Pareciera que los ataques hacia los progresos generados por la globalización y el libre comercio fueran imperecederos e intencionales, lo cual no hace más que confirmar la confabulación que tienen ciertos grupos políticos e intelectuales para detener el círculo virtuoso de crecimiento y prosperidad (ver Lampadia: Trampa ideológica, política y académica) que han generado ambos fenómenos alrededor del mundo sin distinguir el grado de desarrollo entre países.
En esta ocasión, el golpe viene dado por el reconocido economista y profesor de la prestigiosa Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, Dani Rodrik. En un reciente artículo publicado por la revista Project Syndicate – denominado “El Caso de una Economía Audaz” (ver artículo líneas abajo) – hace un llamado a los economistas académicos a no temer en introducir cambios institucionales radicales en los sistemas económicos, ante la presencia de:
- Grandes segmentos de la fuerza laboral que parecen estar aislados del progreso económico.
- Niveles récord de desigualdad y malas perspectivas de ganancias para los trabajadores más jóvenes y menos educados.
- Un cambio climático que asola nuestra existencia.
Todos estos puntos, según Rodrik, justificarían la necesidad de reformar la globalización desde sus cimientos.
Analicemos y rebatamos punto por punto:
- En relación al hecho de que existen grandes segmentos de la fuerza laboral estén aislados del progreso económico, esto no es verdad. Como hemos demostrado en Lampadia: Recuperando lo mejor del capitalismo, probablemente no existe ningún segmento de la población que no se haya beneficiado del enorme progreso del capitalismo, de la globalización y del libre comercio en los últimos 200 años. Más aún, en los últimos 50 años, período en el que Rodrik concentra su crítica, la reducción de la pobreza, el aumento de la esperanza de vida, la alfabetización y el aumento de ingresos de los ciudadanos, se aceleraron notoriamente.
- En relación a los niveles récord de desigualdad y las malas perspectivas de ganancias hacia los trabajadores más jóvenes y menos educados, esto tampoco es verdad. Por el contrario, como hemos explicado en Lampadia: Retomemos el libre comercio, Otra mirada al mito de la desigualdad, no solo la gran potencia económica mundial, EEUU, ha experimentado un incremento de los ingresos familiares –51% entre 1979 al 2014- con la conducente reducción de su desigualdad, sino que además, más de la mitad de la clase media en América Latina se ha duplicado en la última década, ambos progresos producto del crecimiento económico, sustentado por la globalización y el libre comercio. Este proceso de crecimiento por supuesto que también benefició a los trabajadores que recién se insertaban en los mercados laborales.
- En relación al cambio climático, como hemos escrito en Lampadia: El socialismo de los Millenials, El futuro promisorio de las baterías, existen instrumentos de mercado que permiten palearlo, además de alternativas ecológicas que el mismo capitalismo ya se encuentra suministrando y que servirían también para tal fin. Ambas ideas no implican realizar ajustes significativos a los procesos de la globalización, como sugiere hacer el profesor Rodrik.
Pero el embate del mencionado economista no solo termina ahí, puesto que su llamado también pretende persuadir a la academia – en lo concerniente a la investigación económica- a utilizar un enfoque basado en la evidencia, pero con un foco especial en la experimentación. Es decir, utilizar el criterio de la prueba y error para determinar la idoneidad de una política pública particular.
Esto no solo es sumamente peligroso porque implicaría dejar de lado toda la evidencia empírica en torno a las buenas prácticas de política pública en el pasado– como por ejemplo los impactos positivos que generan las reformas de mercado en la mejora de una serie de indicadores de bienestar en los países – sino que además, haría posible la implementación de ciertas políticas que, en el proceso de prueba y error, podrían perjudicar sobremanera a una población objetivo, sino cumplen con su cometido.
La ciencia económica a diferencia de las ciencias naturales no lidian con objetos carentes de razón sino con seres humanos y por ende, no podemos dejar a su suerte una iniciativa que tenga efecto en un colectivo determinado.
