Por: Richard Webb
Los cristianos aprendemos que cada vida humana llega al mundo en la forma de la pareja alma y cuerpo, en realidad dos vidas unidas como mellizos siameses. Se trata de una convivencia temporal porque el alma es inmortal mientras que el cuerpo tiene fecha de vencimiento. Además de su temporalidad, al mellizo mortal le toca una doble responsabilidad, atender a su propia sobrevivencia física, y a la vez cumplir los requisitos morales y reverenciales para que su mellizo inmortal acceda a las mejores versiones de la eternidad. Encima, todo eso debe cumplirlo sin saber de cuánto tiempo dispondrá.
Si tuviéramos que evaluar el cumplimiento de esas obligaciones, ¿qué nota le tocaría al mellizo mortal? Personalmente le daría una nota muy alta para su primera tarea, la sobrevivencia física. En ese aspecto la ejecución ha sido excepcional. Los mortales nos hemos ido adueñando del planeta, cada día comiendo más, protegiéndonos mejor de la naturaleza con ropa y casa, y comunicándonos con más facilidad y rapidez para coordinar esfuerzos. Más aún, esa trayectoria de conquista del planeta ha sido tan exitosa durante el siglo XX que la definición del objetivo empieza a volverse ambigua. Para muchos, hemos pasado de un reto de sobrevivencia de la vida humana, a un reto de limitar esa vida.
En el mundo, la explosión poblacional ha sido increíblemente reciente, apenas desde inicios del siglo XX cuando llegó a sumar mil quinientos millones de habitantes. Desde esa fecha se ha expandido velozmente, llegando actualmente a siete mil millones. Si bien el caso peruano se ve como uno de relativo fracaso, en el frente poblacional, o sea cuanto a la creación y sustento de vida humana el Perú ha superado con creces la experiencia del promedio mundial. Hace dos siglos el Perú se volvió república con apenas un millón de habitantes, y desde esa fecha su población se ha multiplicado 30 veces. Esa multiplicación de vida se inició durante su primer siglo de independencia. A pesar de los continuos conflictos internacionales e internos, los peruanos no sólo cumplieron su encargo de lograr la sobrevivencia física, sino que lo lograron en forma asombrosa, multiplicando la disponibilidad de alimentos. Si bien el Perú ha conocido hambrunas ocasionadas por variaciones climáticas, los años se fueron sucediendo cada vez con más población y con menores índices de subalimentación.
Además, la expansión de vida humana no sólo ha sido resultado de una mayor población sino además de vidas más largas, fenómeno que en parte responde a la mayor alimentación, pero sobre todo a la mejora sanitaria del país. La esperanza de vida en el Perú en 1876 se estimó en apenas 30 años, pero hoy alcanza 77 años, mejora que responde tanto a mejoras en la ciencia médica como a una fuerte expansión en la atención médica de la población. En el Perú del año 1940 sólo había un médico por cada 8000 habitantes. Hoy, la cifra es uno por cada 300 habitantes, y la mejora es proporcionalmente mayor en regiones de Sierra y Selva que en Lima.
No cabe duda entonces que el mortal peruano ha cumplido con creces su primera obligación, la simple sobrevivencia de la vida humana. Pero confieso que no me atrevo a ponerle nota a su gestión como guardián del alma, moralidad y reverencia que asegurarían las futuras vidas de sus mellizos inmortales.