¿Es acaso la ‘civilización occidental’ solo una ilusión? El filósofo y novelista Kwame Anthony Appiah, estima que el concepto de ‘civilización occidental’, como sistema desarrollado e ‘ilustrado’ y opuesto a la cultura de Oriente, resulta simplista y un «imperialismo cultural» porque la libertad, la tolerancia y el pensamiento racional no pertenecen a una sola civilización.
Fuente: actualidad.rt.com
En uno de sus discursos “No existe tal cosa como la civilización occidental”, publicado por The Guardian, Appiah señala que el concepto ‘Occidente’ ha experimentado varias metamorfosis en la historia. Así, en el apogeo del Imperio británico el escritor Rudyard Kipling «utilizó el término para referirse a Europa en contraste con Asia (Oriente)», mientras que durante la guerra fría se empleó «para contrastar los dos lados del telón de acero», con lo cual el propio concepto de ‘cultura occidental’ es «sorprendentemente moderno».
«La idea misma de ‘Occidente’ como patrimonio y objeto de estudio surge en la última década del siglo XIX» y «se desarrolla durante la Primera Guerra Mundial», algo que reflejó Oswald Spengler cuando introdujo el concepto en su libro ‘La decadencia de Occidente’, según ha declarado este filósofo angloghanés y ha publicado ‘The Guardian’. Para Kwame Anthony Appiah, la ‘civilización occidental’ no le pertenece a nadie. Destaca que los valores democráticos liberales occidentales pueden ser rechazados por quienes viven en Occidente —por ejemplo, los europeos que se han radicalizado y se han unido al llamado Estado Islámico— o, por contra, los pueden adaptar y divulgar personas que vivan en Asia o África.
Alguien le preguntó a Mahatma Gandhi qué pensaba de la civilización occidental, y él respondió: «Creo que sería una muy buena idea.» Como muchas de las mejores historias, por desgracia, esta es probablemente apócrifa; pero también como muchas de las mejores historias, ha sobrevivido porque tiene el sabor de la verdad. Pero mi propia respuesta habría sido muy diferente: creo que deberías abandonar la idea misma de la civilización occidental. En el mejor de los casos, es la fuente de una gran confusión, en el peor de los casos, un obstáculo para hacer frente a algunos de los grandes retos políticos de nuestro tiempo. Dudo en discrepar incluso con Gandhi, pero creo que la civilización occidental no es en absoluto una buena idea, y la cultura occidental no mejora.
Una de las razones de las confusiones en la «cultura occidental» proviene de confusiones sobre el oeste. Hemos utilizado la expresión «el oeste» para hacer trabajos muy diferentes. Rudyard Kipling, poeta de Inglaterra, escribió, «Oh, este es el este y el oeste es el oeste, y nunca se encontrarán», contrastando Europa y Asia, pero ignorando por todas las otras partes. Durante la guerra fría, «el oeste» era un lado de la cortina de hierro; «el este» su opuesto y enemigo. Este uso, también, ignora efectivamente la mayor parte del mundo. A menudo, en los últimos años, «el oeste» significa el Atlántico Norte: Europa y sus antiguas colonias en América del Norte. Lo contrario aquí es un mundo no occidental en África, Asia y América Latina – hoy denominado «el sur global» – aunque muchas personas en América Latina también reclamarán una herencia occidental. Esta manera de hablar advierte al mundo entero, pero agrupa a un montón de sociedades muy diferentes, mientras que delicadamente ignora a los australianos y neozelandeses y sudafricanos blancos, de modo que «occidental» aquí puede parecer simplemente como un eufemismo para el blanco.
Por supuesto, a menudo también hablamos hoy del mundo occidental para contrastar no con el sur sino con el mundo musulmán. Y los pensadores musulmanes a veces hablan de manera paralela, distinguiendo entre Dar al-Islam, el hogar del Islam, y Dar al-Kufr, el hogar de la incredulidad. Me gustaría explorar más a fondo esta oposición. Porque los debates europeos y americanos de hoy, sobre si la cultura occidental es fundamentalmente cristiana heredan una genealogía en la cual la cristiandad es substituida por Europa y entonces por la idea del oeste.
