Por: Richard Webb
La tradicional parada militar del 29 de julio fue suspendida este año por razones conocidas. Sugiero aprovechar esa decisión para repensar los simbolismos de la patria frente a situaciones de guerra. Concretamente, propongo complementar futuras paradas militares con una marcha anual de peruanos que representen la enorme variedad de mundos sociales que componen el Perú.
Es que, salvo la guerra con Chile, nunca ha sido tan evidente el papel de una sociedad en una guerra; la capacidad de una nación para defenderse descansa no sólo en los fierros que portan sus militares sino en lo “bien armada” que esté su estructura social. Hoy peleamos dos guerras simultáneas, contra la pandemia y contra el colapso económico, y en ambas el reporte diario del frente es una relación de retrocesos y fallecidos. Día a día se comprueba que, con o sin tanques, somos una sociedad “pobremente armada.”
¿Cuál es el camino hacia una sociedad con más capacidad para defenderse, sobre todo en guerras como las actuales en las que cada ciudadano es un soldado? En mi opinión, el requisito clave es la confianza entre las personas, base de cualquier estructura social. La confianza es un cultivo sensible, gradual, y que requiere atención. Si miramos el fútbol, es el conocimiento mutuo y confianza entre jugadores lo que permite “armar juego,” multiplicando las habilidades individuales. Pero la sabiduría deportiva no se extiende a la vida social en general, y la explicación, creo, se encuentra en la historia.
Es que la confianza empieza con conocernos las caras y, hasta muy recientemente, la mayor parte de nuestra población ha vivido en extremo aislamiento individual. Dos causas se unieron para producir y prolongar ese distanciamiento, las barreras geográficas extremas, y la concentración de poder también extremo. Describiendo la vida en los pequeños pueblos de Cusco hace un siglo, Uriel García escribió, “La aldea es un claustro montañero donde la acción del hombre tiene un límite constreñido… Cada pueblo es una cueva donde el hombre vive preso.” En esos mismos años José de la Riva Agüero se aventuró a conocer el Perú en un viaje de varios meses. Pero en su recuento del viaje, no figura una sola conversación con algún poblador que no fuera hacendado o alto funcionario. Basadre comentó, “hay pocas alusiones a la miseria, el hambre, el atraso, la subproducción y el subconsumo en las que vivía el hombre andino… (Riva Agüero) no tenía “ojos de ver” esas cosas.”
No obstante, hace cerca de un siglo pasamos del distanciamiento extremo a un acercamiento veloz. Desde mediados del siglo XX se ha producido una explosión de presencia del estado en el ”Perú profundo,” particularmente con la llegada masiva de la educación pública, de personal de salud, y la multiplicación de los gobiernos locales. Hoy, más que ausencia de estado, el problema es el desorden producido por tanto cambio tan rápidamente.
Es hora de empezar la aventura de finalmente conocernos, aunque sea a través de una breve mirada a la cara, como sería una “parada” representativa de la multitud de peruanidades que somos. Empecemos a armar el rompecabezas que es nuestro país, conociendo en un desfile, por ejemplo, a los 1,874 distritos del Perú, junto con representantes de cientos de ocupaciones, todas con necesidades, normas y estilos de vida propias.