Alejandro Deustua
18 de abril de 2023
Para Lampadia
En el transcurso del último medio siglo, el mundo ha padecido crisis inflacionarias y recesivas que resultaron en fuerte inestabilidad política global.
Empecemos en 1973. En el marco de la quiebra del sistema de libre convertibilidad vinculada al oro establecido en Bretton Woods y del incremento de los precios del petróleo decretado por la OPEP, la crisis de ese año tuvo graves implicancias bélicas en el Medio Oriente y muy serias consecuencias económicas para América Latina y el mundo. La escasa disciplina con que ésta fue afrontada por Estados Unidos y la irresponsabilidad controlista de los productores petroleros relanzó la inflación hasta otro pico en 1979-1980 que concluyó en una severa recesión global en 1981-1983 y en la crisis de la deuda latinoamericana (la tenebrosa “década pérdida”).
Hoy, luego del gran incremento del gasto global reclamado por la pandemia y del impacto de la guerra en Ucrania en los gastos de defensa de las potencias y en los precios influidos por distorsiones de oferta (especialmente petrolera y alimentaria) y de cadenas de suministros, la inflación global se muestra persistente a pesar de políticas generales de aumento de intereses. Su carácter pernicioso, asociado a mercado laborales ajustados y desorden bancario reciente, ha generado una fuerte desaceleración del crecimiento y del comercio globales en un marco de desconfianza generalizada.
Aunque esta crisis pudiera no tener las capacidades destructivas de las del siglo pasado ni la de la “gran recesión” del 2008-2009, su impacto global ha multiplicado los riesgos de sus orígenes proyectando un año muy severo para la comunidad internacional.
En efecto, la consecuencia de la crisis se expresa también en la cancelación de la posibilidad de un “aterrizaje suave” de la economía global que algunos esperaban y nos acerca a una solución mucho más dura del problema. La dimensión del riesgo consecuente es tal que, si la cooperación de políticas monetarias y fiscales se pierde entre medidas indisciplinadas, podría desencadenar una recesión global (Goldman Sachs ya elevó a 35% las posibilidades de una recesión en Estados Unidos este año).
Ésta no es la opinión de economistas que anuncian una nueva gran debacle económica (Roubini) sino la más moderada expresión del FMI, que destaca presiones inflacionarias adicionales a las señaladas.
Entre ellas se incluye tendencias estructurales de creciente fragmentación global;
políticas de desacoplamiento (especialmente tecnológico);
realidades de mercados laborales ajustados de propensión inflacionaria en los países desarrollados;
temores de contagio del sistema financiero producido por el desorden bancario existente; y
desequilibrios geopolíticos.
Como resultado de ello la proyección de crecimiento global para el año ha sido rebajada por esa entidad a 2.8% (vs 3.4% en 2022 y 6% en 2021 año de recuperación del -4-4% generado por el COVID en 2020). Tan precaria performance se emparenta con las cuotas anuales más bajas desde la “gran depresión” (la crisis financiera del 2008-2009 a la que siguieron años de muy bajo crecimiento en 2012, 2013, 2016, 2019-BM-) consolidando década y media de decepcionante performance global.
A ese proceso aletargado se agrega una nueva caída del comercio global (el intercambio de bienes y servicios crecerá en el año apenas 2.4%, menos de la mitad del 5.1% de 2022 que no satisfizo las expectativas de la UNCTAD). El repunte pronosticado para 2024 es de apenas 3.5%.
Con las economías desarrolladas rindiendo 1.3% (Estados Unidos y la Zona del Euro proyectan apenas 1.6 y 0.8% para el año, respectivamente, bien por debajo de su potencial y de los registros del 2022 que duplicaron los actuales), las economías emergentes no tienen, con 3.9%, poder de arrastre global (la economía de mayor impacto, China, con 5.2%, no puede salvar sola la precaria situación).
Mucho menos en lo que toca a América Latina que apenas crecerá este año 1.6% reiterando cotas por debajo del promedio global y de las que marcan sus pares emergentes. Su pésima performance promedia apenas 0.9% en la última década (“un rendimiento peor que el de la ‘década perdida’, según la Secretaría General de la CEPAL). Según esa entidad, ésta se resume en “una trampa estructural de bajo crecimiento, elevada desigualdad, instituciones débiles y mala gobernanza”.
Frente a ello, el FMI recomienda persistir en el esfuerzo anti- inflacionario coordinado, prestar atención al equilibrio fiscal y mantener la alerta sobre problemas del sistema bancario. Esto sería atendible en la medida que las grandes economías mantengan o mejoren las políticas del caso. A la luz de las medidas unilaterales vinculadas al proteccionismo selectivo, subsidios o medidas coercitivas más o menos arbitrarias impulsadas por Estados Unidos o la Unión Europea, aquello no es seguro.
De otro lado, sustantivos requerimientos adicionales (atender la carga de la deuda, prevenir el riesgo de las economías emergentes -25% de las cuales que se acercan a las líneas de incumplimiento- y revertir las tendencias de fragmentación sistémica y de políticas de desacoplamiento que arruinan el comercio y generan mayor fricción) es decisión de unos pocos con poder. Para que ello ocurra necesitaríamos ser nuevamente redimidos.
En el caso latinoamericano, algunos lugares comunes pueden servir de guía, pero no de saneamiento pleno. La CEPAL, habiendo agotado también su stock de ideas, redunda en ellos: emprender con energías renovables y nuevas tecnologías, mejorar la gobernabilidad, renovar la “arquitectura financiera”. Y reitera también ciertas alegorías orientadas a mantener la esperanza como política: esperar que las altas tasas de interés rindan frutos antinflacionarios, recuperar el turismo, insistir en la integración regional y en las “reformas”.
Si todo ello ha sido recomendado ya en múltiples ocasiones por instituciones y autores de numerosas procedencias, la persistencia y la confianza (o la fe) a pesar de que en la región se trabaje contra ellas (el sabotaje mexicano de la de la Alianza del Pacífico es, al respecto, un gran ejemplo) quedan como remedios de última instancia.
Antes de reencontramos con una nueva década perdida y con algún conflicto adicional que genere mayor inestabilidad todavía, quizás nuestros políticos y tecnócratas deseen acudir a nuevas fuentes de inspiración para renacer salvando el matrimonio entre capitalismo y democracia. Leer al respecto a Martin Wolf puede ser un buen inicio. Lampadia