Como hemos comentado anteriormente, Jaime Saavedra, el Ministro de Educación, se la ha pasado devaluando la educación privada, a la que solo se refiere para criticar su calidad. Nunca destaca que el sector privado invierte más del 3% del PBI en educación escolar y, recientemente, ha emitido un proyecto vergonzoso para reglamentar los centros educativos particulares.
El propio ministro y sus áulicos, como Hugo Ñopo, investigador de Grade, que en el último CADE por la Educación, en vez de hacer una presentación sobre «Los sistemas educativos exitosos a nivel internacional», tal como le solicitaron los organizadores del evento, se dedicó a repetir los argumentos de Saavedra para validar la gestión pública (se necesita más plata, aumentar a los maestros sin compromisos por la calidad, etc). Además por supuesto, pretendió demostrar con información sesgada, que la educación pública era superior a la privada. Algo que el ministerio ya no ha podido seguir manteniendo.
Efectivamente, qué vergüenza. El Minedu, en un “loable esfuerzo a favor de la transparencia”, como lo califica Macroconsult (más allá de que las pruebas cuantitativas sean o no la mejor forma de medir la calidad de la educación), acaba de publicar los resultados de las pruebas estandarizadas de lectura y matemática para estudiantes de segundo de media. Información en la que se comprueba que la realidad es todo lo contrario de la prédica oficial: la educación privada supera a la pública muy significativamente: (3 a 1), tanto en lectura como en matemáticas. Esto es especialmente relevante por tratarse del segundo de media, momento en el cual ya se ha agotado la mayor parte del proceso educativo.
Veamos las expresiones de Macroconsult en su Reporte Semanal (15 de setiembre, 2016), sobre la realidad de la calidad educativa:
“En un loable esfuerzo a favor de la transparencia, el Ministerio de Educación ha dado a conocer la evaluación de la calidad de la educación hecha en 2015 a los alumnos que cursaban el segundo año de secundaria. Los resultados confirman los hallazgos anteriores de la evaluación a niños de segundo año de primaria”.
“Por tipo de gestor [público o privado], los alumnos de escuelas públicas solo obtienen la nota satisfactoria en 9.7% del total; mientras que, en las privadas, este resultado lo obtiene 29.3% de los alumnos. En matemáticas es aún peor porque solo 9.5% alcanza el nivel satisfactorio; 12.7% logra, parcialmente, los resultados esperados; y 77.8% no tiene los conocimientos para haber alcanzado el segundo año de secundaria. Por tipo de escuela, solo 6.2% de los alumnos de colegios públicos obtiene la calificación satisfactoria, lo que se eleva a 19.2% en los privados”.
Es pues una lástima que nos hayamos dejado adormecer por Saavedra, pensando que estábamos haciendo lo correcto en educación y, que hayamos permitido que las mentiras se repitan impunemente, una y otra vez.
Por ejemplo, analicemos el artículo (glosado) de Ñopo, que presenta los mismos argumentos que el ministro, en El Comercio (12/9), días después del CADE por la Educación:
«La innovación no basta en la educación», por Hugo Ñopo
El investigador Hugo Ñopo dice que ojalá fuera cierto que la educación puede ser revolucionada solo siendo más innovadores
La mejora de la educación requiere de la innovación, pero más del financiamiento, sostiene el investigador Hugo Ñopo. (Foto: El Comercio)
[Nadie dice que “solo siendo más innovadores”. Pero Ñopo, de costadito le baja las llantas a la innovación, algo que no se discute en ningún lugar del mundo (perdón, seguramente se hace en Corea del Norte)].
El entorno cambiante nos ha llevado a creer que la innovación es tan poderosa que puede revolucionar la educación. Ojalá fuera cierto. La verdad es que antes necesitamos resolver algunos problemas fundamentales, como el del financiamiento.
[Centrarse en el financiamiento es una gran disculpa para no hacer lo que se debe. Vean como en la India, en el Estado de Haryana, se ha hecho una revolución educativa sin mayores recursos. Ver en Lampadia: Una revolución educativa sin costos adicionales.]
Nuestro país invierte al año US$1,200 por estudiante. México invierte el doble, y Chile y Brasil el triple. En promedio, los países de la OCDE destinan 8 veces más a educación. Desde esta perspectiva, no resulta sorprendente el pobre desempeño de nuestros estudiantes en comparación con los de otros países. (…).
El llamado para aumentar la inversión educativa es claro. Sin embargo, también resulta claro que en el corto plazo multiplicar por dos, tres o doce la inversión en educación no es viable. ¿Qué hacer mientras tanto?
Se cree que la educación privada es una gran promesa y por eso se dio en 1996 el Decreto Legislativo 882 para fomentarla. En casi 20 años, el mercado de la educación ha sido en gran medida desregulado y con calidad heterogénea. Pese al fomento [acoso], la escuela privada ha podido llegar a menos de un tercio de los distritos del país. Y ahí donde ha llegado no ha conseguido mejores resultados que la escuela pública. [La gran farsa].
(…) Hay que depositar la confianza en esos 400 mil docentes que día a día ingresan a las aulas, públicas y privadas con nuestros estudiantes. Lo que corresponde, entonces, es trabajar para que esos docentes sean los mejores.
(…) Por el otro, la profesión está mal remunerada.(…). La revalorización de los docentes es tarea de todos. [¿Sin exigirles que su sindicato renuncie a la ‘lucha de clases’?]
Claro que hay que revalorar la profesión del maestro. Ya hemos explicado que el colapso de los ingresos de los maestros se produjo por la gran inflación de 25 años que originó la dictadura del velascato, que licuó los ingresos de los servidores públicos como los maestros, enfermeras y policías.
Pero para repotenciar y reformar los servicios del Estado, en salud, seguridad y educación, hay que hacer planteamientos integrales, como hemos propuesto para la educación escolar. Ver: Líneas de acción y compromisos para la educación del siglo XXI
En resumen diríamos: no más mentiras, menos politiquería, más libertad, más innovación, más tecnología, mayor capacitación de los maestros, pero todo a cambio de un sólido pacto nacional por la educación del siglo XXI. Lampadia