Alejandro Deustua
25 de febrero de 2025
Para Lampadia
Una gran cordialidad envolvió la visita del presidente Macron a Washington. Pero la divergencia con los aliados transatlánticos en torno a las condiciones de una paz “rápida” en Ucrania y la desconfianza europea sobre el presidente Trump se sostuvo (el futuro canciller alemán lo ha confirmado). Por lo demás, el privilegio del interés convergente entre la superpotencia y Rusia sobre el que brinda a sus aliados mostró la persistencia de un cambio histórico en la relación dentro de la OTAN que puede devenir en estructural.
Su anuncio tormentoso se produjo en la Conferencia de Seguridad de Münich cuando el Vicepresidente Vance pretendió dar lecciones sobre una mejor relación con la ultraderecha nacionalista europea (que ha escalado posiciones logrando el segundo lugar en las elecciones alemanas) mientras el Secretario de Defensa Hegseth minimizaba el rol europeo al ámbito operativo en las conversaciones sobre el fin de la guerra en Ucrania.
Aunque los presidentes Trump y Putin saben que deberán consultar con los europeos y Zelenski, ninguno de los dos desea una implicación decisiva de éstos. Si la evidencia de que ese acuerdo se logrará sólo entre la superpotencia y la potencia agresora es clara, ésta dejará una profunda huella en el orden estructural de postguerra. Y si Estados Unidos, que ya no puede sostener por su cuenta el orden post 1945, hace lo que quiere (reclamos de compensación económica en defensa y comercio) y los demás lo que pueden, la cooperación en esos términos se complica.
Especialmente si, en términos de la negociación ucraniana, la superpotencia se niega a reconocer al agresor ruso, aunque fuera implícitamente, dejando en el camino principios básicos como el de la integridad territorial de los estados (art. 4 de la OTAN) y sus interpretaciones.
A ello ha contribuido la dimensión emocional de las diferencias.
Frente a los hechos Zelenski afirmó que la autoridad norteamericana parecía inmersa en una “burbuja de desinformación” rusa.
Trump intentó entonces la descalificación del agredido definiéndolo como un “dictador” y “manipulador” que si no se avenía a los términos de la negociación “no tendría un país” qué defender.
Esa negociación era doble: la del término de la guerra y la exigencia norteamericana de compensación de US$ 500 mil millones en tierras raras (a lo que se sumarían otras inversiones norteamericanas en infraestructura) por su contribución financiera en armas y ayuda.
El acuerdo, bajo presión, está listo para su firma. Éste asegurara la presencia económica norteamericana en Ucrania y es considerado un paso necesario para lograr un acuerdo con Rusia.
A la par, un frenesí de reuniones se desató en Europa. Mientras el Secretario General de la OTAN, Rutte, se esforzaba en convencer a los aliados de que su rol debía lograrse con esfuerzo en lugar de sólo demandarse teniendo en cuento su voluntad de incremento del gasto en defensa, el presidente Macron convocó a dos cumbres selectivas para lograr en Europa un nuevo “sentido de urgencia” sobre la paz y el afianzamiento de la participación norteamericana en la OTAN antes de su viaje a Washington.
Mientras la primera reunión sólo logró confirmar el apoyo europeo a Ucrania, la segunda acordó ciertos lineamientos: Ucrania debía ser incluida en las negociaciones, la paz debía se duradera y apuntalada con garantías de seguridad creíbles (no especificadas) y los intereses y preocupaciones europeas debían ser tenidas en cuenta.
El Reino Unido se comprometió aportar fuerzas de paz en el terreno si se lograba un acuerdo, Francia aportaría 10 mil tropas y Suecia y otros socios lo considerarían.
Con similar sentido de urgencia, los presidentes del Consejo y de la Comisión Europea reiteraron su apoyo a Ucrania sin mencionar a Estados Unidos. Considerando a aquélla como “parte de la familia europea”, estas instituciones demandaron solidaridad transatlántica, reiteraron la responsabilidad rusa de la guerra, el rol defensivo de Ucrania, el superior apoyo financiero y militar europeo, su reciente incremento en gasto militar y el incremento adicional de las sanciones a Rusia.
Y en las Naciones Unidas, Estados Unidos se opuso a una resolución de la Asamblea General que reiteraba la condena al agresor y demandaba el retiro inmediato de las fuerzas rusas de territorio ucraniano. Sin embargo, mediante abstenciones (una forma de pragmatismo), logró la aprobación de una resolución del Consejo de Seguridad llamado a un rápido término del conflicto pero sin mencionar a Rusia como agresor.
Si bien ésta no es la primera divergencia mayor entre los aliados de la OTAN en una guerra (ocurrió con menor intensidad en Irak en 2003), la participación norteamericana nunca había estado en discusión.
Los esfuerzos europeos por asegurar esa participación y lograr el rol que les corresponde en el proceso de paz muestran la complejidad adicional de la guerra en Ucrania.
Pero la política exterior ha cambiado sustancialmente, su distanciamiento se mantiene y la paz no está asegurada. Lampadia