Por todas las razones anteriormente expuestas, seguiremos defendiendo el uso de la evidencia empírica para la recomendación de políticas públicas, enmarcando siempre el desarrollo hacia más globalización y más libre comercio, en los futuros embates que la prensa internacional nos ponga en frente. Lampadia
El Caso de una Economía Audaz
Dani Rodrik
Project Syndicate
11 de marzo, 2019
Traducido y glosado por Lampadia
Aunque los economistas están bien posicionados para imaginar nuevos arreglos institucionales, su hábito de pensar al margen y de mantenerse cerca de la evidencia disponible fomenta una aversión al cambio radical. Pero, cuando se les presentan nuevos desafíos, los economistas deben imaginar nuevas soluciones, como un nuevo grupo está decidido a hacer.
CAMBRIDGE – A fines de 1933, John Maynard Keynes envió una notable carta pública al presidente de los EEUU, Franklin Delano Roosevelt (en adelante, FDR). FDR había asumido el cargo a principios de ese año, en medio de una crisis económica que había empujado a una cuarta parte de la fuerza laboral al desempleo. Había lanzado sus ambiciosas políticas del New Deal, que incluían programas de obras públicas, subsidios agrícolas, regulación financiera y reformas laborales. También había retirado a EEUU del patrón oro para dar más libertad a la política monetaria interna.
Keynes aprobó la dirección general de estas políticas, pero también tuvo algunas críticas agudas. Le preocupaba que FDR complicara el esfuerzo de recuperación económica al ampliar innecesariamente su programa de políticas. FDR estaba haciendo muy poco para aumentar la demanda agregada y demasiado para cambiar las reglas de la economía. Keynes se centró especialmente en la Ley Nacional de Recuperación Industrial (en adelante, NIRA), que, entre otras cosas, amplió en gran medida los derechos laborales y fomentó los sindicatos independientes. Le preocupaba que la NIRA socavara la confianza empresarial y pesara en la burocracia federal, sin hacer una contribución directa a la recuperación. Se preguntó si algunos de los consejos que FDR estaba recibiendo «no eran tan ingenuos ni tan extraños».
Keynes no pensaba mucho en la economía de FDR, pero al menos era un crítico comprensivo. Debido a que gran parte del New Deal se aplicó a la ortodoxia económica predominante, las políticas de FDR tuvieron poco apoyo de los principales economistas de la época. Por ejemplo, como explica Sebastián Edwards en su fascinante libro reciente American Default, la opinión predominante entre los economistas era que romper el vínculo del dólar con el oro crearía caos e incertidumbre. El único economista fidedigno en la «confianza mental» de FDR fue Rexford Tugwell, un profesor de Columbia de 41 años poco conocido que ni siquiera enseñaba a estudiantes de posgrado.
¿Los economistas demostrarán ser más útiles hoy, en un momento en que los desafíos que enfrentamos son casi tan apremiantes como los de la Gran Depresión? El desempleo puede no ser un problema grave en la mayoría de los países avanzados en la actualidad, pero grandes segmentos de la fuerza laboral parecen estar aislados del progreso económico. Los niveles récord de desigualdad y las malas perspectivas de ganancias para los trabajadores más jóvenes y menos educados están erosionando los cimientos de las democracias liberales. Las reglas que sustentan la globalización necesitan urgentemente una reforma. Y el cambio climático sigue planteando una amenaza existencial.
Estos problemas exigen respuestas audaces. Sin embargo, en su mayor parte, los economistas de la corriente principal parecen preocupados por arreglos marginales —una modificación del código fiscal aquí, un impuesto al carbono allí, tal vez una rociada de subsidios salariales— que deja intactas las estructuras de poder que respaldan las reglas del juego económico.
Los economistas pueden enfrentar el desafío adoptando una visión más amplia. El mes pasado, me uní a un grupo de destacados economistas para lanzar una iniciativa que hemos denominado «Economía para la Prosperidad Inclusiva» (EfIP). Desde los mercados laborales y las finanzas hasta las políticas de innovación y las reglas electorales, el objetivo es promover ideas políticas ambiciosas que presten mucha más atención a la desigualdad y la exclusión, y a los desequilibrios de poder que las producen.
