Fausto Salinas Lovón
Para Lampadia
El deterioro del Estado Peruano no ha llegado a niveles venezolanos, nicaragüenses o argentinos, pese al esfuerzo de nuestra clase política, en particular, pero no exclusivamente de izquierda, por incrementarlo, cooptarlo, enquistarse en él y parasitarlo desde principios de este milenio hasta el día de hoy.
Al ajuste y reducción del Estado de la década de los 90´s, que se deshizo de los pesados déficits fiscales de empresas estatales, redujo la burocracia estatal y estuvo acompañado de la creación de algunos ámbitos burocráticos de relativa eficiencia en los organismos reguladores, el MEF, el BCR, Sunat o Sunarp, el cambio de milenio trajo consigo el retorno del Estado. “El regreso del Estado[1]” era el paradigma del nuevo milenio, justificado no solamente en la retórica anti fujimorista y el viraje ideológico que se produjo, sino también, en una “ineludible exigencia de la gobernabilidad” (sic).
Este regreso hubiera sido hiperinflacionario y catastrófico con las estructuras estatales y las cuentas fiscales de 1990. Obviamente no hubiera sido posible sin el crecimiento económico de 2000 a 2020, que es la principal cosecha de los ajustes estructurales de los 90 y la apertura económica de principios de este milenio.
Visto desde la óptica del gasto público, la evolución del Estado se puede mostrar así:
Caben ciertamente muchas interpretaciones y perspectivas para analizar estas cifras. Sin embargo, hay dos que son ineludibles y nos interesan hoy. Hay quienes pagan esa cuenta y hay quienes la gastan.
En el primer grupo está usted que me lee en una pausa de su negocio, mientras no tiene clientes a quien atender, o usted que ya trabajó y volvió a casa a descansar, o tal vez usted que ya está en su casa, retirado después de décadas de esfuerzo y trabajo.
En el segundo grupo hay ciertamente peruanos a quienes no podemos denostar y más bien debemos encomiar. Usted, por ejemplo, miembro de nuestra PNP, que pone el pecho para que un delincuente no abalee a una mujer o su hijo. Usted, maestra que viaja en bus hasta punta de carretera y desde allí camina dos horas para llegar a su escuela en Chupani, en las alturas de Ollantaytambo o en cualquier punto remoto de nuestro territorio para enseñar a los niños a leer, mientras les da los alimentos. Como ellos, enfermeras, empleados públicos, médicos, militares, jueces y muchos otros peruanos que, con el trabajo del primer grupo, cumplen su cometido en nuestra sociedad.
Sin embargo, este segundo grupo también está lleno de una CASTA PERUANA[1] de personas que viven del Estado.
Postulan un día por la A y otro por la Z. Se reciclan en ministerios, organismos, gobiernos regionales y siguen allí, pase el gobierno que pase. Le sacan dinero al Estado desde cargos, consultorías, curules, asesorías o contratos. Le roban dinero al Estado y al ciudadano con coimas, clausuras, licencias, permisos, batidas u operativos. Saquean al estado nombrando a queridas, ahijados, amigos o familiares en los puestos estatales de otros sectores. Se encaraman en posiciones muy bien pagadas de la estructura estatal que defienden con el apoyo de ellos mismos y de otras castas internacionales. No quiebran como empresas porque reciben la publicidad estatal, cierran millonarios contratos con el Estado o reciben licencias para acoger estudiantes que el mismo Estado expulsa de otras entidades educativas.
Esa CASTA PERUANA es la que hay que erradicar. No importa si es roja, naranja o verde.
Si no enfrentamos a esa CASTA, el presupuesto, que ya creció 15 veces entre 1993 y 2023, seguirá creciendo y usted tendrá que seguir pagándolo. Si no lo enfrentamos, tendremos que vernos en el espejo argentino, en pocos años. Lampadia
[1] Tomamos prestado un término de moda de la política latinoamericana luego de la irrupción de Javier Milei en Argentina.
[1] El regreso del Estado y los desafíos de la democracia. Martín Tanaka. Lima, IEP 2005