Fernando Cillóniz B.
CILLONIZ.PE
Ica, 1 de enero de 2021
Para Lampadia
La demonización es una técnica retórica e ideológica de desinformación o alteración de hechos y descripciones que consiste en presentar a personas o instituciones – incluso, a culturas o ideologías – como fundamentalmente malas y nocivas. La demonización también se usa para atribuir maldad a lo que – sencillamente – es distinto de lo que se cree o apoya. A ese respecto – generalmente – se recurre a sentimientos y pasiones para manipular a quienes se convencen más con éstos que con razones o pensamientos. (Para más detalles ver “demonización” en Wikipedia).
Bueno pues, los peruanos estamos enfrentando un artero y descarado plan de demonización en contra de nuestras empresas. La influencia pública del gobierno – y de muchos medios de comunicación – se ha puesto en juego para estimular una reacción de descrédito en detrimento de – prácticamente – todo el sistema empresarial del país. En efecto – para muchas autoridades, periodistas, políticos, y demás – las empresas mineras, petroleras, bancarias, AFP´s, de salud, de educación, de transporte, de telefonía, de energía, constructoras, comerciales, y – por supuesto – agroexportadoras… todas son abusivas, explotadoras, corruptas, y evasoras de impuestos. Ninguna se salva. Así se expresa la gente que está detrás de este siniestro plan de demonización empresarial.
La demonización de nuestras empresas ha llegado a tales extremos, que lo moral y lo legal han quedado relegados a los últimos planos. Con tal de desacreditar a las empresas, el Gobierno permite el bloqueo de carreteras y se rinde ante el más cobarde e incendiario vandalismo callejero. Se apedrean vehículos con niños adentro, se incendian ambulancias, se destruyen instalaciones empresariales… y no pasa nada. El Estado está pintado… no actúa. Incluso, ordena a la Policía a no hacer nada, exponiéndola a los más viles y humillantes ataques con piedras, bombardas, pintura… y hasta con bombas molotov. ¡Infame!
En este estado de caos social, el Estado de Derecho pierde valor, y millones de peruanos – y extranjeros – vemos truncados nuestros derechos constitucionales al libre tránsito, al trabajo, a la propiedad privada, a la integridad física… y hasta nuestro derecho a la libertad de expresión y opinión.
El problema es que detrás de esta demonización empresarial, subyace la destrucción de la economía nacional. Y con la destrucción económica vienen el desempleo, la pobreza, la inseguridad, la violencia, la corrupción… la crisis moral.
¿Tan difícil resulta ver que las empresas – y no el Estado – son las grandes generadoras de empleo para los peruanos? ¿Acaso no ven la relación de interdependencia que existe entre las grandes y medianas empresas, con las micro y pequeñas? ¿Y que si caen las grandes empresas, caen también las pequeñas? ¿Acaso no ven que las empresas son las proveedoras de esa inmensa y variada gama de bienes y servicios que requiere la ciudadanía – y el Estado – para sobrevivir? ¿Acaso el Estado no vive de los tributos que pagan las empresas y sus trabajadores?
Frente a tales interrogantes cabe preguntarnos ¿quiénes están detrás de la demonización empresarial en nuestro país? Pues bien, aunque parezca mentira, hay gente que gana con la pobreza. El Narcotráfico y el terrorismo… por ejemplo. Efectivamente, tanto el narcotráfico como el terrorismo – ambos – se nutren de la pobreza.
Por otro lado, la politiquería también gana con la pobreza. Eso de ofrecer el oro y el moro a los electores pobres – desesperados – suele favorecer a los políticos demagogos y populistas en su afán por conseguir votos en las elecciones políticas.
Conclusión. Hay gente que gana con la demonización de las empresas en nuestro país: (1) los narcotraficantes, (2) los terroristas, y (3) los políticos demagogos. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a caer en la trampa de la demonización empresarial?
La respuesta – obviamente – debe ser un NO rotundo. Lampadia