que el fútbol sea un tema que escape a las competencias de la presidenta. Como recuerda Caparrós, “el fútbol, en la Argentina, es un asunto de Estado. Literal: lo subvenciona a través de los derechos de televisión. Con unos 100 millones de euros al año se asegura el monopolio de sus transmisiones, que utiliza para soportar su propaganda y para poner a los equipos más populares en el mismo horario de los programas que pueden criticar sus políticas. Lo que no consigue es organizar eso que sí organizan más de doscientos países en el mundo: un partido”. Así de dramático. De esta forma el peronismo homenajea al populismo romano: “pan y circo”.
El problema es que a once meses de las próximas elecciones nada hace pensar que el país mejore. La oposición se presentará dividida. La Unión Cívica Radical, luego de meses de debate no se unirá a Mauricio Macri, el gobernador de Buenos Aires (la única figura que podría enfrentar a los peronistas). Como indica Antonio Navalón: “Argentina tendrá una campaña electoral interesante. No será entre la alucinación de la Unión Cívica Radical y los peronistas, sino peronistas contra peronistas, con la única diferencia de cómo miran o dejan de mirar a Kirchner y el hecho de que Argentina fue el primer país que demostró cómo se puede acabar con las mayores reservas de oro, carne y de trigo, porque a fin de cuentas, el ejercicio de la soberanía nacional nunca tuvo límites. El problema es que la campaña electoral está teñida por la demanda sin fin de las centrales sindicales (verdadero poder fáctico argentino), la necesidad de negar la realidad por parte del Gobierno y en ese juego por caerle bien y estar cerca, pero no lo suficiente de los candidatos peronistas, para saber quién ganará contra ella, pero con su apoyo. El problema está en que los piqueteros, los que piden, los que practican el asalto libre a los supermercados, serán las fuerzas del orden en la nueva elección”. Bajo este panorama, solo un milagro salvará a la Argentina.
El populismo latinoamericano que fue inventado en Argentina, fue alimentado y fortalecido, para que su inventor termine siendo víctima de su propia creación. Sindicatos monopolistas que cual camisas de fuerza aterran a los mediocres políticos de turno.
Como dice Álvarez, ha llegado el momento de decirle adiós al populismo en América. Ver en L: Deshagámonos del populismo. Lampadia