Como Suresh Naidu, Gabriel Zucman y yo explicamos en nuestro «manifiesto», ni la economía sólida ni la evidencia convincente respaldan muchas de las ideas políticas dominantes de las últimas décadas. Lo que se ha llamado «neoliberalismo» es, en muchos sentidos, una derogación de la economía dominante. Y la investigación económica contemporánea, desplegada apropiadamente, es de hecho completamente conducente a nuevas ideas para crear una sociedad más justa. La economía puede ser un aliado de la prosperidad inclusiva. Pero depende de nosotros los economistas convencer a nuestra audiencia de los méritos de estas afirmaciones.
Nuestra red está formada por economistas académicos que creen que se pueden desarrollar nuevas ideas sin abandonar el rigor científico. El eslogan de nuestros días es «política basada en evidencia». Por consiguiente, nuestros resúmenes de política se basan en análisis empíricos, utilizando herramientas de la economía general. Pero, para nosotros, un enfoque «basado en la evidencia» no es uno que refuerce un sesgo conservador a favor de las políticas al margen de los acuerdos institucionales existentes; es uno que fomenta la experimentación. Después de todo, ¿cómo podemos desarrollar nuevas pruebas sin intentar algo nuevo?
Los mercados dependen de una amplia gama de instituciones para crearlos, regularlos y estabilizarlos. Estas instituciones no vienen con formas predeterminadas. La propiedad y los contratos, las instituciones más elementales requeridas para hacer que los mercados funcionen, son construcciones legales que pueden diseñarse de muchas maneras. A medida que lidiamos con las nuevas realidades creadas por la innovación tecnológica y el cambio climático, las preguntas sobre la asignación de derechos de propiedad entre los diferentes reclamantes se vuelven cruciales. La economía no proporciona respuestas definitivas aquí, pero proporciona las herramientas necesarias para identificar las compensaciones relevantes.
Un tema común en nuestro conjunto inicial de propuestas de políticas son las asimetrías de poder que dan forma al funcionamiento de la economía global contemporánea. Muchos economistas descartan el papel de tales asimetrías porque hay poco margen para el poder en condiciones de competencia perfecta e información perfecta. Pero en el mundo real que examinamos, abundan las asimetrías de poder.
¿Quién tiene la ventaja en la negociación de salarios y beneficios laborales? ¿Quién domina los mercados y quién debe someterse a las fuerzas del mercado? ¿Quién puede moverse a través de las fronteras y quién está atascado en casa? ¿Quién puede evadir impuestos y quién no? ¿Quién puede establecer la agenda de negociaciones comerciales y quién está excluido? ¿Quién puede votar y quién está efectivamente marginado? Argumentamos que abordar tales asimetrías tiene sentido no solo desde el punto de vista de la distribución, sino también para mejorar el desempeño económico general. Los economistas tienen un poderoso aparato teórico que les permite pensar en tales asuntos.
Si bien los economistas están bien posicionados para desarrollar arreglos institucionales que van más allá de lo que ya existe, su hábito de pensar en el margen y de mantenerse cerca de la evidencia disponible alienta una aversión al cambio radical. Pero, cuando se les presentan nuevos desafíos, los economistas deben imaginar nuevas soluciones. La imaginación es crucial. No todo lo que intentemos tendrá éxito; pero si no redescubrimos el valor del credo de FDR, «experimentación audaz y persistente», ciertamente fracasaremos. Lampadia
Dani Rodrik es profesor de economía política internacional en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard. Es el autor de La Paradoja de la Globalización: La Democracia y el Futuro de la Economía Mundial, Reglas Económicas: Los Derechos y los Males de la Ciencia Triste y, más recientemente, Charla Recta sobre el Comercio: Ideas para una Economía Mundial Sana.