Carlos E. Gálvez Pinillos
Expresidente de la SNMPE
Para Lampadia
El título de este artículo, parafrasea al del libro escrito por Roger Martin y James Milway respecto a Canadá, en el año 2012. El libro fue prologado por Michael Porter, en el que marca importantes diferencias con nuestro país y varias similitudes, pero lo más importante, es que deja múltiples lecciones que bien nos valdría leer y acoger con interés.
Algo interesante es que el pueblo canadiense, se siente justificadamente orgulloso de tener en su patria un mosaico de culturas. Reconoce que la diversidad ha sido un problema en muchos lugares del mundo, pero que es una fuente de fortaleza para Canadá. ¡Qué diferencia!
En el Perú tenemos un presidente que busca dividir y exaltar las diferencias, porque no es capaz de obtener y apreciar lo mejor de este crisol de razas y culturas, forjado durante quinientos años en nuestra patria.
Muchos fracasados, especialmente en Latinoamérica, lejos de avanzar y aprovechar el crisol de razas de nuestra integración y mestizaje, quieren retroceder a la “plurinacionalidad” y defender el concepto de los pueblos originarios, que básicamente ya no existen como tales. Baste el ejemplo de nuestra espectacular cocina peruana, el mundo la admira porque es el mejor producto de nuestro mestizaje.
Nadie se ha puesto a pensar que todo está por hacerse en nuestro país, que nuestra gente tiene gran inventiva, es ingeniosa, creativa, capaz de crear su propia actividad económica. Es cierto que contamos con un sistema de cuidado de la salud y de educación, que son un desastre, pero, siendo un país de ingreso medio, contamos con los recursos para transformarlos en sistemas de excelencia y debemos esforzarnos por lograrlo. La gran ventaja, es que no tenemos que inventar nada, sólo debemos tomar los mejores modelos y adoptarlos de inmediato en nuestro país.
Un elemento a resaltar, es que todos los peruanos estamos convencidos que el Perú es el mejor lugar del mundo para vivir, por su belleza, clima, riqueza de recursos naturales, abundancia de agua, potencial energético, un extenso litoral bañado por uno de los más ricos mares, sus imponentes montañas serranas y extensiones con gran variedad de flora y fauna selvática. Es cierto que aún tenemos muchísimas oportunidades de mejora, pero somos un país privilegiado en recursos naturales, que debemos poner en valor con la máxima eficiencia.
También es cierto que, a la fecha, somos capaces de competir con los principales productores del mundo, en minería, agroexportación, pesca y fibra de camélidos andinos de alta calidad. Además, es muy importante resaltar que contamos con capacidad de generación eléctrica limpia y eficiente suficiente para nuestra demanda y crecimiento futuro (Potencia instalada por 12,000 MW, con generación eficiente por hasta 8,000 MW, mientras nuestra demanda es cercana a 7,000 MW y tenemos proyectos con potencial para agregar hasta 20,000 MW limpios y eficientes).
A pesar de estas ventajas, no hemos desarrollado una gran industria y, por los niveles educativos alcanzados, no hemos sido capaces de desarrollar de manera masiva nuestro potencial para competir internacionalmente en servicios de tecnología, comunicaciones y desarrollo de software y hardware.
El Perú, que, a pesar del impacto externo de la crisis del 2008, ha tenido entre el 2005 y el 2013 un crecimiento económico promedio anual de 6.58%, se limitó a crecer a 2.58% entre el 2014 y 2021, gracias a las políticas de Humala, PPK, Vizcarra, Sagasti y ahora Castillo. Lamentablemente, todo indica que este último indicador será nuestro nuevo techo, cuando tenemos todas las condiciones para seguir creciendo entre 6 y 7% por año.
Coincidentemente, en minería, agro exportación y pesca, manejamos altos niveles de productividad y altos estándares de operación, pero no hemos hecho nada por mejorar la productividad de los demás sectores de la economía, entre los que debemos necesariamente incluir al sector construcción, de modo que podamos construir la infraestructura requerida y aumentar la eficiencia que nuestro sistema económico requiere.
En estos momentos, tenemos una ventana de oportunidades para atraer inversión extranjera, que no sólo instale industria de transformación, sino que haga transferencia tecnológica, genere los incentivos necesarios para que nuestros jóvenes se eduquen y tomen las oportunidades de un mejor nivel de empleo e ingresos y consecuentemente, mejores estándares de vida.
Es una receta ya trillada decir que, si queremos que el Perú alcance la prosperidad que merece, toda nuestra fuerza laboral debe alcanzar niveles de productividad compatibles con el mundo en el que competimos y eso sólo se logra con mejor educación.
Y aquí está el quid del asunto. Mientras mantengamos a nuestros niños y jóvenes repitiendo lecciones sin sentido de futuro o recibiendo adoctrinamiento ideológico, sin enseñanza de inglés, sin educarse en el manejo de computadoras y sin avizorar sus nuevas oportunidades en un mundo globalizado, no les será posible competir. Debemos no sólo cerrar, hacia arriba, la brecha entre la educación impartida en los mejores colegios privados y los públicos, los urbanos y rurales, sino también, respecto a la de los países del primer mundo.
Siempre decimos que el peruano promedio es muy “chambero” y realmente lo es, trabaja más que los ciudadanos de otros países, pero con menor productividad.
Quienes han accedido a un puesto de trabajo en actividades debidamente capitalizadas y de altos estándares, han demostrado ser más productivos e innovadores que sus competidores. En consecuencia, debemos identificar:
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- Donde vive y trabaja nuestra gente.
- Cómo competimos e invertimos.
- Cómo los hemos educado para competir.
En esencia, la receta final para que el Perú destaque y alcance el nivel que le corresponde, es:
- Educar bajo estándares internacionales.
- Generar seguridad, confianza y atractivo para la inversión de toda magnitud y origen.
- Atraer inversionistas permanentes de industrias sofisticadas, de diseño y de conocimiento.
Estas son tareas de largo aliento, pero si no empezamos hoy, dentro de varios años seguiremos en las mismas y quejándonos como lo hacemos ahora. Lampadia