Por: Marcos Ibazeta Marino
Expreso, 31 de Enero de 2019
Se ha convertido en una pésima costumbre nacional la reacción social basada solo en factores emotivos que conducen a la condena de los rivales y a la justificación de los amigos, sin tomar en cuenta la racionalidad que exige el análisis de la realidad peruana en general, los factores sociales que han conducido a una pugna feroz entre peruanos, impulsada por políticos de escuelas caducas y por una prensa harto irresponsable que tiende, por intereses diversos, a fragmentar la institucionalidad.
Esto nos ha conducido a la consolidación de odios y resentimientos entre los seguidores de los unos y los otros, en cuyo escenario la percepción del enemigo es perfecta: el peruano es enemigo de otro peruano; impidiendo la identificación del enemigo real.
La delincuencia se enseñorea con nosotros y sobre nosotros con una ferocidad extrema y un grave desprecio por la autoridad.
Los delincuentes perciben la debilidad represiva del Estado, por lo cual acrecientan su agresividad, con cuyo objeto ya casi no hay escaperos sino asaltantes con armas de fuego hasta por quitarle a alguien su celular, sus zapatillas o sus bicicletas, disparando a matar contra todo el que oponga resistencia.
Ningún delincuente obedece a la policía: agrede y fuga. El policía lo persigue y ante la negativa del delincuente a entregarse, dispara y, a veces lo mata, o muchas veces el muerto termina siendo el policía.
Frente a esa agresividad, nuestros fiscales y jueces continúan pensando que el delincuente es un sujeto común y corriente al que hay que tratar con guantes de seda, incurriendo en confusiones valorativas vergonzosas, porque olvidan que el punto de partida es la situación de peligro causada por esa delincuencia en el seno de la sociedad, entre nosotros los que cumplimos y nos sometemos a la ley, para lo cual se tiene que endurecer la acción policial en función de la actitud del delincuente frente a la autoridad. Sin embargo, fiscales y jueces mandan a la cárcel a sus policías y liberan a los delincuentes agresores.
Mejor ya ni mencionar la humillante sumisión de nuestros fiscales y procuradores ante Odebrecht en una vergonzosa negociación en la que hemos perdido demasiado para ganar casi nada. Tampoco parece ser importante que todo el liderazgo nacional esté bajo sospecha, incluido el presidente. No se percibe gobierno y gobernabilidad. El Congreso sigue en otro mundo y el sistema de justicia anda colapsado. ¿Qué hacer?