En Lampadia, hemos venido publicando recientemente contenido que da cuenta de diversas iniciativas que constituyen ejemplos de compromiso empresarial que va más allá de los fines cercanos (ver en Lampadia: Compromiso Cívico (Chile), El liderazgo de Innova Schools (Perú), Las gratas y no gratas sorpresas de la Fundación Gates en el 2018).
En esta misma línea, en Lampadia: Recuperando lo mejor del capitalismo, exploramos el concepto de “Capitalismo Consciente”– término que fue introducido por John Mackey y Raj Sisodia en uno de sus libros con el mismo nombre publicado en el 2014- el cual invoca la verdadera naturaleza del capitalismo como la mayor fuerza generadora de riqueza y de bienestar que ha podido conocer el hombre, a la vez que comparte una visión de la empresa, cuya razón de ser no solo se fundamenta en generar valor hacia sus accionistas, sino también hacia la comunidad.
Para nutrir la discusión en torno a la construcción de este capitalismo al servicio de la comunidad, queremos compartir un reciente artículo escrito por el Premio Nobel de Economía 2015, Angus Deaton, para la revista Project Syndicate (ver artículo líneas abajo), en el que realiza una breve reseña del nuevo libro de Raghuram G. Rajan, profesor en la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago, The Third Pillar: How Markets and the State Leave Community Behind [El tercer pilar: cómo los mercados y el Estado se olvidan de la comunidad], que trata muchas de estas cuestiones.
Así, Deaton destaca el papel de la mencionada obra en tanto permite explicar, desde una perspectiva histórica, la situación lamentable en la que se encuentra actualmente el capitalismo contemporáneo, caracterizada por una ola de críticas y de propuestas de solución muchas veces impulsadas por los mismos detractores del sistema.
La tesis de Rajan incide en que el mundo -particularmente EEUU y Europa – a partir de la década de los 70 y tras haber experimentado un crecimiento del producto potencial desde el período de la posguerra, se caracterizó por una desaceleración económica pronunciada, a la que los empresarios, en su intento por acometerla, desestimaron el generar beneficios hacia la comunidad. A esto se sumó la revolución de las TIC, que ni el mercado ni el Estado pudieron abordar al ritmo al que evolucionaba y que; sin embargo, fue enfrentada por la comunidad sin ningún escarmiento.
Por otra parte, Rajan señala – haciendo una clara referencia a la crítica enunciada por Mackey y Sisodia – que el principio dominante de la época en la clase empresarial- sobre el cual el valor de las empresas se sustentaba en valor para los accionistas- inhibió cualquier intento de cambio en la mente de los líderes corporativos, en pos de la comunidad.
Dado estos argumentos, el autor justifica la necesidad de reformar el pensamiento empresarial, de manera que busque el beneficio de la sociedad en su conjunto, posición que también compartimos. Sin embargo, no creemos que esto pase necesariamente, como postula Rajan, por asumir posturas localistas o comunitarias, para generar presiones en los distintos grupos de poder.
Por el contrario, nosotros siempre hemos tenido la fiel creencia que un primer paso para defender el capitalismo contemporáneo debe ser el brindar información pertinente y comprobable – a través de, por ejemplo, think tanks de corte libertario – que evidencie acerca de que no hay mejor sistema económico posible que haya conocido el mundo para generar desarrollo que aquel que esté basado en la iniciativa de libre empresa.
Un segundo paso vendría dado por acciones corporativas–hay múltiples ejemplos en el mundo- que consideren la realización de contribuciones a la comunidad en una serie de ejes sociales, llámese educación, salud, entre otros. Al respecto, resultan útiles las fundaciones y también los gremios empresariales, los cuales pueden canalizar los fondos de las empresas interesadas para generar iniciativas que tengan impacto en sectores determinados.
Es necesario reformular el pensamiento empresarial desde sus cimientos, de manera que la comunidad pueda verse beneficiada de sus sendos logros. Lampadia
¿Qué le pasa al capitalismo contemporáneo?
