Después de tantos años de una suerte de “lluvia ácida socialistoide”, los peruanos llegamos a creer que el futuro del Perú dependía del Estado. No olvidemos que desde los años 60 hasta principios de los 90, se prohibió la inversión privada en el campo, la minería, la pesca y hasta en el turismo. Esta situación, híper-centralizó el país, pues solo hubo inversión en Lima y en un par de ciudades de la costa, (en industrias sobreprotegidas, ineficientes y nada competitivas). Mientras esto sucedía, el Estado interventor decidía desde Lima todos los asuntos públicos y privados.
La “lluvia ácida” caló tan hondo, que muchos peruanos llegaron a aborrecer la inversión privada. Aún hoy, muchas autoridades siguen pensando que hay que proteger al Estado de los empresarios, y no entienden que son sus socios principales para el desarrollo.
Aún ahora, en el debate sobre la regionalización seguimos confundiendo descentralización con regionalización. Una depende del sector privado (de la inversión) y la otra del Estado. Nunca entendimos que la descentralización es económica y social, mientras la regionalización, que le corresponde al Estado, establece la estructura política y la desconcentración de la toma de decisiones.
Basados en esta definición, podemos ver que desde el regreso la inversión privada a las regiones (mediados de los noventa, tras la derrota del terrorismo y la instauración del modelo de libre mercado con la Constitución del 93), la evolución de todos nuestros indicadores económicos y sociales ha sido sumamente positiva. Así se puede concluir que la descentralización ha sido un éxito: se invierte más en las regiones que en Lima, se ha creado más empleo, los ingresos han subido en mayor proporción y hasta el sector rural (básicamente serrano) ha crecido a mayor velocidad. Ver: No es “chorreo”, son “manantes”.
Según todos los diagnósticos, en sentido contrario a la evolución de los avances económicos y sociales, la regionalización ha fracasado. Las causas: No se definió correctamente las instancias de decisión, distribuyó funciones sin capacidades, regionalizó los departamentos sin fomentar sinergias económicas y sociales, se crearon señoríos feudales con capacidades discrecionales absolutas sin pesos y contrapesos y sin segundas instancias. Se desarticuló la estructura integral del Estado y se eliminaron las capacidades de gobierno de un país unitario.
Ahora bien, si las cosas no son así, si la inversión privada ha producido estos resultados, directamente por la propia inversión y generación de empleo e, indirectamente, a través del aumento de los recursos fiscales generados por el mismo sector privado, ¿cuál es el afán de querer inventar, desde la burocracia, nuevos motores para la economía? Dizque, para ¿diversificar?
Mientras tanto, no podemos desconocer que el Estado es una desgracia. Desde su desprestigio y falta de confianza ciudadana, hasta su performance en labores fundamentales como: seguridad, educación, salud, infraestructuras, etc.
Arreglemos lo que está mal, nunca lo que camina sustancialmente bien. Los avances económicos y sociales, más allá de las mentiras de ciertas cúpulas políticas, no se pueden negar sin caer en falta de rigor y seriedad.
El Perú tiene dos agendas que enfrentar:
1.- Mejorar la educación, salud, instituciones (como la seguridad interna y la desburocratización) e infraestructuras. Es importante enfatizar la necesidad de promover la capacitación técnica para los trabajadores que debemos reentrenar o formar (aceleradamente).
2.- Poner en valor nuestros recursos naturales, como la mejor base de creación de riqueza, competitividad y encadenamiento productivo multisectorial (antes de que se tornen antieconómicos por las nuevas tecnologías), además de dotar al Estado de los recursos que le permitan superar la pobreza extrema.
Para ello,necesitamos un buen clima de inversión. Hacer una gesta por la inversión a lo largo y ancho del Perú. Y sobre todo, el liderazgo de una clase dirigente comprometida con nuestros intereses de largo plazo. No podemos seguir jugando a la política menuda, que finalmente es autodestructiva.
Lampadia ha defendido y seguirá defendiendo nuestras realizaciones, así como la necesidad de enfrentar las agendas pendientes. En cuanto a la regionalización, como dijimos hace un año, nos comprometemos a apoyar el debate sobre su realidad y reforma (ver: Por una descentralización más efectiva). Seguiremos muy atentamente los debates de reformas que se han empezado a dar y los cambios que se plantean a la Ley y a la propia Constitución. Lampadia