Dos recientes “papers” (documentos), publicados en diferentes partes del mundo, concluyen que las crisis financieras serían una consecuencia ineludible del capitalismo, y que ante esta situación, la excesiva regulación resulta costosa e inefectiva. La mejor medida disponible para un gobierno sería el fortalecimiento de una “red de seguridad financiera” (con propuestas concretas) y un adecuado manejo de los efectos de las crisis.
Es irremediable que la economía capitalista esté sujeta a ciclos económicos a lo largo de su desarrollo: episodios de expansión económica seguidos de una desaceleración transitoria en torno a una tendencia (normalmente, de crecimiento) de largo plazo. Desde la Gran Depresión (1929), muchos economistas han investigado cuáles son los determinantes y las fuentes del ciclo económico, así como los mecanismos de propagación de las fluctuaciones económicas. En algunos episodios de la historia, la evidencia empírica ha respaldado a las teóricas que enfatizan a los factores de demanda, como los “choques monetarios”, mientras que en otras situaciones ha sido evidente que el origen de las fluctuaciones del producto fueron los llamados “choques reales”, generados por la introducción de innovaciones tecnológicas.
Diversos países del mundo han experimentado turbulencias en años recientes como consecuencia de diversas crisis financieras. La crisis mexicana (1994) tuvo importantes consecuencias en Latinoamérica, y la crisis asiática (1997) fue considerada “la primera gran crisis de la globalización”, al tener consecuencias planetarias y desencadenar el “efecto tequila” de 1998, y la crisis brasilera de 1999. Las crisis que se desencadenan como consecuencia de la inestabilidad en los sistemas financieros son difíciles de predecir, sus efectos tienen impactos duraderos y un poderoso “efecto contagio”. Esto se ha visto con la crisis financiera de EEUU (2007), que terminó golpeando fuertemente al sistema financiero europeo, hasta estos días, afectando principalmente a las economías periféricas con fundamentos macroeconómicos más débiles (Grecia, Italia, Portugal, España, Chipre, entre otras). ¿Son evitables las crisis financieras? ¿Existe algún tipo de regulación que pueda prevenirlas?
Un reciente artículo de The Economist (The inevitability of instability-La inevitabilidad de la inestabilidad), analiza estas importantes preguntas, a través de las conclusiones de un paperpublicado por el Banco Central de Brasil (Why Prudential Regulation Will Fail to Prevent Financial Crises, de Marcelo Madureira Prates, Noviembre 2013) y un documento preparado por Adair Turner, ex Jefe de la Autoridad de Servicios Financieros de Gran Bretaña (Too much of the wrong sort of capital flow, Enero 2014). En ambos documentos se explica que las crisis financieras serían una consecuencia ineludible del capitalismo, y ante esta situación la regulación debería ser prudencial y orientada a adoptar medidas que minimicen el daño.
Turner considera que las crisis y la inestabilidad financiera tienen como fuente el crecimiento sostenido del apalancamiento que no está relacionado a nuevas inversiones de capital y la creciente complejidad dentro del sistema financiero para liquidar estas deudas. En palabras del autor, el problema viene de la acumulación del “tipo equivocado de deuda”. Frente a esta situación, las políticas domésticas más adecuadas son aquellas que moderan el déficit en cuenta corriente y controlan la relación entre la entrada de capitales y los ciclos crediticios. No obstante, Turner enfatiza que implementar medidas de este tipo puede resultar incluso más difícil que negociar facilidades con el FMI para cubrir los requerimientos de liquidez del sistema financiero.
Prates, del Banco Central de Brasil, coincide en su documento con la ineficacia de la regulación para enfrentar las crisis financieras. Remarca que la inestabilidad y la innovación son características naturales de los sistemas financieros. Ante esto, se hace difícil aplicar una regulación compleja, orientada a la prevención de las causas de las crisis, que sea capaz de adaptarse al constante cambio que muestran los productos financieros. El exceso de regulación tampoco sería efectivo, por los altos costos que tendría la autoridad financiera para su aplicación y fiscalización. ¿Qué hacer ante esto? El autor considera que lo más importante es fortalecer la red de seguridad financiera. Esto se puede lograr perfeccionando los seguros de depósitos y fondos de liquidación para ser usados como herramientas ante las eventuales crisis. Los seguros de depósitos podrían ser financiados por una tasa aplicable a todas las instituciones relevantes, no solo a los depositantes. Además, se podrían tener planes de liquidación para las instituciones fallidas y retener una proporción de los pagos de bonos de cada banco, en un fondo que pueda usarse si este entra en problemas. El autor también explica la importancia de alinear correctamente los incentivos para evitar los mayores riesgos que se podrían asumir al existir esta red de seguridad financiera (en jerga económica, “riesgo moral”), estableciendo responsabilidades personales para los ejecutivos de los bancos que causen pérdidas.
Hace 40 años, Hyman Minsky de la Universidad de Harvard, uno de los primeros economistas en estudiar la inestabilidad de los mercados financieros, escribió: “Una característica fundamental de nuestra economía, es que el sistema financiero oscila entre la robustez y la fragilidad, y esa oscilación es parte integrante del proceso que genera los ciclos económicos”. Las idas y venidas en los mercados financieros son inevitables e inherentes al capitalismo, y parece ser que el consenso en la academia es que la mejor opción disponible para los gobiernos consiste en orientar sus esfuerzos a manejar adecuadamente las consecuencias de las crisis, antes que destinar recursos a controlar sus causas.
El capitalismo puede no gustarle a muchos, pero con todo y sus defectos, es la alternativa de organización económica que la historia ha demostrado ser viable y útil para reducir la pobreza y generar bienestar general. Como bien dijo el gran Nelson Mandela: “El libre mercado no es simplemente una exportación americana, sino que es la ruta reconocida por las economías de todo el mundo. Los mercados cerrados y las economías dirigidas se auto evidencian inapropiadas para nuestros tiempos”. Lampadia