Angus Deaton
Project Syndicate, 13 de marzo, 2019
Glosado por Lampadia
PRINCETON – Casi de repente, el capitalismo se ha puesto visiblemente enfermo. El resurgido virus del socialismo infecta una vez más a los jóvenes. Otros más prudentes que aprecian los logros pasados del capitalismo y quieren salvarlo proponen diagnósticos y remedios. Pero sus propuestas a veces se superponen con las de quienes querrían hacer pedazos el sistema; y las distinciones tradicionales entre izquierda y derecha ya no dicen nada.
Felizmente, Raghuram G. Rajan, exgobernador del Banco de Reserva de la India y profesor en la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago, ha puesto su conocimiento y experiencia sin igual a la tarea de analizar el problema. En su nuevo libro, The Third Pillar: How Markets and the State Leave Community Behind [El tercer pilar: cómo los mercados y el Estado se olvidan de la comunidad], Rajan sostiene que el cáncer que aflige al capitalismo contemporáneo no es un problema de “Leviatán” (el Estado) ni de “Behemot” (el mercado), sino de la comunidad, que ya no actúa como freno a ambos monstruos. De modo que receta un “localismo inclusivo” para reconstruir comunidades que den a la gente un sentido de dignidad, estatus y significado.
El libro de Rajan, igual que The Future of Capitalism [El futuro del capitalismo] de Paul Collier (economista de la Universidad de Oxford), es exponente de un género cada vez más nutrido de críticas del capitalismo desde dentro. Rajan defiende el capitalismo, pero comprende que ya no está trabajando al servicio del bien social y que es preciso ponerlo otra vez bajo control.
The Third Pillar hace un profundo análisis del contexto histórico para explicar el momento actual; pero sus mayores aciertos son cuando recapitula los acontecimientos posteriores a la Segunda Guerra Mundial para explicar por qué todo empezó a descomponerse allá por 1970. Hasta entonces, el mundo había estado ocupado en la recuperación y la reconstrucción, y el crecimiento económico había recibido un impulso adicional gracias a la adopción de tecnologías de frontera por medio de la inversión en reemplazos.
Pero después de 1970 el crecimiento tendencial se desaceleró, lo que explica muchas de las dificultades actuales. Mientras eso sucedía, los gobiernos no tuvieron idea de cómo hacer frente a la desaceleración, más que prometer la restauración del perdido paraíso de la posguerra. En la mayoría de los casos eso supuso más endeudamiento. Y en Europa, las élites se lanzaron a la unificación continental, con el elevado propósito de poner fin a la reiteración de episodios de matanza. Pero en su prisa por obtener los beneficios obvios de la integración, se olvidaron de sumar a la ciudadanía. Fue así como finalmente aprendieron que después de la hibris llega la némesis.
El éxito de la socialdemocracia en la posguerra debilitó el poder del mercado para actuar como una influencia moderadora sobre el Estado. Según Rajan, ambos debilitados actores, en Europa y en EEUU, quedaron mal parados para lidiar con la inminente revolución de las tecnologías de la información y de las comunicaciones (TIC), de modo que la gente de a pie tuvo que hacer frente sola a las amenazas. Y las corporaciones, en vez de ayudar a sus trabajadores a manejar la disrupción, la empeoraron, al usar la vulnerabilidad de sus empleados para enriquecer a sus accionistas y ejecutivos.
¡Y cómo se enriquecieron! Conforme la mediana de ingreso de los hogares se estancó y aumentó la concentración de la riqueza, el capitalismo se volvió manifiestamente injusto y perdió el apoyo popular. Para poner a raya a sus oponentes, Behemot llamó en su auxilio a Leviatán, sin comprender que un Leviatán populista de derecha al final se come a Behemot.