Esta identidad civilizacional tiene raíces que se remontan a casi 1,300 años, entonces. Pero para contar la historia completa, necesitamos comenzar aún más atrás.
De este modo, Appiah recuerda que «los valores no son un derecho de nacimiento, hay que cuidarlos» y «no pertenecen a un europeo que no se haya tomado la molestia de comprenderlos y absorberlos», porque «la cultura es un proceso con el que uno se compromete». Y este es una de las grandes enseñanzas del filósofo, ya que se puede extrapolar a la idea de la globalización y cómo el mundo necesita para avanzar hacia la globalización. Appiah se llama a sí mismo un cosmopolita en el sentido de que cree que el mundo es como una gran ciudad y cada persona debe ser responsable de su hermano hombre para hacer que el mundo funcione correctamente nuevamente. El concepto de cosmopolitismo, según Appiah, es uno de aceptación y el uso de otras culturas para obtener más de la vida.
Actualmente existe una ola anti-globalización que ha venido surgiendo en el mundo. Esto se ve claramente en los fenómenos políticos como el Brexit y los discursos aislacionistas del presidente electo de EEUU, Donald Trump. En realidad, la elección presidencial en Estados Unidos se ha convertido en el epicentro de esa creciente oposición al libre comercio y la globalización. Donald Trump ha acusado a China de querer “matar de hambre” a los estadounidenses manipulando su moneda y “haciendo trampa” en el comercio internacional y, también a acusado a Mexico de robar los trabajos de los estadounidences. Trump ha dicho que impondrá aranceles sobre todo a los bienes producidos en China y México, porque están está “asesinando” económicamente a Norteamérica.
El Brexit, la victoria de Trump, el discurso de Le Pen, de Orban, de Farage, (en Francia, Hungría y Reino Unido respectivamente), todas estas situaciones tienen como común denominador el proteccionismo extremo. Ahora, ¿qué debemos identificar de esta tendencia? Dos circunstancias: el descontento de los ‘perdedores’ de la globalización, aquellos que se ven apartados del sistema liberal y la economía de libre mercado y la otra circunstancia, no tan comentada, es cultural e ideológica.
Tenemos que identificar el problema de que existe una división cada vez más marcada entre occidente y oriente, y entre razas, géneros y naciones. La globalización se está revirtiendo y en vez de unirnos, nos está separando. Lo que debemos hacer es, como afirmó Mark Lilla en el NYT:
“[Debemos] formar ciudadanos comprometidos conscientes de su sistema de gobierno y de las principales fuerzas y acontecimientos de nuestra historia. Un liberalismo post-identidad también enfatizaría que la democracia no es sólo acerca de los derechos; también confiere obligaciones, como la obligación de mantenerse informado y de votar. Una prensa liberal post-identidad comenzaría a educarse sobre partes del país que han sido ignoradas, y sobre lo que allí importa, especialmente la religión. Y tomaría en serio su responsabilidad de educar a los estadounidenses sobre las principales fuerzas que conforman la política mundial, especialmente su dimensión histórica.” Ver en Lampadia: ¿Vamos hacia el fin de la preeminencia de los grupos de identidad?.
La aceptación del discurso de Trump, Le Penn y el Brexit deja claro que se estaría poniendo por delante de la identidad nacional, la pertenencia a grupos minoritarios más dedicados a la exigencia de derechos al resto de la sociedad, sin la contraparte de los consiguientes deberes. Por eso, como afirmaba el dramaturgo Terence: «Homo sum, humani nihil a me alienum puto.» «Soy humano, no creo que nada sea ajeno a mí». Ahora hay una identidad que vale la pena conservar. Lampadia