Alejandro Deustua
18 de febrero de 2025
Para Lampadia
Con un complejo y desordenado proceso de tanteos, planteamientos y contactos se ha iniciado el inicio del fin de la guerra ruso-ucraniana. La primera conferencia telefónica entre los presidentes de Estados Unidos y Rusia desde el inicio de la guerra y una reunión en Riad entre el Secretario de Estado Rubio y el Ministro de Relaciones Exteriores Lavrov implicando reaproximación diplomática y marcos negociadores dan fe de ello.
Ésta es buena noticia si se considera sólo el objetivo: terminar con una guerra de desgaste en Europa de progresivo escalamiento, continuo y peligroso impacto sistémico y gran costo en vidas y recursos.
Pero no lo es si, de manera innecesaria, el agredido es mantenido en la sombra, se corroe más la alianza occidental y no se tiene claridad sobre el escenario de postguerra.
En efecto, el proceso referido ha comenzado sin planificación ni coordinación apropiadas entre los implicados y ha exhibido un inadecuado ánimo imperativo por la superpotencia. La necesaria iniciativa norteamericana no debió agregar estos costos aun teniendo en cuenta que un proceso establecimiento de la paz en una guerra que no se ha definido en el terreno no es emprendimiento pulcro.
Si bien el presidente Trump procedió también en base a la necesidad de sustentar intereses en otros escenarios y en una promesa electoral (él acabaría la guerra en “un día”), se ha topado con una realidad bélica que quizás se mantenga por un tiempo indefinido, con aliados irritados que procuran su propio camino de paz y con reclamos ucranianos por legítimo protagonismo.
Ello ha ocurrido luego de que el Secretario de Defensa norteamericano Hegseth expusiera en una reunión de la OTAN en Bruselas los lineamientos pragmáticos (de intensidad desconocida) de un eventual acuerdo:
no habrá retorno a las fronteras pre-2014 (la devolución de Crimea no es realista);
las garantías de seguridad para Ucrania deberán ser respaldas por tropas europeas (y no-europeas) sin implicar a la OTAN ni el despliegue tropas norteamericanas;
y la seguridad europea comprometida deberá ser provista por los europeos (no por Estados Unidos) quienes deberán financiar la mejora de su industria de defensa elevando el gasto ad hoc de 2% a 5% de los respectivos PBI.
Además se indicó que la “realidad estratégica” recomienda una división del trabajo en la OTAN.
Estados Unidos no puede focalizarse prioritariamente en la seguridad europea (su propia seguridad fronteriza, la competencia con China y los intereses norteamericanos en Indo-pacífico lo exigen). Por tanto los europeos deberán hacerse cargo de la seguridad convencional en Europa (aunque el Secretario Hegseth no precisó si ello implicaba el retiro de tropas de su país del continente aun manteniendo el “paraguas nuclear”).
Como es evidente el Secretario de Defensa sólo anunció roles en el proceso de paz y cambios estructurales en la OTAN pero no términos del acuerdo correspondiente que no fueran los de la renuncia ucraniana a Crimea (no mencionó al resto del territorio ocupado por Rusia).
Por lo demás, si Estados Unidos está iniciando el proceso de paz, nada más contraproducente para lograr cohesión en la OTAN y seguridad para Ucrania que anunciar una vocación de repliegue en la zona y prescindir de los miembros de la alianza occidental en esas negociaciones salvo en la provisión de garantías de seguridad (el presidente Zelensky ni siquiera fue mencionado).
Luego correspondió al Vicepresidente Vance proseguir con el dictado de normas.
En un foro de seguridad transatlántica cuyo tema central es hoy la defensa, (la Conferencia de Seguridad de Münich), el Sr. Vance indicó que los europeos debían corregir su conducta democrática que, a su juicio, minimiza a un sector político (la ultraderecha nacionalista europea y, especialmente la Alternativa para Alemania, AfD). Si se trataba de principios nada se escuchó sobre la inviolabilidad de las fronteras p.e.
El canciller interino Olaf Scholz recogió el guante argumentando que no favorecería el trato con sectores nacionalistas que privilegian el discurso de odio en un país que lo ha padecido catastróficamente y que no aceptaría injerencia extranjera en el proceso político alemán.
Si Vance tenía en mente también a los “patriotas europeos” (Le Pen, Orbán p.e.) que habían encumbrado a Trump como uno de sus líderes en una reciente convención en Madrid, procurar la normalización de la historia autoritaria europea serviría, quizás, en su acercamiento a Putin y a una nueva orientación europea.
Con Estados Unidos liderando el proceso de paz al tiempo que proclamaba retirada convencional y ofendía a los europeos, el presidente de Francia convocó a una selectiva cumbre europea para intentar el diseño una estrategia que afiance su rol.
Pero, aparte del compromiso con Ucrania, allí tampoco hubo convergencia ni resultados precisos.
La paz no está a la vuelta de la esquina.
Lampadia