Hay que destacar dos puntos de la exposición de Rajan. En primer lugar, la desaceleración del crecimiento es una causa fundamental (aunque de ritmo lento) del malestar social y económico de la actualidad. En segundo lugar, las consecuencias desafortunadas de la revolución de las TIC no son propiedades inherentes del cambio tecnológico; más bien, como señala Rajan, reflejan una “falta de modulación de los mercados por parte del Estado y de los mercados mismos”. El autor no insiste en esto, pero el segundo punto nos da motivos de esperanza, porque implica que las TIC no nos condenan a un futuro sin empleo; todavía hay lugar para una formulación de políticas esclarecida.
Rajan hace una muy buena exposición de la mala conducta de las corporaciones, tanto más eficaz cuanto que proviene de un profesor de una importante escuela de negocios. Según explica, el cuasiabsolutismo de la doctrina de la primacía de los accionistas sirvió desde el inicio para proteger a los ejecutivos a expensas de los empleados, y sus efectos perjudiciales se agravaron por la práctica de pagar a los ejecutivos con acciones.
En The Future of Capitalism, Collier hace una exposición similar desde Gran Bretaña, con la historia de la empresa británica más admirada de su infancia (y de la mía): Imperial Chemical Industries. En aquel tiempo todos crecíamos soñando trabajar algún día en ICI, una empresa que proclamaba como misión “ser la mejor compañía química del mundo”. Pero en los noventa, ICI cambió de norte, al adoptar el principio de valor para los accionistas. Y según Collier, ese único cambio destruyó a la empresa.
¿Y la comunidad? En otros tiempos, EEUU fue un país líder en educación pública, cuyas comunidades locales ofrecían a niños de cualquier nivel de talento y condición económica escuelas donde aprendían juntos. Y cuando la educación primaria dejó de ser suficiente, también empezaron a proveer acceso universal a la educación secundaria.
Pero hoy para triunfar se necesita título universitario, los jóvenes más talentosos van a buscarlo muy lejos de su comunidad de origen, y terminan autosegregándose en ciudades cada vez más grandes, de las que los menos talentosos quedan excluidos por los altos costos de vida. Protegidos en sus relucientes claustros, los que triunfan forman una meritocracia en la que a sus hijos –y a casi nadie más– les va tan bien como a ellos.
Collier cuenta la misma historia en Gran Bretaña, donde el talento y la participación en el ingreso nacional se han ido concentrando en Londres, y se generó vaciamiento y resentimiento en las localidades del interior. Pero como señala Janan Ganesh, del Financial Times, las élites metropolitanas ahora se encuentran “encadenadas a un cadáver”.
Rajan considera que la meritocracia es un producto de la revolución de las TIC. Pero yo sospecho que viene de antes. No olvidemos que el sociólogo británico Michael Young publicó su presciente distopía The Rise of the Meritocracy [El ascenso de la meritocracia] en 1958. De hecho, Collier y yo somos parte de la primera camada de la meritocracia británica. Y tal como predijo Young, nuestra cohorte dejó el sistema inservible para las generaciones siguientes, sin dejar de alabar sus virtudes. En Escocia, donde crecí, los talentos locales, intelectuales, escritores, historiadores y artistas, todos partieron a buscar mejor fortuna, o renunciaron simplemente a competir con las superestrellas de los mercados de masas. Y eso nos empobreció a todos.
Como Rajan, creo que la comunidad es una víctima de la captura de los mercados y del Estado por una élite minoritaria. Pero a diferencia de Rajan, dudo de que comunidades locales más fuertes o una política de localismo (inclusivo o no) puedan ser la cura del mal que nos aqueja. El genio de la meritocracia salió de la botella y ya no hay modo de volver a meterlo. Lampadia
Traducción: Esteban Flamini
Angus Deaton, Premio Nobel de Economía 2015, es profesor emérito de Economía y Asuntos Internacionales en la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales Woodrow Wilson de la Universidad de Princeton. Es el autor de El Gran Escape: Salud, Riqueza y los Orígenes de la Desigualdad.