Alejandro Deustua
Contexto.org
26 de noviembre de 2024
Para Lampadia
Apenas concluido el foro APEC en Lima el conflicto entre Ucrania y Rusia se escaló notablemente. Mientras la reunión lograba un éxito sustentado en laboriosas burocracias y dudosos consensos, el presidente Biden autorizó a Ucrania el uso de misiles que, inmediatamente, golpearían territorio ruso. Miembros principales de la APEC atizaban un peligrosísimo conflicto mientras los demás hacían caso omiso en este foro de “economías”.
Más aún, ni siquiera en prensa o “pasillos” se trató sobre el escalamiento anterior generado por el despliegue de alrededor de 10 mil soldados norcoreanos en la línea de combate ruso-ucraniano. Ello implicaba que la “guerra regional” en Eurasia no tendría ya sólo impacto global (trasmitido por la alianza sino-rusa, por la incertidumbre del mercado y por la fragmentación de cadenas de suministro) sino que se expandiría extra-continentalmente incorporando en el terreno a un muy hostil Estado asiático. Ese hecho incrementó los niveles de inseguridad en los vecinos de la cuenca del Pacífico amenazados por ejercicios nucleares y misileros norcoreanos capaces de alcanzar territorio norteamericano. Pero las “economías” APEC decidieron no tomar nota.
En ese contexto, la diplomacia peruana no sólo persistió en su aproximación a un antiguo y vital aliado de Corea del Norte (China) sino que incrementó su protagonismo subyugada por la inauguración del puerto de Chancay. Al respecto, ella pareció totalmente desinformada sobre la posibilidad de una retaliación norteamericana. Su deber no era estar al tanto de la modalidad en que ésta se produciría sino de que habría una respuesta riesgosa.
Esa respuesta se realizó mediante el ataque de misiles ATACMS norteamericanos de alcance intermedio (unos 300kms) sobre territorio ruso acompañados por misiles británicos Storm Shadow de similar alcance (250 kms) en los alrededores de Kursk (localidad rusa tomada por tropas ucranianas que fuerzas rusas intentan recuperar con eventual apoyo norcoreano).
Rusia respondió de manera compleja. Según su versión, derribó todos menos uno de esos misiles, atacó una ciudad ucraniana (Dnipro) con un misil hipersónico de mediano alcance y anunció el descenso del umbral de uso de armas atómicas en su defensa.
En el proceso, Rusia empleó por primera vez en un campo de batalla, el misil convencional Oreshnik que, con una velocidad diez veces superior a la velocidad del sonido (Mach 10), se supone indetectable. Si la autorización norteamericana para el uso de misiles sobre territorio ruso cruzó una línea roja ya establecida para fortalecer la posición ucraniana (Blinken), el empleo del misil ruso ha escalado el conflicto todavía más arriesgando los límites de su control.
A continuación, el presidente ruso replanteó públicamente su doctrina nuclear señalando que se reservaba el derecho de “usar sus armas” contra “instalaciones militares” de países que permitieran que armas de otros países se usen contra “instalaciones rusas”.
El mensaje tenía dos destinatarios: los países de la OTAN que no poseen armas nucleares ni misiles de largo alcance (la mayoría de ellos) y el “Oeste colectivo”. Este término no ha sido definido (puede referirse a los miembros de la OTAN pero también a sus socios o al conjunto de Occidente) oscureciendo así el espacio del conflicto.
Es más, el presidente sostuvo que podría desplegar en terceros países armas de similar característica a las empleadas contra Rusia reiterando la responsabilidad norteamericana de la guerra contra Ucrania. Con ello no sólo implicó que la “operación especial rusa” había devenido en una confrontación directa con los miembros de la OTAN sino que “el conflicto regional en Ucrania…. ha adquirido elementos de carácter global”.
En efecto, aunque el impacto global de esa guerra se constató desde un principio, ahora ha adquirido una mayor dimensión estratégica y operativa de menor capacidad de control mutuo.
En este contexto, dejar que el escalamiento siga su curso constituye un riesgo inaceptable para la mayoría de miembros del sistema internacional. La guerra en Eurasia debe parar. La discusión al respecto se ha generalizado.
Al respecto, la prestigiosa Chatham House presenta cuatro escenarios:
una guerra larga,
un conflicto congelado,
una victoria ucraniana o
una derrota ucraniana.
El primero es intolerable bajo los actuales términos y los dos últimos son inviables (Ucrania no tiene hoy capacidad triunfadora y la OTAN no aceptaría su derrota). El segundo escenario parece una salida de minimis (congelar el conflicto supondría un escenario similar al armisticio coreano de 1953 que cesó las hostilidades pero no produjo paz y sí latencia beligerante que se mantiene hasta hoy).
Con anterioridad Ucrania había presentado una alternativa. Sus puntos principales son invitación formal para su incorporación a la OTAN; fortalecimiento de su capacidad defensiva y denegación de “zonas de amortiguamiento”; disuasión de Rusia desde Ucrania; protección occidental de sus “recursos fundamentales”; y la reconstrucción del país.
La propuesta ha sido rechazada por Rusia. Su primer punto forma parte del origen del conflicto, el segundo es contrario a un elemento esencial de la relación la geopolítica entre Estados vecinos en conflicto (las “zonas de amortiguamiento funcionan si son garantizadas) y el tercero no es realizable en tanto la capacidad occidental de disuasión es principalmente nuclear (no podría establecerse en Ucrania). En cambio la protección occidental de los recursos ucranianos bien podría formar parte de las garantías de seguridad que se otorguen a Ucrania mientras que la reconstrucción de ese país es una obligación realizable y un deber del agresor.
De otro lado, el actual control ruso de las zonas territoriales ucranianas con mayor población rusa debe ser un elemento en discusión que Rusia no puede declarar concluido. Éstas pueden quedar sujetas a un nuevo plebiscito ahora controlado por la comunidad internacional y Ucrania tratando de encontrar un balance entre los principios de soberanía y de autodeterminación.
El Sr. Trump ya debe tener en mente algún posible entendimiento. Pero éste no podría llevarse a cabo mediante una negociación bilateral sólo con Rusia. La legitimidad consecuente provendría de la indispensable participación de Ucrania y de la UE y de la OTAN en alguna configuración.
En todo caso, ni la tasa de bajas rusas y ucranianas en la guerra permiten imaginar una guerra sin fin. Sin contar heridos, los soldados rusos fallecidos sumarían entre 106 y 140 mil hasta julio (TE) y los ucranianos rondarían los 70 mil según fuentes norteamericanas. En ambos casos las tasas de natalidad son abiertamente descendentes.
De otro lado, el apoyo norteamericano a Ucrania totaliza ya US$ 175 mil millones (CFR) mientras que el apoyo europeo implica 122 mil millones de euros. Las promesas de contribuir con “todo lo necesario” tiene su límite.
En este marco, el Perú no puede seguir desempeñando un rol neutral pasivo. O éste se torna activo (quizás sumándose al Brasil) o se procura una afiliación con Occidente dentro de nuestras posibilidades. Lampadia