Milagros Leiva
Para Lampadia
Fue la seguridad de Hugo Chávez la que peor me trató en una cobertura periodística. Eran tiempos de Alejandro Toledo y de la Cumbre del Grupo de Río. Yo estaba en el Cusco tratando de cumplir mi misión: una entrevista con el poderoso venezolano. Intenté acercarme a él en Sacsayhuamán, pero sus agentes no solo me cargaron en peso, también me arrancaron una mata de cabellos porque yo terca me mantenía firme ejerciendo el oficio. Tanto fue mi dolor que termine gritando mientras veía un mechón de mis cabellos en manos de un agente; solo recuerdo que el gobernante volteó y reprendió a su seguridad accediendo a responder mi cuestionario. Yo triunfé por terca, él aceptó por culpa. La entrevista, dicho sea de paso, fue abortada ni bien comencé a preguntarle por la libertad de expresión. Acusándome de agente del imperialismo y de que trabajaba en un periódico de derecha, Chávez interrumpió el interrogatorio. La crónica de ese encuentro la escribí en diario El Comercio, medio en el que escribía.
Tengo que reconocer que no me extrañó la violencia de la guardia chavista. El líder de “la revolución bolivariana” despreciaba tanto a los periodistas que no solo cerró medios de comunicación, hoy muchos de los informadores viven exiliados en Estados Unidos. No me sorprendió porque el rechazo a la prensa es típico de las dictaduras, la crítica no está permitida.
Escribo todo esto porque últimamente he visto al presidente Pedro Castillo, a su primer ministro Guido Bellido y a varios miembros del partido Perú Libre como actores de un gobierno donde el veto a la prensa está formado por tres ejes fundamentales: silencio, burla y agresión. Un gobernante elegido en democracia que no respeta a la prensa ingresa al terreno del autoritarismo, quiera o no. El presidente Castillo prefiere tuitear a dar conferencias y es tan silente con las críticas que su mutismo termina convirtiéndose en un estruendo político. Uno podría pensar que se está acostumbrando a su nuevo rol, que las conferencias le quitan tiempo pues trabaja sin descanso y que incluso se toma tiempo antes de contestar; nada más lejos de la realidad. Castillo fue un candidato que azuzó a sus seguidores contra los periodistas, no dio entrevistas salvo contadas veces que lo dejaron mal parado y hoy ensaya un estilo que ya despertó alertas en la comunidad periodística. No habla, pero tampoco deja que le pregunten y si los periodistas osan acercarse agredidos quedarán. Allí están las reporteras de RPP y TV Perú para contarlo.
¿Puede un gobernante dejar de contestar a los periodistas? La respuesta es no, pero Castillo cree que sí. Aunque la incertidumbre de tanta crisis política dispare el dólar, prefiere seguir con su estrategia de campaña: hablo y digo lo que quiero en la plaza, pero jamás a un periodista que llegue cargado de preguntas. Y mientras todo esto sucede se va de viaje a México y Estados Unidos, dejándonos el cadáver del terrorista Abimael Guzmán en la morgue sin entierro a la vista y un rosario de preguntas sobre su gobierno que sabe Dios si algún día contestará. La libertad de prensa en el Perú hoy no tiene castillo y quienes están en el Ejecutivo buscan tener a los periodistas controlados y si se puede encerrados en una mazmorra; olvidan que el derecho a la información siempre encuentra una ventana para triunfar. Olvidan que mientras exista independencia no importan los silencios ni los desprecios, mucho menos los cantos del poder; lo que realmente importa es la búsqueda de la verdad. Lampadia